Elizabeth Poreba acaba un poema, Ninguna compañía buena, con estas palabras:
“No hago ninguna broma,
soy toda juicio y margen, una blanca dama marginada
que se pregunta qué hacer la próxima vez
como en Jesús viene, dale la impresión de estar ocupado”.
En la fiesta de las bodas de Caná, María dice a Jesús: No tienen vino, pidiéndole algún remedio. ¿Qué tienen en común el vino y la broma? Ambos proporcionan un extra necesario en nuestras vidas.
Empecemos con el vino. El vino no es una proteína, algo que necesite el cuerpo para estar nutrido y mantenerse vivo, parte de una dieta esencial. Es un extra que aporta algo especial para la salud de uno. Tomado con temple apropiado y moderación, el vino puede ayudar a levantar el ánimo, aliviar el corazón y caldear la conversación, a la vez que ayuda (al menos por el momento) a rebajar algunas de las tensiones entre nosotros. Es un lubricante que puede ayudar a hacer que una conversación, una comida de familia o una asamblea social discurran más agradablemente.
¿La broma? Bueno, como el vino, si se toma con temple apropiado y moderación, puede también levantar el ánimo, aliviar el corazón, avivar una conversación y rebajar las tensiones en una reunión. El pensamiento griego clásico sugirió que el amor tiene estos componentes: Eros: atracción emocional y sexual; manía: obsesión emocional; asteísmos: carácter juguetón y broma; storge: cuidado y solicitud fraterna; pragma: adaptación práctica y acomodación; philia: amistad; y ágape: altruismo incondicional.
Normalmente, cuando pensamos en el amor, pensamos en cada uno de estos componentes, exceptuando el aspecto de broma y carácter juguetón. Nuestro yo romántico identifica mucho el amor con la obsesión emocional y la atracción sexual. Nuestro yo religioso y moral identifica el amor con el cuidado, la amistad y el altruismo; y nuestro yo pragmático lo identifica con la adaptación práctica. Pocos tratan sobre el espacio y la importancia de la broma, o el carácter juguetón, o la travesura sana, o el humor, pero estos son con frecuencia el lubricante que mantiene a los otros fluyendo más fácilmente.
He aquí un ejemplo: Durante toda mi vida de adulto, he vivido en diferentes casas religiosas, en comunidad con otros religiosos con votos (en mi caso, varones). No tenemos la facultad de escoger con quienes vivir, sino que somos asignados a una comunidad junto con todos los demás que conviven en ella. Y vamos junto con nuestras diferentes procedencias, diferentes personalidades y diferentes excentricidades. Esto puede ser una fórmula para la tensión, y aun así, por lo general, funciona, es agradable y proporciona apoyo vital y compañerismo. ¿Qué es lo que le hace funcionar? ¿Por qué no acabamos matándonos unos a otros? ¿Cómo es que vivimos (por lo general) agradablemente juntos, a pesar de nuestras diferencias, inmadureces y egos?
Bueno, existe una misión común que nos mantiene trabajando juntos y, lo más importante, existe una regular oración común que nos ayuda a ver unos a otros en una luz mejor. Pero -muy importante- hay bromas, jovialidad, travesura sana y humor que, como el vino en una mesa, ayudan a suavizar las cosas y mitigar la tensión inherente a nuestras diferencias. Una comunidad que no se mantiene alegre a base de bromas, jovialidad y travesuras sanas vendrá a ser en definitiva todo lo que no sea alegre, esto es, pesada, monótona, llena de tensión y pomposa. En todas comunidades sanas en las que he vivido, una de las cosas que las hizo sanas (y agradables de tenerlas como residencia) fue la broma, la jovialidad, la burla cariñosa y el humor. Estos son los generosos vinos que pueden alegrar la mesa de cualquier familia y cualquier comunidad.
Esto, desde luego, como beber vino, se puede extralimitar y ser una manera de eludir conversaciones más arduas que necesitan hacerse. Igualmente, la broma puede mantenernos relacionados mutuamente de modo que en realidad ponga obstáculos para una genuina comunidad. El humor, la broma, el humorista y el bromista necesitan saber cuándo decir ¡basta! y cuándo pasar a una conversación seria. El riesgo de extralimitar la broma es real, aunque tal vez un riesgo mayor estribe en tratar de vivir juntos en su ausencia.
La broma, la jovialidad, la travesura cariñosa y el humor no sólo nos ayudan a relacionarnos mutuamente por encima de todas nuestras diferencias; también nos ayudan a deshinchar la pomposidad que es invariablemente el hijo de la exagerada seriedad. Ayudan a guardar nuestras familias y comunidades firmes y agradables.
En cuanto a mí, crecí en una familia numerosa, en la que cada uno de nosotros tenía fuerte personalidad y muchos defectos; aun así, salvo en muy pocas ocasiones, nuestra casa, que era físicamente demasiado pequeña para tan numerosa familia, resultaba agradable de habitar porque estaba constantemente animada por bromas, jovialidad, humor y sanas travesuras. Raramente teníamos vino, ¡pero nos hacíamos bromas! Cuando repaso lo que mi familia me dio, estoy profundamente agradecido por muchos regalos: fe, amor, seguridad, confianza, apoyo, educación, moderación y sensibilidad moral. Pero también me enseñó a hacernos bromas, jovialidad, sanas travesuras y humor. Regalo no precisamente pequeño.
En la fiesta de la boda de Caná, la madre de Jesús observó que, aun cuando se estaba dando la celebración de una boda, algo no estaba en regla. ¿Era un abatimiento? ¿Un exceso de seriedad? ¿Una malsana pomposidad? ¿Había una manifiesta tensión en el local? Cualquier cosa. Algo se echaba en falta, de modo que ella acude a Jesús y le dice: “¡Hijo, están sin bromas!”