Dios no mira ni vuestros rostros, ni vuestras obras, solo mira vuestros corazones y vuestras intenciones\» -afirma un proverbio sufí. En efecto, ¿qué podríamos ofrecer a Dios, qué podríamos brindarle que le sea útil, que no entorpezca el fluir de su misericordia, sino la pureza de nuestros corazones? La mujer de Abdul era la más bella de la ciudad. En cierta ocasión en que Abdul regresaba de un largo viaje, ésta le preguntó: – ¿Qué me has traído? Y Abdul le contestó: – Nada hay más bello que tu semblante. ¿Qué iba, pues a traerte? Sólo puedo ofrecerte este espejo para que en todo momento puedas contemplarte en él. Así pues, prosiguió el Maestro después de relatar esta historia, ¿qué creéis que le podéis ofrecer a Dios?, ¿vuestros méritos? ¿Vuestros sacrificios? ¿Vuestras ofrendas? ¿Vuestros conocimientos? ¡El es todo Conocimiento, todo Mérito y todo Belleza, más que todos vosotros juntos! Sólo desea una cosa de vosotros: que en el día de la Verdad le ofrezcáis un espejo puro en el que poder contemplarse. Y ese espejo puro, que podemos empezar a pulir y limpiar a partir de este mismo instante es nuestro corazón.
San Esteban, protomártir
Mt 10,17-22. No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre