El calor de ahora

26 de octubre de 2006

El calor de ahora es fuerte. El río, muy mermado, se va haciendo daño con las piedras de su cauce reducido. Tiene sed, ¡qué paradoja! Es como si nos hubieran caído dos veranos juntos a la vez. Todos los claretianos de la familia misionera estamos bien. Nos vemos con frecuencia. Cada uno en su trabajo. Alguno todavía vive solo. La vida, la misma, la de todos. A cualquier relato podéis quitarle mi nombre y poner el de cualquiera de ellos. Y se acierta, porque así es el de cada uno. La piña está comenzando ya su temporada; cada madrugada compro una en el mercado. Luego, al pelarla y al partirla, la casa se llena de su aroma.

Quisiera escribiros, ¿pero qué me pasa? Ahora las cartas no me salen conforme al mundo que he logrado vivenciar en mi interior. Está fatigada mi pluma; no quiero forzarla porque es el brazo de mi alma. No quiero que, por salir al paso, dijera palabras…, sólo eso: palabras, un chorro de palabras muertas. Mis vivencias se hacen cada vez más interiores, diría que hasta hurañas, como animales nocturnos a quienes cegara la luz. Lo que vivo no es ya para contarlo luego, ni para impresionar a nadie que pudiera leerme. Mi fe está evolucionando con la fuerza de hacerme otro. Es mucho lo que le está sucediendo a la extensión de mi pobre hombre pequeñito, que ni se puede imaginar por lo que escribo. Ahora no tengo vocabulario ni agilidad, ni siquiera la cámara fotográfica que eran antes mis ojos, para poder narrar con ella mis viajes por los ríos y los hombres de esta selva. Hoy, en nuestra selva, rezamos con nuestro trabajo, con nuestra ropa empapada por los ríos de tanto recorrerlos, con nuestras lágrimas secas… Rezamos así para que Él nazca en todos los hijos de la familia verde de esta selva y  a todos les devuelva su dignidad más verdadera.