El gusto

26 de abril de 2010

    “«¿Tenéis aquí algo de comer?» Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.” (Lc 42, 41-43)

    “Jesús les dice: «Venid y comed». (Jn 21, 12). Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?»” (Jn 21, 15)

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.    
Ya nos hemos referido, por doble motivo, al sentido del gusto al contemplar el icono del Cenáculo como lugar de comunión y el significado del pez. En este caso, consideramos el hecho de comer o de cenar, que celebraron los discípulos con Jesús resucitado en tantas ocasiones, como alusión al sentido del gusto, experiencia que les valió a los Apóstoles para después acreditar que Cristo había resucitado.

“… nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la región de los judíos y en Jerusalén; a quien llegaron a matar colgándole de un madero; a éste, Dios le resucitó al tercer día y le concedió la gracia de aparecerse, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de antemano, a nosotros que comimos y bebimos  con él después que resucitó de entre los muertos.” (Act 10, 39-41)  

    Los discípulos graban en su memoria especialmente las escenas en las que han compartido con Jesús resucitado alguna comida, y les sirve para autentificar el realismo de la resurrección del Señor.

    Hoy sigue siendo posible la relación con Cristo resucitado en el sacramento de su Cena, donde quiere seguir partiendo el pan e invitarnos a beber del cáliz. El sacramento pascual por excelencia es la Eucaristía; participando de él se han forjado, a través de toda la historia de la Iglesia, los mejores testigos, los mártires.

    Santa Teresa vuelve a ser nuestra maestra pascual, con relación a la Eucaristía. “¿Quién nos quita estar con El después de resucitado, pues tan cerca le tenemos en el Sacramento, adonde ya está glorificado.” (Vida 22, 6)

“Porque si es imagen, es imagen viva; no hombre muerto, sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios; no como estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado; y viene a veces con tan grande majestad, que no hay quien pueda dudar sino que es el mismo Señor, en especial en acabando de comulgar, que ya sabemos que está allí, que nos lo dice la fe. Represéntase tan señor de aquella posada, que parece toda deshecha el alma se ve consumir en Cristo. ¡Oh Jesús mío!, ¡quién pudiese dar a entender la majestad con que os mostráis!” (Vida 28, 8)