Navidad 2006. ¡Feliz Navidad! Las felicitaciones se multiplican. Y también los contactos con los amigos de siempre y de ahora. La Navidad es un buen momento para compartir noticias y también para compartir alegrías.
Esta Navidad he recibido noticias desde San Pedro Sula. Me escribe Ronald Yuja. Es un buen amigo, ingeniero de profesión. Uno de tantos buenos amigos con quienes en mis largos años de trabajo en Honduras tuve la suerte de compartir inquietudes y anhelos por lograr hacer algún bien en esa cálida ciudad centroamericana.
Ronald me da una buena noticia. Muy buena noticia. El Fondo Hondureño de Inversión Social (FHIS) ha firmado un convenio con el club Rotario por 2,5 millones de Lempiras para construir la escuela República de Méjico en el sector del Ocotillo, barrio ubicado en el noroeste de la Ciudad de San Pedro Sula.
¿Por qué te cuento esto? Porque esta noticia confirma una promesa y una esperanza. Este verano del 2006 tuve la suerte de participar en la misión de la Diócesis de San Pedro Sula. El día 6 de Julio llegaba a esa tan querida Ciudad en la que pasé una larga y hermosa etapa de mi vida: de 1975 a 1990. De Julio a Septiembre participé en tres etapas de la misión. Después de pasar las casi tres primeras semanas entre plantaciones de Palma en San Alejo, cerca de la Ciudad de Tela, en la segunda etapa mi trabajo evangelizador se desarrolló en la zona del Ocotillo. Se trata de un extenso barrio marginal que acoge a pobladores de otras zonas de la Ciudad reubicados por la municipalidad. Un barrio que ya tiene recorrido e historia propia, pero que todavía sigue recibiendo nuevos pobladores en busca de un pequeño lote de tierra donde instalar sus escasas pertenencias.
Es muy difícil describir la situación en que se encuentran los pobladores del Ocotillo. Las necesidades de todo tipo se advierten a simple vista cuando uno camina por el barrio. Mientras falta el agua en las casas, condición difícilmente soportable en una zona tropical, las aguas negras discurren libremente, a través de livianas acequias, por las calles y pasajes de la vecindad atentando contra la salud pública. La enfermedad se ceba en organismos mal alimentados, a la vez que las medicinas no están al alcance de las magras economías familiares. Es manifiesto el abandono de muchos niños dependientes exclusivamente de su madre, ausente todo el día de su hogar para traer “algo que comer a la casa”.
Estos son algunos de los trazos que podríamos aportar para describir un cuadro de convivencia casi surrealista. Pero el peor de los datos que podemos señalas es la inseguridad. En este rincón del mundo la vida “no vale nada”, nadie la tiene asegurada. Las “maras” son las que dictan las normas de convivencia. Esas pandillas violentas que amedrentan a la población y a las que nadie puede poner en orden. En cuanto anochece, la policía local ya no entra en el barrio. Si una noche hay un muerto, o varios, la gestión policíaca esperará hasta que al menos haya amanecido.
Sí, es difícil la vida en el Ocotillo. Y muy difícil de entender para quienes vamos al Ocotillo de visita, aunque sea una visita misionera que durará casi tres semanas. Mi definición espontánea de esta experiencia misionera, ante el requerimiento de algunos amigos sampedranos que conocían de su dificultad, fue: “Me he encontrado con Dios en el infierno”.
Encontré en ese “infierno” gente maravillosa. Gente en la que Dios se complace: mamás maestras, que se turnan por las mañanas para atender a los hijos de las que tienen que irse al centro de la ciudad a trabajar; “agentes” de la pastoral de la salud que, sin apenas medios, se preocupan de los enfermos del barrio y hacen cuanto está en sus manos por atenderlos; abuelas que sacan adelante, sólo Dios sabe cómo, a nietos que abandonaron sus hijos, pero que ellas no van a abandonar; gente preocupada por la “comunidad”, porque “alguien tiene que preocuparse”. Por eso digo que me encontré a Dios en ese “infierno”. La experiencia en el Ocotillo fue dura, muy dura. Y, a la vez, muy gratificante. Pero, no me puedo extender. Había empezado a contarte algo.
En el transcurso de la misión recibí varias visitas de gente amiga de San Pedro. Venían a ver cómo me iba en la misión. Y yo trataba de asociarles a la misión. Como venían por la tarde y era la hora de visitar a las comunidades eclesiales que se estaban formando, las visitaban conmigo. Una de las comunidades, la última que se había formado, se encontraba en lo que en el Ocotillo llamaban “la Invasión”, como si todo el Ocotillo no fuera producto de sucesivas invasiones. Se trataba, claro, de la última de las invasiones, situada junto al basurero de la ciudad.
Sus características, las propias del barrio, pero acentuadas. Chabolas construidas con plásticos, cartones y maderas. Sin agua. Pero, lo que más nos llamó la atención a Nora, Giovanni, Ronald y a mi fue la escuela. Estaba compuesta por unas galeras sin paredes. Eran unas canchitas de cemento con un techo de cinc sostenido por unos postes en los que se encaramaban también los encerados y algunos sencillos utensilios “pedagógicos”. Con un hermoso cartel, eso sí: “Escuela República de Méjico”, rezaba. Luego supe que en esa escuelita recibían clases 357 escolares. Cuando volvíamos de nuestra visita, cayendo ya el crepúsculo, Ronald Yuja me venía diciendo: ¿Qué podríamos hacer? ¡Hay que hacer algo! Y recuerdo que yo asentía en silencio.
Terminada esa etapa misionera, Ronald me invitó un día a comer con él. Me tenía buenas noticias. Me contó que había presentado el proyecto al club Rotario de San Pedro sula, al que pertenece, y que lo habían aceptado como proyecto prioritario de ayuda social del club. Yo me alegré y me ilusioné, pero lo veía como muy a largo plazo. Casi, casi como un sueño.
Mediado ya el mes de Agosto, comencé mi tercera etapa de la misión en la Parroquia de San Vicente de Paul de la ciudad de San Pedro Sula. Un día abro los periódicos y leo en las páginas locales estos titulares: “FHIS, rotarios y municipalidad se unen para educar" (La Prensa) y “Más de 300 escolares de el Ocotillo dejarán de recibir clases en galeras” (Tiempo). En apenas tres semanas era ya realidad el proyecto. Los Rotarios habían sabido involucrar al FHIS, organismo del Gobierno que financiaría la construcción de la escuela, y a la municipalidad sampedrana que donaría un amplio terreno para la edificación de la escuela y construiría el pozo de agua necesario. Bendito pozo de agua. Agua en el Ocotillo es salud, y por lo tanto vida. Y no solo para esos niños escolares. Seguro que se beneficiarán también todas las sencillas familias de la zona.
Ahora me escribe Ronald y me envía páginas de Internet en las que se cuenta que ya va a ser; que el FHIS ha firmado un convenio con el club Rotario por 2,5 millones de lempiras para construir la escuela “República de Méjico” del Ocotillo; que la obra está a punto de comenzar; que ya está adjudicado el proyecto y que será administrado por los Rotarios. Imagino el regalo de Navidad que habrá supuesto esta noticia para los pobladores de la “Invasión” en el Ocotillo de San pedro Sula. Me gustaría ver los rostros de esos padres de familia tan poco acostumbrados a recibir buenas noticias. Ojalá Dios me conceda volver una vez más a Honduras para ver con mis propios ojos esa escuela que contemplamos con Ronald, como en un sueño, en aquel atardecer de una jornada misionera. Gracias, Señor, por tu Navidad. Gracias por la “Santa Misión” en san Pedro Sula. Gracias por las dificultades que experimenté en el Ocotillo. Gracias por tu presencia en tantos “infiernos” en los que te haces tan presente a través de tu lenguaje amoroso”.
- José Antonio Palacios, cmf