La Iglesia es un organismo, no solo una organización, es un cuerpo, no solo una corporación. Es una organismo que constantemente se re-organiza, un cuerpo que lucha constantemente por crecer y reestructurarse. Por eso la vida se desarrolla y despliega en ella, superando los atentados de muerte con los que se enfrenta cuando menos lo espera. Muerte y vida luchan en ella “en singular batalla”. Como hijas e hijos de la resurrección esperamos que la vida siempre venza. Es precioso formar parte de esta comunidad, aunque no pocas veces resulte muy penoso. Contemplemos el eco-sistema de las formas de vida cristiana. Lo voy a hacer en cinco puntos
1. Las formas de vida cristiana (laicado, matrimonio, vida en celibato, ministerio ordenado, vida consagrada) están llamadas a existir «en relación», a formar un gran sistema de vida, que en la simbólica paulina es denominado «cuerpo de Cristo». Las diferencias y los contrastes se encuentran al servicio de una realidad unitaria y orgánica. Una vez más, hemos de proclamar que todas las formas de vida están al servicio de la Vida. La realidad vital es lo auténticamente sustantivo. Sin relación y sin correlación las diferentes formas de vida se difuminan, se disuelven, se hacen estériles, quedan desfinalizadas. Es absurdo, en este contexto hablar de superioridad e inferioridad, de más y de menos. Lo más y lo menos tiene que ver, sobre todo, con la relación.
2. El pueblo de Dios, la iglesia, es el fantástico resultado de múltiples correlaciones. Esa realidad resultante, pero también fundante, concede a cada uno de los miembros de la iglesia una identidad dinámica y común. Se describe con la palabra christifideles (fieles cristianos). Podrán y deberán añadirse adjetivos al sustantivo, pero queda como definitivamente asentado que el ser christifidelis es la razón de ser y el objetivo final de todas y todos en la iglesia. El «nosotros» eclesial no es la suma matemática de cada uno de los sujetos, sino el gran patrimonio común con el que cada uno se enriquece y se superdefine.
3. En el nosotros eclesial cada creyente es un llamado al seguimiento radical de Jesús, es consagrado, sacerdote, santo, enviado, apóstol, ministro, profeta, liberado y señor. Las categorías teológicas de vocación, consagración, misión, sacerdocio, profecía, ministerio encuentran su verificación plena en la iglesia. O dicho de otra forma, el sujeto más propio de cada una de estas categorías teológicas es el pueblo de Dios. Una buena analogía para entenderlo nos la ofrece el parlamento democrático. Lo constituye una asamblea de diputados, elegidos por libre sufragio y representantes del pueblo. Aunque dentro de los parlamentarios haya diferencias políticas, ideológicas, aunque entre los diputados existan diferentes funciones (presidente, secretario, portavoz de grupo etc.), la soberanía reside en la totalidad en cuanto tal. Así, y mucho más, es la iglesia, en cuanto pueblo consagrado de Dios. Cada creyente está agraciado con la gran dignidad de hijo o hija de Dios; no hay entre los creyentes diferencias de superioridad o inferioridad, de mayor o menor dignidad. Ha sido, sobre todo, la iglesia del Vaticano II, la que ha reafirmado con más fuerza esta eclesiología de la comunión, recuperando –después de siglos– una conciencia común en la iglesia del nuevo testamento y de los Santos Padres. De todo esto se derivan, no obstante, consecuencias prácticas de enorme importancia, que irán apareciendo en el decurso de los capítulos siguientes; pero cabe destacar, ya desde ahora, la correponsabilidad de todos en la vida, en la misión, en el gobierno.
4. La afirmación de lo común y fundamental se armoniza con la necesaria afirmación de lo particular e individual. Hay una originalidad irreductible en cada uno de los christifidelis, que no se puede desdeñar sin ser infieles al proyecto de Dios. La individualidad cristiana no es un dato accidental. Lo común, lo compartido por todos, es vivido y administrado por cada persona individual de forma única y peculiar, según los dones con que ha sido agraciada. Hay diversas sensibilidades, diferentes formas de percibir la realidad, distintos principios de acción teológicos y antropológicos que suscitan e inspiran diversas configuraciones de la existencia cristiana. Hablaremos de ellas en los siguientes capítulos.
5. La iglesia es una, santa, católica, apostólica, carismática, sacerdotal, regia, diaconal, en todas y cada una de sus formas estables de vida. Cada forma de vida, cada comunidad e individuo, contribuyen a ello. La mutua conexión hace que nadie, ni nada, en la iglesia, pueda definirse aisladamente.
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Extraído del blog Ecología del Espíritu