Eloi Lecrerc es un franciscano que sabe hablar de Dios de forma parecida a como lo hizo Francisco de Asís. Llega al corazón de las personas sin escamotear las cuestiones difíciles. Hace algunos años publicó un libro que, en su reciente versión española, se titula "El Dios mayor". Merece la pena acercarse a él. Pone nombre a algunos problemas de los creyentes de hoy y, a partir de la experiencia de Jesús, ensaya respuestas que resultan lúcidas y atrayentes.
El problema del que parte lo vivimos en carne propia. Hoy nos toca vivir la fe en el seno de una sociedad pluralista en la que se da una mezcla de creencias y modos de pensar y de actuar. El cristiano no puede vivir al margen de este ambiente. Las manifestaciones están ahí: hijos educados según la moral cristiana que deciden convivir con sus parejas sin celebrar el sacramento del matrimonio, bautizados que no participan en la vida de la Iglesia, vecinos que se apuntan a un cursillo de budismo, compañeros de trabajo que son musulmanes. Esta diversidad supone para muchos un factor de confusión. No saben a qué atenerse. Con frecuencia, la confusión es origen de dos tentaciones. La primera consiste en rechazar al "otro", creyendo que la coherencia con la propia fe exige marcar bien las distancias con respecto a aquellos que no participan de ella según lo establecido. La segunda pretende buscar una comunión que anula todas las diferencias y que -por así decirlo- mete todo y a todos en el mismo saco.
Ejemplos de ambas se encuentran en la vida cotidiana. Hay padres que han decido no hablarse con los hijos que viven "amancebados" porque consideran que una relación normal equivale a una aprobación implícita de esas conductas. Hay jóvenes y personas de mediana edad que consideran que lo importante es llevarse bien y que lo demás no importa. ¿Qué más da que uno sea cristiano o budista o ateo? ¿Qué importancia tiene casarse por la Iglesia o vivir "sin papeles"? ¿No fue Jesús quien dijo que el mandamiento principal es el amor? Pues seamos consecuentes. Por encima de creencias y dogmas (que siempre son factor de divisiones) lo único importante es llegar a un ecumenismo del corazón.
Eloi Lecrerc se toma en serio estas tentaciones, las analiza con calma, percibe la verdad que contienen y, sin despreciarlas, lanza la jabalina más lejos. Para ello vuelve los ojos al evangelio y penetra en la persona de Jesús. ¿Cómo íue la relación de Jesús con "los otros"? ¿Podemos encontrar una luz que nos permita iluminar la encrucijada actual? El descubrimiento es sencillo y espléndido a un tiempo. Jesús fue, desde el principio de su vida hasta el final, un buen judío. En otras palabras: fue fiel a la tradición religiosa de su pueblo. No pasó por este mundo como un don nadie o como un habitante cósmico que no tiene una patria y un hogar. Pero, sin dejar de ser lo que era, abrió caminos nuevos que iban más allá de los estrechos límites de su pueblo. Su obsesión era acercarse a los "otros diferentes", a aquellos que, en nombre de una tradición que él amaba profundamente, eran rechazados. Fidelidad a sus raíces y apertura ilimitada se dan cita en él y constituyen los dos polos que explican su vida.
¿Qué es lo que le permite a Jesús mantener esta tensión, esta "doble fidelidad" (a su tradición judía y a los otros excluidos)? Pues su personalísima experiencia de Dios, de un Dios que no queda atrapado por la propia tradición, que es siempre "más grande": un Dios mayor. Su Dios-Abbá no es distinto del Dios de Abraham, Isaac y Jacob, del Dios de los profetas, pero él descubre una riqueza insondable. Dios no deja fuera a ninguno de sus hijos. Más aún: siente predilección por los más alejados. Esa es la razón por la que Jesús no tiene ningún inconveniente en comer en casa de Zaqueo, hablar con la samaritana junto al pozo de Jacob, visitar a un centurión romano o dejarse tocar por un leproso. Con su conducta escandalosa, "impropia" de un hombre piadoso, Jesús revela cómo es el rostro verdadero del Dios del pueblo.
Evidentemente, esta forma de proceder no queda impune porque implica una subversión completa del orden establecido.
Si queremos afrontar nuestra encrucijada actual no tenemos otra alternativa que la de Jesús. El cristianismo del futuro no puede renunciar a sus raíces. No puede diluirse en un ecumenismo en el que todo queda nivelado. Pero, al mismo tiempo, partiendo de una experiencia profunda del Dios mayor, debe conceder un mayor espacio a los otros respetando su diferencia. El objetivo no es lograr una imposible síntesis doctrinal sino reflejar el modo de proceder de Dios, "que hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos" (Mt 5 45). Un cristianismo así entendido cuestiona hasta las raíces el tipo de sociedad en el que vivimos, comporta riesgos evidentes. Pero es el que nace de las entrañas de su Fundador. ¿Existe algún otro?