¿Por qué ya no nos llevamos bien unos con otros? ¿Por qué se da una polarización tan amarga en nuestros países, nuestros vecindarios, nuestras iglesias e incluso en nuestras familias? ¿Por qué nos sentimos tan inseguros en muchas de nuestras conversaciones en las que nos ponemos constantemente en precaución para no pisar ninguna mina política, social ni moral?
Todos tenemos nuestras propias teorías sobre las causas de esto, y conectamos principalmente con nuestros canales de noticias y amigos a fin de asegurar nuestros modos de ver las cosas. ¿Por qué? ¿Por qué se da esta amarga polarización y prevención entre nosotros?
Bueno, dejadme sugerir una respuesta tomada de una antigua fuente, la Escritura. En las Escrituras hebreas (nuestro Antiguo Testamento), el profeta Malaquías nos ofrece esta visión acerca de los orígenes de la polarización, la división y el odio. Haciéndose eco de la voz de Dios, escribe: “Así pues, os he hecho despreciables y viles ante todo el pueblo, porque no seguís mis caminos, sino que mostráis parcialidad en vuestras decisiones. ¿No tenemos todos el único Padre? ¿No nos ha creado el único Dios? ¿Por qué rompemos la alianza unos con otros?”
¿No es esto particularmente aplicable a nosotros hoy, dada toda la polarización y odio que hay en nuestras casas de gobierno, nuestras iglesias, nuestras comunidades y nuestras familias, en muchas de las cuales ya no nos respetamos unos a otros ni siquiera luchamos por ser corteses entre nosotros? Hemos roto la alianza que teníamos unos con otros. El civismo ha abandonado el edificio.
Además, esto influye en ambos bandos del espectro ideológico, político, social y eclesial. Ambos lados tienen sus particulares alas ideológicas que son desdeñosamente despectivas para con los que no comparten sus puntos de vista, paranoicas respecto a conspiraciones ocultas, rígidamente inflexibles, e irrespetuosas y desdeñosas para con cualquiera que no comparte su perspectiva. Y casi todos predican, defienden y practican el odio, creyendo que todo esto se hace al servicio de Dios, la verdad, la causa moral, la instrucción, la libertad o el nacionalismo.
Alguien dijo una vez que no todo puede ser reparado ni curado, pero sí debería ser llamado con propiedad. Ese es el caso que tenemos aquí. Necesitamos decir bien alto que esto en un disparate. Necesitamos decir bien alto que nada de esto se puede hacer en nombre del amor. Y necesitamos decir bien alto que nunca podemos racionalizar el odio ni la descortesía en nombre de Dios, la Biblia, la verdad, la causa moral, la libertad, la instrucción ni cualquier otra cosa.
Esto necesita ser señalado, sin tener en cuenta dónde nos encontramos entre todos los debates divisorios y llenos de odio que dominan hoy el discurso público. Cada uno de nosotros necesita examinarse frente a nuestra parcialidad, o sea, qué poco queremos entender al otro bando, cuánta descortesía tenemos hacia cierta gente, cómo el civismo está frecuentemente ausente de nuestro discurso, y cuánto odio se ha deslizado inconscientemente en nuestras vidas.
Después de esto, necesitamos un segundo autoescrutinio. La palabra “sincero” procede de dos palabras latinas (sine: sin, y cere: cera). Ser sincero es estar “sin cera”, ser en verdad tú mismo, fuera de la influencia de los demás. Pero eso no resulta fácil. La manera como nos imaginamos a nosotros mismos, nuestras creencias y nuestra visión acerca de casi todo en un momento determinado están fuertemente afectadas por nuestra historia personal, nuestras heridas, aquellos con los que vivimos, el trabajo que hacemos, los que son nuestros compañeros y amigos, el país en el que vivimos, y las ideologías políticas, sociales y religiosas que inhalamos con el aire que respiramos. No resulta fácil saber lo que en realidad pensamos o sentimos sobre una determinada cuestión. ¿Soy sincero o, por lo contrario, está mi reacción más condicionada por quienes son mis amigos y compañeros, y la fuente de donde logro mis noticias? En el núcleo de mi ser, ¿qué soy yo en realidad, sin nada de cera?
Dada nuestra lucha por la sinceridad, de modo particular en nuestro actual clima de división, descortesía y odio, podríamos preguntarnos: ¿Cuánto de lo que estoy suficientemente apasionado por generar odio en mi interior está en realidad enraizado en la sinceridad y es opuesto a la ideología o a mi instintiva reacción emocional o intelectual hacia algo que me disgusta?
Esto no es fácil de responder, cosa que se comprende. Somos patológicamente complejos como personas humanas, y la indagación por la sinceridad es la indagación de toda una vida. A pesar de eso, mientras estamos en ese viaje hacia la sinceridad, tenemos algunas reglas humanas y espirituales que no son negociables. El profeta bíblico Malaquías señala una de ellas: “No mostréis parcialidad en vuestras decisiones y no rompáis la alianza unos con otros”. Cuando analizamos eso, ¿qué dice?
Entre otras cosas, esto: Tenéis derecho a luchar, a estar en desacuerdo con otros, a ser apasionados de la verdad, a estar enfadados a veces, y (sí) incluso a sentiros odiosos ocasionalmente (ya que el odio no es lo opuesto al amor; la indiferencia, sí). Pero nunca podéis predicar el odio ni la división, ni tampoco defenderlos en nombre de la bondad; al contrario, en ese lugar de vuestro interior donde reside la sinceridad, necesitáis nutrir una congénita desconfianza para con cualquiera que defienda proactivamente el odio y la división.
(Traducido al español para ciudadredonda por Benjamín Elcano, cmf)