El amor en el tiempo del COVID-19

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.En 1985, García Márquez -autor que había ganado el Premio Nobel’82- publicó una novela titulada El amor en los tiempos del cólera. Cuenta una colorida historia de cómo la vida aún puede ser generativa a pesar de la epidemia.

Bueno, lo que está acosando ahora mismo a nuestro mundo no es el cólera sino el coronavirus, Covid 19. Nada en el transcurso de mi vida ha afectado a todo el mundo tan radicalmente como este virus. Países enteros han cerrado, prácticamente todas escuelas y colegios han enviado a sus estudiantes a casa y están ofreciendo clases en línea, nos han disuadido de salir de nuestras casas y de invitar a otros a venir, y nos han pedido que no nos toquemos unos a otros sino que practiquemos el “distanciamiento social”. El tiempo ordinario, normal, se ha parado. Estamos en un momento que ninguna generación, quizás desde la gripe de 1918, ha tenido que arrostrar. Además, no prevemos un fin cercano a esta situación. Ninguno, ni nuestros gobernantes ni nuestros médicos, tienen una estrategia de salida. Nadie sabe cuándo ni cómo acabará esto. De aquí que, como los ocupantes del Arca de Noé, estamos encerrados y no sabemos cuándo descenderán las aguas del diluvio y nos dejarán volver a nuestras vidas normales.

¿Cómo deberíamos vivir en este tiempo extraordinario? Bueno, yo tuve un curso privado sobre esto hace unos nueve años. En el verano de 2011, me diagnosticaron cáncer de colon, me sometí a cirugía por una recesión y luego a 24 semanas de quimioterapia. Ante la incertidumbre de lo que la quimioterapia estaría haciendo a mi cuerpo, estaba comprensiblemente asustado. Además, veinticuatro semanas son básicamente medio año; y, contemplando el largo tiempo que estaría aguantando este “anormal” tiempo en mi vida, me encontraba también impaciente. Quería acabar con esto, rápidamente. Así que lo afronté como afronto la mayoría de las contrariedades en mi vida, estoicamente, con la actitud: ¡Lo superaré! ¡Lo soportaré!

Mantengo lo que eufemísticamente podría ser denominado un diario, aunque en realidad es más una crónica que simplemente cuenta lo que hago cada día, y quién y qué entra en mi vida en un determinado día. Bien, cuando empecé estoicamente mi primera sesión de quimioterapia, empecé a marcar días en mi diario: Día uno; continué el siguiente día con: Día dos. Había hecho el cálculo y sabía que me llevaría 168 días terminar las doce sesiones de quimioterapia, espaciadas aparte dos semanas. Siguió así durante los primeros setenta días más o menos, conmigo marcando un número cada día, conteniendo mi vida y mi respiración, todo en espera hasta que al fin pude escribir: Día 168.

Entonces un día, hacia la mitad de las veinticuatro semanas, tuve una inspiración. No sé qué fue lo que específicamente la disparó, una gracia de arriba, un gesto de amistad de parte de alguien, la sensación del sol sobre mi cuerpo, la maravillosa sensación de una bebida fría, quizás todas estas cosas, pero me desperté, me desperté al hecho de que estaba poniendo mi vida en espera, que no estaba viviendo en realidad sino sólo sobrellevando cada día con el fin de marcarlo y al fin llegar a ese mágico día 168 cuando podría empezar a vivir de nuevo. Me di cuenta de que estaba desperdiciando una época de mi vida. Además, fui consciente de que lo que iba viviendo era a veces rico precisamente a causa del impacto de la quimioterapia en mi vida. Esa conciencia permanece siendo una de las gracias especiales en mi vida. Mi carácter se elevó radicalmente aun cuando la quimioterapia continuó haciendo a mi cuerpo las mismas brutalidades.

Empecé a dar la bienvenida a cada día por su frescura, su riqueza, por lo que traía a mi vida. Ahora vuelvo la mirada a eso y veo esas tres últimas montañas (antes del día 168) como una de las más ricas épocas de mi vida. Hice algunos amigos de por vida, aprendí algunas lecciones de paciencia a las que aún trato de aferrarme, y, no lo menos, aprendí algunas lecciones largamente atrasadas de gratitud y aprecio, de no dar la vida, la salud, la amistad y el trabajo por supuestos. Resultó un gozo especial volver a la vida normal después de esos 168 días de “sabático” reclutado; pero esos días “sabáticos” fueron especiales también, aunque de una manera muy diferente.

El coronavirus nos ha puesto, efectivamente, en un “sabático” reclutado y está sometiendo a aquellos que lo han contraído a su propio tipo de quimioterapia. Y el peligro es que queramos poner nuestras vidas en espera mientras marchamos por este extraordinario tiempo, y queramos sólo aguantar más bien que permitirnos ser agraciados por lo que corresponde a esta temporada no invitada.

Sí, habrá frustración y dolor al experimentar esto, pero eso no es incompatible con la felicidad. Paul Tournier, después de haber perdido a su esposa, lanzó algún profundo lamento, pero luego integró ese pesar en una nueva vida de una manera que le permitió escribir: “Puedo decir honradamente que tengo un gran pesar y que soy un hombre feliz”. Palabras para ponderar mientras luchamos con este coronavirus.