Podemos entender por educación el proceso permanente y global por el que la persona desarrolla todas sus potencialidades y dimensiones, gracias a la intervención de determinadas personas, medios, instituciones y proyectos que lo orientan y dinamizan. La fe, en cuanto comporta la transformación de la persona según el Evangelio, no sólo entra en el proceso global y permanente de su educación, sino que debe vertebrarlo y determinarlo. Sin embargo, hay que tener muy en cuanta que la intervención educativa humana no puede situarse en el ámbito misterioso del diálogo entre el don de Dios y la libertad humana, en el que sólo Dios tiene la iniciativa total. La educación de la fe interviene más bien en las condiciones que permiten en el creyente una acogida y respuesta al don de Dios lo más auténtica posible.