El complejo de héroe

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Hace varios años, la película Argo ganó el premio de la Academia como la mejor película del año. Gocé de la película en lo que fue un buen drama, drama que mantenía a su audiencia en verdadero suspense aun cuando proporcionaba algo de humor y bromas de manera discreta. Pero no estuve de acuerdo con varios aspectos del film. Primero, como canadiense, me sentí de alguna manera ofendido por el modo en que el vital papel que los canadienses jugaron en la huída de Irán por parte de los rehenes de los Estados Unidos en 1979, era minimizado hasta el punto de ser simplemente escritos al margen de la historia. La película habría sido más honrada si la hubieran anunciado como “basada en una historia verdadera” más bien que como una verdadera historia.

Pero eso fue más un enfado pasajero que algo serio. El arte tiene el derecho de exagerar las formas para destacar algo que es esencial. No manifiesto al director rechazo por su film. Lo que me molestó fue cómo -de nuevo, como es tan frecuente en el caso de las películas de Hollywood y la literatura popular-, nos mostraron un héroe bajo el dosel de esa idealización  adolescente donde, yendo solo, el héroe salva singularmente al mundo, yendo solo es el “mesías” y cuyo auto-aislamiento aparejado con cierta arrogancia es presentado como superioridad humana. Pero eso, el clásico  héroe que lo hace “a su manera” y cuya sabiduría y talento achica a todos los demás, es una fantasía adolescente.

 ¿Qué le pasa a ese “héroe clásico” como es retratado normalmente en  muchas de nuestras películas?

Lo que le pasa es que los grandes mitos antiguos y un buen número de antropólogos, filósofos y psicólogos nos dicen que esta clase de “héroe” no  es el arquetipo maduro del verdadero guerrero o profeta. El salvador maduro, profeta o guerrero no es el “héroe” sino el “caballero”. Y esta es la diferencia: El héroe actúa desde su propia agenda, mientras el caballero está bajo la agenda de otro. El caballero deposita su espada a los pies del Rey o la Reina. El caballero, como Jesús, “no hace nada por su cuenta.”

Pero esto no es fácil de entender y aceptar. La poderosa idealización que proyectamos en nuestros héroes y heroínas es, como el amor en la adolescencia, tan poderosa droga que es duro ver que algo mucho más lleno y más maduro se sitúa detrás de ello. El amor obsesivo por el que Romeo y Julieta mueren es muy poderoso, pero una pareja madura que se toma de la mano después de 50 años de matrimonio es el real paradigma para el amor. El héroe solitario, aislado y sin complejos, aprieta la imaginación de una manera que el hombre o mujer más plenamente maduro no hace: Alan Ladd cabalgando en la puesta del sol al final de la película Shane; algunos  personajes representados por Silvester Stallone o Arnold Schwarzenegger; y, no lo menos, el héroe de Argo, invalidando incluso las órdenes del Presidente al salvar a los rehenes en Irán.

Albert Camus, el filósofo ganador del Premio Nobel, en su libro La Peste, nos ofrece lo que, según dicen todos, debería ser un ejemplo del más noble  héroe. Su héroe es un tal Dr. Rieux, quien, por ser ateo, lucha con la cuestión del sentido de las cosas: Si no hay Dios, entonces ¿dónde puede haber sentido? ¿Qué le hace diferente definitivamente a cualquier virtud o generosidad? El Dr. Rieux responde a esa cuestión por sí mismo al encontrar sentido cuando se da desinteresadamente, con riesgo de su propia vida, para combatir la peste. ¿Qué podría ser más noble que eso? Pocas cosas encienden la imaginación romántica como lo hace esta clase de rebelión moral. Así, ¿qué podría ser más noble que el héroe de la película Argo yendo solo al lamentarse del régimen de Irán?

Charles Taylor tiene una respuesta clara para contestar a esto. Expresando su opinión sobre el héroe de Camus -el Dr. Rieux-, Taylor pregunta: “¿Es esta la última medida de la excelencia? Si pensamos en la virtud ética como la realización de personas solitarias, este puede parecer que es el caso. Pero suponed que el bien más alto consiste en la comunión, donación y recepción mutuas, como en el paradigma del banquete escatológico. El heroísmo de la donación gratuita no tiene lugar para la reciprocidad. Si tú me devuelves algo a mí, entonces mi don no fue totalmente gratuito; y, además, en el caso extremo, yo desaparezco con mi don, y ninguna comunión entre nosotros es posible. Este heroísmo unilateral está auto-englobado. Toca el más extremo límite de lo que podemos alcanzar cuando somos movidos por el sentido de nuestra propia dignidad. Pero, ¿es eso de lo que trata la vida? La fe cristiana posee una visión bastante diferente.”

Y así es: Vemos esto en Jesús. Él entra en este mundo precisamente como salvador, para vencer el poder de las tinieblas, la violencia, la injusticia, Satanás y la muerte. Pero advertid de qué manera, casi como mantra, permanece diciendo: Yo no hago nada por cuenta propia. Soy perfectamente obediente a mi Padre. Jesús nunca fue un héroe, un vagabundo solitario que hace sus propias cosas mientras difícilmente oculta una presumida superioridad. Él fue el paradigma del “caballero”, el humilde soldado de a pie que siempre coloca su espada a los pies del Rey.