El Bautismo

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Toda la Cuaresma apunta a la Noche de Pascua, cuando se bautizan los catecúmenos y todos los bautizados renovamos de manera solemne las promesas bautismales.

En el transcurso de la cuarentena, en varios momentos, las lecturas bíblicas evocan de manera simbólica el bautismo. Siempre que aparece alguna escena con referencias al agua y a la purificación se puede interpretar desde la perspectiva bautismal.

El profeta Isaías inicia sus llamadas a la conversión justamente con la referencia a la necesidad de lavarse como gesto purificador: “Lavaos, purificaos, apartad de mi vista | vuestras malas acciones. | Dejad de hacer el mal”. El salmo penitencial por excelencia cita expresamente el rito de la purificación: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, | por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, | limpia mi pecado” (Sal 50).

Juan Bautista predicaba un bautismo de penitencia a la manera de los ritos purificadores de los profetas. Por el bautismo de Jesús las aguas quedan purificadas, y ahora quienes recibimos la gracia sacramental, no solo quedamos limpios de culpa, sino que además nos convertimos en hijos de Dios.

En el rito bautismal, sobre todo cuando se hace por inmersión, como en la iglesia Ortodoxa, se simboliza el nuevo nacimiento, pues el nuevo cristiano participa de los méritos de la Pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

El bautismo nos introduce en la corriente de la gracia que brota del costado del Salvador, nos limpia y perdona los pecados, nos concede pertenecer a la familia de Dios, nos agrega a la comunión de todos los santos, nos injerta en el árbol frondoso de la Iglesia, nos permite sentarnos a la mesa de los hijos de Dios, nos reviste con el traje de gala, con el vestido sagrado, nos unge y cristifica, nos abre los ojos de la fe, nos permite gustar la pertenencia a la comunidad de los fieles y formar parte del Pueblo de Dios, nos convierte en templos santos, en personas habitadas por el Espíritu Santo. Por la gracia bautismal no es pretencioso llamar a Dios “¡Papá!”

El bautismo nos da hermanos en la fe y la vocación a la santidad. Gracias al sacramento de iniciación nos identificamos como discípulos de Jesús, y nos convertimos en testigos de su resurrección. Es un privilegio inmerecido haber sido bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; con ello se nos ha hecho capaces de recibir, según el don que se nos otorga, la confirmación en la fe, el pan santo, el ministerio ordenado, la consagración personal o el vínculo matrimonial.