✎ En el Evangelio de Mateo, Jesús nos invita sobre todo mediante su sermón del monte a un comportamiento reconciliador. En las seis antítesis donde desvela la nueva justicia, en primer lugar viene la reconciliación. Reconciliarse significa ponerse a buenas con nuestro adversario, mientras vamos de camino con él (Mt 5,25ss). En la quinta antítesis nos enseña Jesús como con un comportamiento creativo podemos vencer al mal. Quien tiene su fundamento en Dios, quien ha experimenta a Dios como su Padre, quien lo acepta sin condiciones, es capaz de renunciar al reclamo de sus derechos, se convierte en aquél que le gana como amigo al que le exige ir con él mil pasos, yendo con él voluntariamente dos mil. Las antítesis culminan en la exigencia de amar al enemigo. Amar al enemigo se convierte en la principal característica cristiana de la joven Iglesia. De esta manera, los cristianos contribuyen a que el desgarro que parte la sociedad en dos, se cure y a que las personas de las distintas naciones y culturas puedan convivir en armonía. El comportamiento reconciliador de los cristianos se convertía en levadura de la paz para el final de la Antigüedad y para la Edad Media. Y justo hoy es más actual que nunca. La reconciliación empieza con las palabras, y también se muestra en las obras que vencen la distancia que separa a las personas. Lo que necesita hoy con urgencia nuestro mundo son las acciones reconciliadoras, para que a la larga pueda sobrevivir.
A Jesús no le importan las leyes que debemos cumplir sin reservas, sino las nuevas formas de comportamiento. Este comportamiento renovado sale de una nueva experiencia, de la experiencia de ser hijos queridos por Dios de forma incondicional. Mateo puso en medio del sermón del monte el Padre Nuestro. El sermón del monte es una explicación del Padre Nuestro. Eso quiere decir que no podemos orar sin que se cambie nuestro comportamiento. Una oración que no nos lleve a actuar de forma nueva se mantiene sin frutos. Vale decir a la inversa, que nuestro comportamiento tiene que proceder de la fuente de la oración. De lo contrario nos supondrá demasiado esfuerzo. Así Mateo creó en el sermón del monte una unión entre ora et labora, entre mística y política, entre lucha y contemplación. La oración conlleva un comportamiento nuevo. Y el comportamiento renovado se nutre una y otra vez de la fuente de la oración.
✎ Marcos representa a Jesús ante todo como terapeuta. A través de su Evangelio podemos tomar conciencia de la dimensión terapéutica que conlleva la acción cristiana. Jesús cura con poderes en la primera parte del Evangelio de Marcos. Expulsa a los demonios que impiden a las personas ser sí mismos. Curar para Marcos es sobre todo liberar de inhibiciones internas, expulsar a espíritus dudosos que enturbian el pensamiento, como la amargura, el resentimiento, el rechazo de uno mismo y el miedo. También pueden pesar sobre nosotros como un demonio las proyecciones de otras personas y nos pueden llevar a una confusión interna. Primero es preciso que nos dejemos curar por Jesús antes de transmitir que, desde la fuerza de su Espíritu, aceptamos sin condiciones a otros.
Sin embargo, Jesús no cura como un mago que nos quita las enfermedades sin causar sufrimiento, sino que más bien cura cuando llevamos nuestras heridas a su encuentro y se las presentamos. Tenemos que entregarnos a las heridas. Sólo así la fuerza curativa de Jesús puede entrar en ellas. Durante toda nuestra vida debemos presentar a Cristo nuestras heridas, nuestro lado oscuro, nuestra parte menos favorable, para que en el encuentro con él experimentemos la curación. Entonces, con la fuerza de su Espíritu debemos transmitir nuestra aceptación incondicional de los leprosos, que se encuentran rechazables a sí mismos. Debemos animar a las personas que se encuentran paralizadas por el miedo a que se levanten. Si nos mueve el cariño en el encuentro con los ciegos, creamos la posibilidad de que se enfrenten con su propia verdad.
No obstante, la acción curativa de los cristianos no debe limitarse al encuentro con casos aislados. También encierra la dimensión política. Los demonios también son espíritus que condicionan y oscurecen la historia. Estos poderes demoníacos suponen una aniquilación cada más avanzada de la vida, buscan lo lucrativo de cada trayectoria vital, crean odio, enemistad, prejuicios, desprecio ante la vida, frialdad y desconsideración del ser humano. Según san Marcos, la vida cristiana implica luchar con los poderes demoníacos de este mundo. Y cuando se aventura en esta lucha, al cristiano le puede costar la vida, tal como le pasó a Jesús.
En la segunda parte del Evangelio de Marcos, Jesús se expone a la influencia de los poderes de la oscuridad, al territorio del demonio. Allí ya no cura a los enfermos. Allí no vence ya a los demonios con plenos poderes, sino con impotencia. Por último, su última impotencia, su morir en la cruz, supone la victoria sobre los poderes del mal. El grito de Jesús en la cruz es para Marcos un grito de victoria. Los poderosos de este mundo han terminado su servicio. Su poder ha sido quebrado. El amor, que se atrevió a acercarse a la violencia más cruel, venció.
Según esto, la espiritualidad cristiana se muestra en que no podemos vencer a todas las enfermedades ni expulsar todas las tinieblas de este mundo. También nosotros tenemos que aventurarnos en el mundo de las tinieblas. Los monjes lo hicieron al adentrarse en el desierto, en el territorio del demonio. Allí querían vencer al demonio para que en este lado el mundo se iluminara más y se sanara. Así nosotros desde donde nos encontramos debemos vencer al poder del demonio con la impotencia del amor, al adentrarnos en el territorio de la desgracia y de la injusticia, de la oscuridad y del odio. También este mundo es a la vez tanto personal como político. Si me encuentro enfermo a nivel físico o psíquico, puedo acercarme a Cristo y pedirle curación. Sin embargo, en muchas ocasiones me tengo que adentrar en mi enfermedad desde la impotencia del amor y cambiarla desde dentro. El cristiano no puede tener las manos limpias durante toda su vida. Tiene que aventurarse en las tinieblas de este mundo para conseguir cambiarlas desde dentro, para que gracias a él también el Espíritu de Cristo pueda adentrarse en el territorio del demonio.
✎ Lucas dirigió su Evangelio a la clase media griega, a latifundistas, artesanos y comerciantes. Sobre todo, le importa el uso responsable de los bienes de este mundo. Mostramos ser seguidores de Jesús en que no nos aferramos a las posesiones, sino que estamos dispuestos a compartirlas con los pobres de este mundo. Lucas no pide que la clase media griega deje su profesión y sus posesiones, sino que plantea tres exigencias a sus lectores.
En primer lugar, el cristiano debe tratar las cosas de este mundo con cuidado. Las cosas de este mundo nos han sido confiadas, pero en el fondo le pertenecen a Dios. Para nosotros son y siguen siendo bienes ajenos: "Y si no sois fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo que os pertenece?" (Lc 16,12). La segunda exigencia es que debemos compartir con los pobres lo que poseemos. Debemos ser solidarios en el trato con los bienes, pues éstos no sólo nos pertenecen a nosotros, sino a todos los seres humanos. Y, en tercer lugar, el cristiano debe sentirse libre interiormente frente a las posesiones. Las posesiones -según C. G. Jung- tienden a endurecer la máscara.
Una mujer me contó que ya no podía hablar de sentimientos con su marido, un hombre con mucho éxito en el terreno económico. Ya no tenía una relación de cercanía con él. Lucas opina que la propiedad es algo muerto. No hace que la vida fluya (ver Lc 12,15). Sólo hace fluir la vida el amor que es capaz de donar los bienes. Por eso la libertad interior frente a la abundancia es un camino concreto para conseguir que la vida salga bien. Y para Lucas, la espiritualidad cristiana es el arte de vivir sanamente. Jesús es el archegos tes zoes, el líder para la vida, el guía hacia una vida lograda.
Se podría considerar a Lucas como el primer teólogo de la liberación. Él conocía la dimensión política del actuar cristiano. Observaba el peligro de unos cristianos apasionados de Jesús por un lado y a la vez escondidos detrás de sus posesiones. Por eso para él seguir a Jesús supone sobre todo compartir los bienes con otros, librarse internamente de la atracción del tener y estar al lado de los pobres. La misión de Jesús consiste en llevar a los pobres la buena noticia (Lc 4,18). Jesús mismo nació en la pobreza y trajo al mundo otra paz, contraria a la del emperador de la paz Augusto, que forzó la paz con poderío militar: la paz que fluye desde el amor. Y este amor para Lucas se expresa concretamente en el hecho de compartir los bienes.
✎ El Evangelio de Juan resalta el amor como rasgo del comportamiento cristiano. El amor al que se refiere Juan es en primer lugar el amor de la amistad. Los cristianos se deben amar unos a otros. Por su amor las personas tienen que reconocer que viven desde otra fuente, desde la fuente del Espíritu Santo. En la cruz el corazón de Jesús se abre y de él brota la sangre y el agua. Esto para Juan es un signo del amor divino. De las entrañas de quien crea en Jesús "brotarán ríos de agua viva" (Jn 7,38). El amor capacita a los cristianos a ser juntosuno, tal como el Padre es uno con el Hijo, y da a la vida otro sabor, el sabor divino del amor. Esto se ve claro en la perícopa sobre las bodas de Cana. En la encarnación del Logos, Dios celebra boda con los seres humanos. Se une en amor con nosotros los hombres. Esto transforma en vino el agua insípida. Nuestra vida adquiere el sabor dulce del vino.
La imagen de la fuente de donde brota nuestro actuar es típica en el evangelio de Juan. Cuando nuestro amor brota de la fuente del Espíritu Santo, ya no cuesta. Ya supone menos una exigencia moral: debes amar. Más bien el amor brota de nosotros cuando creamos desde la fuente interior del amor divino, que hierve en nosotros incesantemente. Quien trabaja desde esta fuente no se agota con facilidad. De este modo, actuar desde la fuente da a nuestra vida otro sabor. Es bastante frecuente que los seres humanos creen desde fuentes de aguas turbias, por ejemplo desde la fuente de su ambición, de su afán de perfeccionismo, o desde la idea fija de tener que demostrarse. Cuando las personas están agotadas, crean siempre desde fuentes de aguas turbias. La vida del que crea brota desde la fuente del Espíritu Santo. Sus obras tendrán fruto y contagiarán a otros.
Quien crea desde la fuente del Espíritu Santo, descubre en sí tres actitudes que dan carácter a su vida: el amor, la alegría y la claridad.
Jesús a menudo dice que los discípulos se limpiaron por sus palabras (Jn 15,3). En el lavatorio de los pies entiende todos sus actos como un baño que ha limpiado a los discípulos. El Espíritu de Jesús purifica nuestras emociones. Nos pone en contacto con la pureza interior, con el lugar de nuestra interioridad donde somos puros, pues allí las emociones de nuestro entorno no nos pueden contaminar, allí nuestros propios pensamientos y sentimientos no tienen acceso. Allí, en el fondo de nuestra alma, todo está limpio, puro, transparente e inmaculado. Allí tampoco tiene acceso el pecado.
La segunda actitud es la alegría. Jesús anima a sus discípulos diciendo: "Os he dicho esto para que participéis en mi alegría y vuestra alegría sea completa" (Jn 15,11). Quien experimenta la cercanía de Jesús, quien escucha y entiende sus palabras, siente la alegría que se encuentra en él en el fondo de su corazón. La alegría agranda el corazón.
Y la alegría está muy relacionada con el amor. No existe un amor sin alegría. El amor al que nos invita Jesús brota de la fuente interior de la claridad y la alegría. Es muestra de la experiencia de Jesús. El amor de Jesúsculminó con su muerte en la cruz. Amando a sus amigos, capacita a los mismos a amarse los unos a los otros tal y como él los amó: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado. El amor supremo consiste en dar la vida por los amigos" (Jn 15,12ss).
El verdadero rasgo del cristiano es el amor. Es un amor bondadoso y dulce, y a la vez un amor lleno de alegría y claridad. En la actualidad, a este amor se le ha dado connotaciones moralizantes. Debemos amar. Sin embargo, si siempre tengo que amar, percibo como que me piden demasiado. El amor al que nos invita Jesús fue entendido por la joven Iglesia de forma distinta. Los discípulos sentían fascinación por su capacidad de amar, tal como lo habían experimentado tras el encuentro con Jesús. Confiaban en que en sí mismos se encontraba la fuente del amor divino que nunca se agota. No les importaba tanto la exigencia moral de amarse los unos a los otros, sino la pregunta de cómo se llega a ser capaces de este amor. Podemos amarnos cuando creamos de la fuente del amor. No se encuentra en el primer plano la exigencia del amor, sino la experiencia gozosa de un amor que da a nuestra vida un nuevo sabor, un sabor divino. Si nuestra vida consiguiera reflejar este amor a la manera de la Iglesia primitiva, tal como nos lo describe Lucas, entonces la espiritualidad cristiana ejercería una nueva atracción también hoy para las personas que se encuentran en búsqueda espiritual: "A diario asistían juntos al templo, celebraban en familia la cena del Señor y compartían juntos el alimento con sencillez y alegría sinceras; alababan a Dios, y toda la gente los miraba con simpatía. Por su parte, el Señor aumentaba cada día el grupo de los que estaban en camino de salvación" (Hch 2,46ss).