Cuando en el siglo XXV nuestros descendientes estudien la historia del inicio del tercer milenio, se estremecerán ante el holocausto permitido por sus antepasados bárbaros que habitaban la Tierra en el año 2005. La sala central del Museo Internacional de las Víctimas de la Pobreza, con sede en el próspero Estado del Bienestar de Etiopía, estará presidida por un gran panel en el que aparecerán estos datos: a finales del siglo XX los habitantes de Europa y Estados Unidos gastaron 17.000 millones de dólares anuales en alimentos para animales domésticos, pero no lograron invertir los 13.000 millones de dólares anuales necesarios para eliminar el hambre.
En el año 2000 existía una entidad, llamada Unión Europea, que subvencionaba con 913 dólares a cada vaca de su territorio y destinaba 8 dólares a cada persona africana para ayudarla a salir de su pobreza. Los profesores del curso 2400-2401 enseñarán que la prehistoria finalizó en el año 2132, pues hasta entonces, tal como había vaticinado un Informe del PNUD allá en el lejano 2002, no se había conseguido erradicar el hambre en el mundo. A los estudiantes les costará entender por qué en aquellos tiempos prehistóricos del 2005, 70 personas tenían una riqueza superior a la renta de 1.455 millones de pobres asiáticos, por qué la financiación anual del programa mundial contra el sida y la malaria era igual a lo gastado durante medio día en una guerra ilegal contra Irak, por qué una política llamada AOD (Ayuda Oficial al Desarrollo) destinaba sólo 17 de cada 100 dólares de sus fondos a combatir la pobreza extrema.
Nadie podrá comprender en el civilizado siglo XXV por qué se tardó tanto en instaurar la Tasa Tobin, cuando ya en 1994 aquel premio Nobel de Economía había calculado que con sólo aplicar un impuesto del 0,5% a las transacciones cambiarias se habría obtenido ese año un billón y medio de dólares. Esa cantidad era más que suficiente para erradicar la pobreza en el mundo, dado que para reducirla a la mitad en 10 años sólo se necesitaban 135.000 millones de dólares anuales (el 0,5% del PIB de los países ricos en el 2005). Naciones Unidas advierte que, si no hay un cambio sustancial, "pasarán más de 130 años hasta que se haya eliminado el hambre en el mundo.
Salvo que la situación mejore, el África subsahariana no conseguirá hasta 2129 lograr la educación primaria universal, hasta 2147 reducir la pobreza absoluta a la mitad y hasta 2165 reducir la mortalidad infantil en dos tercios"
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Ante este pronóstico, una inmensa red de ciudadanos internacionalistas ha impulsado la campaña Acción Mundial contra la Pobreza (www.whiteband.org), denominada en España Pobreza Cero, para adelantar el final de la prehistoria. Desde los cinco continentes está presionando a los dirigentes del G-8, que se reúnen en Escocia el 6 de julio, para transformar la AOD, instaurar un comercio justo y cancelar la deuda externa. Lo primero que se reivindica es que la AOD se destine a la lucha contra la pobreza y la satisfacción de las necesidades sociales básicas. Aunque se triplicara la AOD actual, no se podría conseguir el objetivo de reducir a la mitad el número de pobres y hambrientos en el 2015, dado que en su distribución interna no se destina ni siquiera el 20% a esta finalidad.
En segundo lugar, se plantea la necesidad de una política de cooperación para el desarrollo a medio plazo, incrementando las partidas para productividad agraria.
Rafael Díaz-Salazar es profesor de Sociología de las Desigualdades Internacionales en la Universidad Complutense