“No paramos de quemar brujas porque dejamos de leer la Escritura. Más bien, paramos de quemar brujas porque seguimos leyendo la Escritura”.
Gil Bailie, autor de “Violencia Desvelada”, es quien escribió esas frases, que expresan una verdad, olvidada hoy con demasiada frecuencia. Ni liberales ni conservadores quieren generalmente leer la historia con precisión. Los primeros tienden a pensar que dejamos ya de quemar brujas precisamente porque paramos de leer la Escritura, mientras que los segundos, los conservadores, de propósito olvidan que en otro tiempo quemamos brujas y que lo justificamos entonces en el nombre de Dios. ¡Importante verdad!
Rene Girard escribió una vez que la cruz de Cristo es el acontecimiento moral más revolucionario jamás acontecido en la historia humana, y que sus implicaciones se van descubriendo o revelando todavía, poco a poco, en la conciencia humana. Lo que Girard quiere decir, entre otras cosas, es que algunos de los más profundos elementos espirituales y morales contenidos en la cruz son como medicina en una cápsula que actúa con el tiempo. Esos valores se van disolviendo poco a poco a través de la historia y nosotros vamos absorbiendo gradualmente su significado. Sencillamente, tardamos siglos en comprender con mayor plenitud lo contenido en la revelación de la cruz.
Por ejemplo: La Iglesia universal tardó más de mil quinientos años en entender que no debemos usar la fuerza y la violencia para diseminar el evangelio o para silenciar a los que no están de acuerdo con nosotros. Les costó a las Iglesias más de mil ochocientos años comprender y aceptar que la esclavitud era un error. Y tardaron las Iglesias (Cfr. el Papa Juan Pablo II) más de dos mil años en comprender y aceptar que la pena de muerte es también un error. Y todas las iglesias tardaron más de dos mil años en comprender y aceptar algo más plenamente la igualdad de las mujeres.
Pero, a pesar de considerar el largo tiempo que tardaron para percatarse de eso, hay progreso, lento, mensurable, irreversible. En algunos lugares cruciales, hoy estamos comprendiendo con mayor profundidad el evangelio.
Sólo tenemos que mirar a lo que está ocurriendo hoy dentro de ciertos círculos extremistas islámicos para ver dónde (de alguna manera) estábamos nosotros en otro tiempo y cómo hemos progresado desde entonces. Nosotros también, como Al-Qaeda, tuvimos nuestro propio período de historia en el que creíamos que el error no tenía derechos y que la violencia y el asesinato pudieran ser justificados en el nombre del Señor. Hoy, felizmente, en todas las iglesias cristianas, eso va siendo más difícil de justificar, sin distinguir si el asesinato es aborto, eutanasia, pena capital o guerra preventiva.
Comprender esto puede ser muy útil por muchas razones:
En primer lugar, porque es honesto. Todos nosotros nos esforzamos intentando reescribir la historia de forma que encaje con nuestras propias teorías. Desde el punto de vista de la revelación moral del evangelio, a los conservadores les gusta creer que los tiempos antiguos y medievales fueron una edad de oro para la cristiandad, y en algunos aspectos lo fueron ciertamente. Pero les cuesta admitir que esa edad de oro fue más dorada para algunos que para otros. Esos siglos eran también una época en que la Iglesia (al menos una amplia parte de ella) creía en la esclavitud y en el uso de violencia para promover los objetivos del evangelio. La Inquisición fue real, brutal, y de ninguna manera “dorada”.
Los liberales, aunque rápidos en denunciar esto, son mucho más lentos en aceptar que el centro del progreso moral, social e incluso tecnológico dentro del mundo secularizado surgió de raíces judías y cristianas. Los liberales creen también fácilmente que dejamos de quemar brujas y desarrollamos la democracia porque dejamos de leer la Escritura. Pero Bailie tiene razón y su intuición nos llama a ser honestos.
En segundo lugar, la verdad que capta Bailie puede convocarnos también a la paciencia y a la esperanza. Podemos reafirmar nuestra esperanza mirando al mapa histórico más ancho. Progresamos de hecho moralmente, aun cuando ese progreso se vaya desarrollando con una lentitud agonizante, algunas veces imperceptible, a través de los siglos. No siempre parece que esté ocurriendo así, pero por fin en todas las Iglesias hay hoy menos violencia justificada en nombre de Dios que en cualquier otro momento anterior de la historia. Eso es progreso moral.
Quizás ese progreso no esté ocurriendo tan rápido como nos gustaría, pero podemos estar esperanzados por el cuadro que la historia nos proporciona: Ya no justificamos en nombre de Dios ni la esclavitud, ni la pena de muerte, ni la mayoría de las formas de desigualdad y de violencia. Sin duda todos nosotros, seamos de derechas o de izquierdas, nos sentimos frustrados ante la lentitud con que una u otra cuestión moral está progresando, pero es útil recordar que unos dos mil millones de personas (número aproximado de cristianos), con dos mil años de historia a las espaldas, tienden a moverse más bien con lentitud.
Cada edad del cristianismo ha tenido sus puntos negros en lo moral, pero también ha tenido sus santos. Nuestra edad no es excepción. Y por lo tanto tenemos buena razón para esperar que el evangelio seguirá revelándose y que el significado de la cruz, como medicina presentada en cápsulas que actúan con el tiempo, seguirá derramando más profundamente su sentido en la historia, y que todos nosotros, tanto cristianos como no-cristianos, seguiremos percatándonos, cada vez más profundamente, de que Dios no juega al favoritismo, de que no tiene acepción de personas, de que para él todos los hombres son iguales, y de que ningún tipo de violencia puede nunca justificarse en nombre de Dios.