El desierto (6 de diciembre)

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.

El desierto se nos representa como tierra yerma, sin agua, estéril, donde acampa la desolación, la desesperanza, la tentación, la sed, y surge el vértigo de la soledad, y hasta el mal deseo de aniquilarse. Pero el desierto también significa luz, intimidad, anchura, horizonte dilatado, relación teologal, experiencia mística, teofanía, providencia, encuentro enamorado con quien se revela a través de su Palabra en medio del silencio de la noche, y se deja escuchar en las latitudes de la soledad.

En el tiempo de Adviento, la imagen del desierto trae a la memoria la andadura que realizó el pueblo escogido desde la esclavitud a la tierra de la promesa, durante cuarenta años; y también la estancia de Jesús durante cuarenta días, número que significa la duración de la travesía, toda la vida.

Si el desierto es el espacio de la peregrinación humana de generación en generación, también es verdad que allí el Dios revelado se manifiesta compañero, cercano, providente a lo largo del éxodo.

Es código revelado que cuando todo parece destinado a la destrucción, al vacío, al sinsentido, cuando se llega al límite de las fuerzas, a la sed extrema, aparece la intervención divina, que se compadece de aquellos que avanzan extenuados en la intemperie de sí mismos.

No te eches atrás, atrévete a caminar por el desierto, y serás testigo de la Providencia de Dios.