Comparten este artículo José A. García-Monje y Manióla López Villanueva. Les da la oportunidad de expresar una experiencia cotidiana que se da anónimamente en tantas clases, cursos, conferencias. La experiencia es que la espiritualidad no se aprende en los libros sino que se elabora en el vivir cotidiano hecho, aparentemente, de monótonas rutinas, de contactos breves, en los que muchas veces funcionamos más que vivimos.
Mi aportación -tal vez más cansina en años- se unirá a la frescura y la pujanza de una espiritualidad juvenil. No se trata de diseñar una espiritualidad para héroes ni santos. Ser santo es caro, supone vías extraordinarias de acceso a Roma, y sobre todo es difícil porque tienes que hacer un buen milagro. Se trata de la espiritualidad que nos permite reconocernos santos por pura gratuidad, saber vivir milagrosamente, es decir, saber amar diariamente. Después de muchos años de esperar grandes cosas, me voy haciendo grande para vivir las pequeñas.
Diez pasos para caminar cada día
- Deseo vivir despierto cada día. La primera tarea cristiana para cada día es la de despertar, despertarse a la realidad, sabiendo que por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto para iluminar a los que vivimos en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz. Vivir despierto es saberme llamado a la consciencia. Desde toda la creación Dios me ha citado en este día con un nombre y una tarea. Un nombre para responder, una tarea para humanizar. Vivir despierto es reconocer que he sido creado para vivir este día y que el presente es el lugar de mi consciencia y de mi respuesta a Dios. Vivir despierto es la tarea de la espiritualidad, aprender a ver y contemplar; ver la realidad y contemplar el corazón de la realidad. Todo empieza ahí, en la consciencia del hombre, de la mujer, trascendida por la fe. Podrá no gustarme lo que voy a encontrar durante el día, pero lo que es, es. Lo asumo sabiendo que Dios me cita en la realidad, en la pequeña realidad de este día.
- Con paciencia histórica para vivir esperanzadamente mi tarea. La tarea de cada día hecha de trabajo, encuentros, relaciones, transportes, etc. necesita paciencia histórica, paciencia para vivir la ausencia de Dios esperanzadamente. Paciencia para realizar lo pequeño en espera de lo grande que habrá de acontecer. Paciencia para hacer acopio y aceite, de acogida, para mantener la lámpara encendida cuando el Señor tarda en venir. Paciencia histórica para ir creciendo poco a poco en la pedagogía de Dios, es decir, de aprender a reconocer que en el hombre o la mujer, en el anciano o en el niño que encuentre hoy voy a encontrarle a El. Aprender que yo soy alguien creado para ellos, un regalo que Dios les hace y tengo que reconocer que ellos vienen en el nombre del Señor para encontarse conmigo. Los rostros que encuentre en el trabajo, en la calle, puede que no me recuerden a Jesús, no importa, en la cruz el rostro de Jesús desfigurado no recordaba a Dios. Y me ha enseñado un gran maestro de la vida espiritual, Ignacio de Lo-yola, que la divinidad se esconde y aunque no me lo hubiese enseñado ya lo había notado en el vivir de cada día.
- Descubriendo agradecido quién soy. Es importante saber quién soy yo. No de una vez para siempre sino en la lenta elaboración de mi proceso de devenir persona. Para saber quién soy yo necesito amarme. Amarme para conocerme lo mejor posible, para llegar a ser un buen amigo/a de mí mismo. Una de las tareas de este día es decidir que mis actitudes y conductas expresen quién soy yo. Sólo así sabré quién es Dios al haber sido creado a su imagen y semejanza. Para saber quién soy yo hoy necesito mirar a Jesús porque, aunque le siga de lejos, soy un discípulo, un seguidor, un hombre o una mujer que va por el camino dando gracias.
- Y asombrándose de ser una persona habitada. Prescindiendo de lo grande o maravilloso que pueda hacer, yo soy alguien habitado, y por lo tanto llamado. Mi día, por mucha soledad que tenga que soportar, está invitado al diálogo. No será un monólogo sino que estará enhebrado de escucha y de palabra. Saberse, creyentemente, una persona habitada es comenzar cada día y vivirlo en relación con el Señor Jesús, con el Espíritu de Jesús. Esa relación será fecunda si transmite vida, motivaciones para vivir, esperanzas auténticas. En lo cotidiano no se me notará que soy una persona habitada pero si no lo fuese yo lo notaría. La ausencia de Dios sería doloroso, haría a veces insoportable la existencia.
- LLamada al amor, en el cual no existe lo pequeño. Al atardecer de la vida se me examinará del amor. En las pequeñas conductas de este día voy a encontrar oportunidades de dar paso en el cauce de mi existencia al amor que viene de Dios, pasa por mí y va más allá de mi pequeño yo. Para el amor no hay nada pequeño; y si existe lo pequeño requerirá más amor para ayudarlo a existir, crecer, vivir. Lo pequeño se hace grande por amor, lo cotidiano se hace asombroso cuando es epifanía del amor, lo real se transforma cuando se ama de verdad. La grandeza de mi vida no radica en lo pequeño, ni siquiera en lo que hago, sino en lo que soy y soy alguien amado y capaz de amar. Un vaso de agua dado en su nombre, una pequeña decisión, una acogida, un servicio, son gestos que salvan la vida de funcionar en lugar de vivir, de sobrevivir en lugar de existir creativamente. El corazón de mi existencia late sin cesar: ahora es el tiempo de amar.
- Que se deja enseñar por Dios. Tengo un día para aprender algo. Para decir hola o algo a alguien. El Señor que revela a los pobres y sencillos, ignorantes y cotidianos, tiene previsto enseñarme hoy algo acerca de mí mismo, de mí misma, de la vida, del hombre de la mujer. El Señor quiere revelarme hoy la sabiduría de vivir. Sabiduría para saber manejar el dolor o el gozo, la riqueza y la pobreza, el trabajo y el descanso, la soledad y la comunicación. La sabiduría de saber encontrar un hueco para la ternura, para la caricia, para la escucha, para el esfuerzo. Héroe se hace uno en un instante, santo requiere una vida que aprenda sencillamente a amar. Esto no se enseña en la universidad sino en el fluir de la existencia real de cada jornada.
- Tan pobre que sólo tengo lo que doy y sólo puedo dar lo que tenga: es decir todo mi ser. Vivir el aquí y el ahora sin agarrarme al pasado ni anticipar el futuro es vivir en la pobreza de este pequeño instante en el que sólo tengo lo que doy. No hay nada más mío que lo que soy capaz de ofrecer al otro. Y sólo puedo ofrecer lo que experimento, lo que soy: lo que Dios quiere regalar al otro por mi medio. Mi cuerpo es mi presencia aquí y ahora. Mi libertad es la energía que dirige mi cuerpo al encuentro y servicio de los demás. El día no se ha hecho para acumular posesivamente riquezas sino pora tener la libertad de compartir mi única riqueza: mi vida aquí y ahora.
- Que busca la Palabra entre las pequeñas palabras cotidianas. En los grandes discursos, sermones u homilías empleamos frecuentemente grandes palabras. La vida está hecha de pequeñas pa abras. La originalidad del cristianismo consiste en que la Palabra se hizo pequeña palabra. Se acomodó al lenguaje humano, a la existencia comunicativa de hombres y mujeres que se dicen a través de gestos, palabras sencillas, pequeñas, capaces de dar vida o de quitarla, de dar amor o defenderse en su egoísmo. Con fe y con humor gozoso tenemos que buscar la Palabra entre las pequeñas del día, un saludo, una noticia, un trabajo, un compromiso, una denuncia profética, una caricia verbal. A la humanidad no se le habría ocurrido nunca ir a buscar a Dios al taller de Nazaret existiendo como existía el templo, la religión, el culto, y mucho menos a la cruz de Jerusalén. Y sin embargo, en las palabras gozosas y dolorosos de la historia pequeña acampó la Palabra liberadora. La Palabra que redime nuestra existencia cotidiana, la da un sentido fecundo, y la siembra de esperanza infalible.
- Que tolera el trigo y la cizaña. La vida de cada día será muchas veces ambigua, grisácea, sin presentarnos tonos definitivos. Saber vivir tolerando la ambigüedad, aceptando el trigo y cizaña, es sabiduría humana y cristiana. Tenemos que aprender a vivir cuando, aparentemente, no pasa nada sabiendo que todo ha acontecido ya. Aprender a vivir sin etiquetas, sin juicios definitivos, sin interpretaciones grandiosas; sencillamente en la confesión de que somos siervos inútiles. Necesitamos aprender a convivir con la ambigua pluralidad de nuestra existencia. Con personas ni buenas ni malas, regulares; acontecimientos a los que no sabríamos calificar de buenos o malos; con conductas que revelan un proceso de crecimiento. A sabernos más que ayer y menos que mañana e incluso a experimentar pacientemente nuestros retrocesos, nuestras «caídas», nuestras debilidades, el régimen de nuestras necesidades y deseos.
- Y que al atardecer sabe decir: gracias y adiós. Sin amargura. Sabiendo que el grano de trigo si no muere queda infecundo, no da fruto, aprendemos en la vida a morir, a decir adiós, a convivir con el dolor de una ruptura, de una despedida y a saber decir gracias a todo lo que nos aportó eso que se nos marcha de entre las manos. Necesitamos toda una vida para aprender a morir vivos. El sueño cotidiano de cada noche no será ya una muerte sino un descanso en el que el corazón sigue latiendo y amando. Puede que durante el día haya encontrado dolor, ahora descubro que soy más grande que mi dolor. Mi vida, aparentemente pequeña en lo cotidiano, es mayor que lo que se ve y se toca. Y esa grandeza me viene gratuitamente de Dios. El mismo Dios que creó las trompetas del juicio para anunciar gloriosamente la salvación, me crea en lo cotidiano para vivir esperanzadamente mi crecimiento en el Amor.
La gracia de cada día
Los judios aguardaban el gran día, la llegada gloriosa del mesías… Por eso, cuando una tarde cualquiera de sábado, un ¡oven galileo les dice que hoy se cumple ante ellos todo cuanto esperan (Lc 4,21), no lo creen y no son capaces de reconocerlo.
«¿Qué estás viendo?», pregunta el Señor a Jeremías (Jer 1,11) y el profeta no ve grandes cosas, ni señales, ni tiene visiones sobrenaturales. Jeremías mira lo que tiene delante: un almendro en flor, un puchero que se vuelca, un alfarero que trabaja (Jer 18,3)… y es después de haber mirado cuando viene a él una palabra de parte de Dios.
¿Qué vemos nosotros? Gentes que trabajan, tiendas, bancos, un autobús lleno, el bar de la facultad, un panadería… pero nos parecen cosas demasiado normales y las palabras que escuchamos desde ellas son muy pequeñas como para que fueran del estilo de esas que oían los profetas: «Una cosa es lo que viene en la Biblia y otra es lo que nosotros vemos cada día». Pero resulta que, desde Nazaret, desde la historia de una ¡oven desconocida que se quedó embarazada y estuvo a punto de ser repudiada por su marido, desde que el más grande en el reino es un niño (Mt 18,4), desde que sabemos de una viuda que echó sólo dos monedas y dio más que nadie (Me 12,43); desde entonces, todo lo pequeño es transparencia del misterio de esa Palabra que nos acontece.
«Effetá»: «Abrios»
Comienza la ¡ornada, una multitud de gente camina por los pasillos del metro con la impresión de estar devorada por la prisa. ¿Qué urgencia tensa nuestros cuerpos? ¿A quién vamos buscando con tanta insistencia? ¿Cual es la sed que nos mueve? Mirar sus rostros y preguntarnos: ¿lo saben?, ¿intuyen que no van solos? Tomamos líneas diferentes, caminos sin conocernos y sin embargo, algo nos une: ser amados y buscados por Otro (Jn 14,19).
Leemos la prensa del día, vemos las noticias de la tele, casi siempre hechos desagradables. ¿Es posible que tras tantas realidades de muerte haya alguna Noticia Buena para comunicar? ¿Qué voces quieren llegarnos hoy a través del periódico?.
A veces leemos y escuchamos con avidez, más para tener información y poder utilizarla, que para dejarnos asombrar y provocar por ella; para dejarnos enseñar a rastrear en la Historia que se va haciendo en el acontecer de sus historias, como nos enseña Jesús a conocer e ir descubriendo el modo de actuar del Padre, a través de la trama cotidiana de cada una de sus parábolas.
Es desde esta luz desde donde aprendemos a ir reconociendo las «parábolas» de nuestro tiempo, que hasta en el mínimo detalle de la historia más pequeña nos hablan de Dios y nos remiten a él.
El eslogan de una valla publicitaria sobre una marca de coches dice así: «Todo cuanto hacemos nos conduce a tí». Y piensas cuantas personas «vivirán» para llegar hasta ese coche, o por unos gramos de coca, o por una compañía pagada con dinero, porque no saben qué es realmente aquello que van buscando, ni quién es el que se desvive porque nos acerquemos a descansar en él (Mt 11,28). En las calles que atravesamos a lo largo del día, en los bares, en las estaciones de trenes… no es difícil encontrarnos con rostros perdidos y ojos alterados por el alcohol o por un pico de heroína. Son rostros que nos abordan desde sus vidas sin futuro y a veces nos dan miedo. ¿Creemos de verdad en el templo de sus cuerpos? (Jn 2,19). Nuestros pies, ¿se vuelven hacía ellos o aceleran el ritmo?.
Tiempo desde dentro
Si creemos que en Otro podemos llevar paz y futuro a la vida de aquellos a los que amamos y estar con ellos, aunque se encuentren en otro lugar, entonces no estamos lejos de vivir de una Palabra que alguien nos dice hoy (Jn 17,21). Sí creemos que, en medio de las tareas de cada día, esa vida que nos pasa por dentro va creciendo, si la cuidamos un poco, y es fecundada sin que sepamos cómo (Me 4,26); si creemos que cuando vamos al cine con unos amigos hay alguien que comparte butaca con nosotros; si entre los ruidos de la ciudad somos capaces de dejarnos alcanzar por una melodía que no todos oyen, y ver «milagros» cada día, y andar buscando otros como nosotros… entonces no estamos lejos del mundo de los niños, ni de tener como ellos «amigos invisibles». El corazón se irá poco a poco preparando para recibir visitas, para creer que en el día de hoy y en cualquier parte de la ciudad nos puede salir al encuentro el amor de nuestras vidas.
Y mientras vamos de camino, esa mujer, que pronunció muy pocas palabras pero que fueron más que suficientes, nos enseñará a decir «sí», a decir que queremos intentarlo, y que queremos mirar con ella en los misterios de cada día, en los momentos de gozo, de dolor y de gloria, cuanto de vida nueva va realizando el Señor en nosotros.
Que queremos aprender a decir con Jacob: «En verdad El estaba aquí y yo no lo sabía» (Gn 28,16).