El auto-sacrificio y la Eucaristía

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.En 1996, unos extremistas musulmanes martirizaron a casi una comunidad entera de monjes trapenses en Atlas, Argelia. Muchos de nosotros, gracias a una película, “De dioses y hombres”, estamos familiarizados con su historia y también con la extraordinaria fe y coraje con que estos monjes -particularmente su abad, Christian de Cherge- arrostraron sus muertes. Sin duda, las últimas cartas de Christian de Cherge revelan una fe y amor verdaderamente extraordinarios.

Por ejemplo, en los meses previos a su muerte, cuando ya sospechaba lo que iba a sucederle, escribió una carta a su familia, en la que ya perdonó a sus enemigos y esperaba que estos estarían después con él en el cielo, ellos y él felizmente ante Dios. También, tras su encuentro cara-a-cara con un dirigente terrorista que acaba de decapitar a nueve personas, imploró: “Desármame, desármalos”.

En sus diarios, que hoy ya están publicados, comparte esta historia: La mañana de su primera comunión, dijo a su madre que, en realidad, él no entendía lo que iba a hacer al recibir la Eucaristía. Su madre le replicó, simplemente: “Lo entenderás más tarde”. Sus diarios entonces trazan cómo su comprensión de la Eucaristía iba profundizando durante el transcurso de su vida, especialmente a la luz de su interrelación con el Islam y un extraordinario incidente tenido en su vida. Este fue el extraordinario incidente:

Desde julio de 1959 hasta enero de 1961, Christian fue un oficial que hizo el servicio con el ejército francés en Argelia. Mientras estaba allí, trabó amistad con un hombre llamado Mohammed, un padre de familia,  hombre sencillo y devoto musulmán. Enseguida forjaron una relación muy profunda. Un día, durante una escaramuza militar, Christian fue capturado por el ejército argelino. Su amigo, Mohammed, intervino y demostró a sus captores que Christian simpatizaba con la causa de ellos. Christian fue dejado en libertad; pero, al día siguiente, Mohammed fue encontrado asesinado en represalia por el papel desempeñado en la puesta en libertad de Christian.

Este acto de abnegación llevado a cabo por parte de su amigo musulmán, que en realidad dio su vida por Christian, dejó impactada para siempre el alma de Christian. Esto nunca se le fue de la mente, y su decisión de volver a Argelia como monje, vivir en solidaridad con la comunidad musulmana de Atlas y permanecer allí hasta que murió, fue mayormente  resultado de ese suceso primero. Pero también le hizo profundizar en su comprensión de la Eucaristía. 

Su madre le había dicho: “Lo entenderás más tarde”, y él lo entendió entonces: La Eucaristía no sólo hace presente a Jesús; hace también presente su muerte sacrificial por nosotros. Jesús murió por nosotros “y por muchos”, pero eso hizo también su amigo, Mohammed. También asumió su muerte por otro y, en ese sacrificio, imitó la muerte de Jesús y participó en ella. Así, Christian, cada vez que celebraba la Eucaristía, celebraba también el don del sacrificio de Mohammed por él. Su amigo, Mohammed, había también derramado su sangre “por muchos”.

El sacrificio de Mohammed ayudó a Christian a reconocer y asimilar más profundamente el sacrificio de Jesús, porque él creía que, en la Eucaristía,  el sacrificio de Jesús y el sacrificio de su amigo se hacían reales y ambos se volvían presentes. Christian creía que el sacrificio de Cristo incluye el sacrificio mostrado en cada acto de amor sacrificial y, consecuentemente, el sacrificio de su amigo era parte del sacrificio de Cristo.

Estaba en lo cierto. En cada Eucaristía hacemos memorial del don que Jesús hizo de su muerte, pero ese memorial incluye también el don sacrificial de cada uno que ha imitado el desinteresado amor y sacrificio de Jesús. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo, del que hacemos ese memorial, incluye el sacrificio de todos los que han muerto, aun inconcientemente, “por muchos”.

La Eucaristía es un misterio sumamente grande, con  múltiples profundidades y niveles de significación. Nunca lo entendemos plenamente. Pero no tenemos por qué descorazonarnos. Cuando Jesús instituyó la Eucaristía en la Última Cena, los apóstoles tampoco entendieron de hecho lo que él estaba haciendo, como muestran las protestas de Pedro cuando Jesús trata de lavarle los pies. Las protestas de Pedro señalan claramente que él no comprendía lo que Jesús daba a entender en este gesto eucarístico. Y así, las palabras de Jesús a Pedro y a los apóstoles son casi idénticas a las que la madre de Christian de Cherge le expresó cuando éste le dijo a su madre que él no entendía la Eucaristía: “Lo entenderás más tarde”.

Cuando hice mi primera comunión, tenía una idea infantil de la Eucaristía. En mi catequizada mente de niño de siete años, yo creía que estaba recibiendo el verdadero cuerpo de Jesús y que en la misa donde las formas eucarísticas eran consagradas, celebrábamos el sacrificio de Jesús que nos abría las puertas del cielo. Con numerosos títulos académicos de teología y sesenta años más tarde, ahora sé que era correcto lo que yo entendía  sobre  la Eucaristía cuando era niño; pero sé también que cuando esas dos  cosas -la presencia real de Cristo y el sacrificio de Cristo por nosotros- son explicados desde sus raíces, nos encontramos inmersos en un inefable misterio en el que, entre otras cosas, todos los que se sacrifican por amor a nosotros son también parte de la Presencia Real.

Y así, continuamos yendo a la Eucaristía, sabiendo que llegaremos a entenderla más tarde.