El pueblo hondureño tiene clara conciencia de que el gobierno es corrupto, que las instituciones y los políticos también lo son, que los que están en las administraciones, los que manejan la economía, los que están al frente de muchos servicios públicos también lo son. Pocos se libran de este tentáculo. La plaga de la corrupción crece imparablemente y llega incluso a formar parte de la cultura y hasta del cotidiano vivir del pueblo. Casi es aceptada por todos, los que tienen mucho y los que tienen menos; todos barren para casa, todos se llevan el agua para su molino. Los políticos se compran su propio voto para que los electores se fijen en ellos y por una determinada cantidad de lempiras consiguen sus objetivos.
La corrupción llega incluso a impedir clarificar las raíces de los asesinatos, los secuestros, las múltiples violaciones. Hasta es posible que la corrupción trate de ser apagada por algunos medios informativos porque son tantos los escándalos financieros que tanta verdad haría el efecto de una bomba. La impunidad ha tomado carta de ciudadanía y campa libremente por sus fueros.
La magnitud de este calvario está a la alza, crece sin parar. Hombres y mujeres que se dedican al narcotráfico, a las actividades ilegales, no son sancionados, no está en la cárcel. Esta corrupción ya ha crucificado a un buen número de la población a seguir viviendo en “sombras de muerte”. Pocos, muy pocos se libran de este mal. Pocas, muy pocas, son las instituciones que llegan a tener autoridad moral y no pactan con este enemigo ni quieren hacerse ricas de la mañana a la noche. Por aquí me dicen que existen numerosos negocios ilegales, en donde está mucha gente involucrada; organismos públicos y privados promueven y hacen crecer este calvario. Debido a este endémico mal, se hacen alarmante las deficiencias en los sectores administrativos y, lo que es peor, de las ayudas que se reciben del exterior pocas llegan a sus auténticos y más necesitados destinatarios. En los pasos intermedios intervienen demasiadas manos sucias. ¿Cómo combatir esta metástasis? ¿Cómo sanar al que tiene metido en sus arterias el virus de la corrupción?
Los mayores desfalcos se producen en los círculos de poder. Esta sociedad se está haciendo así misma un daño extenso, casi irreparable. Aquí no se podrían rezar las palabras del salmista: “la justicia y la paz se besan”. Más bien, habría que decir la violencia y la corrupción se han aliado, la injusticia y la mentira se han abrazado, el calvario y la muerte se han hecho uno. La corrupción en Honduras está legalizada y también institucionalizada. De este enemigo, ¡líbranos, Señor!