Me envían este cuento:
Es la historia de un herrero que se entregó a Dios. Durante muchos años trabajó con ahínco, practicó la caridad, pero, a pesar de toda su dedicación, nada parecía andar bien en su vida, muy por el contrario, sus problemas y sus deudas se acumulaban día a día.
Un amigo se compadeció de sus sufrimientos y expresó su extrañeza de que, sirviendo tan bien a Dios, sufriera tanto. El herrero contestó: "En este taller yo recibo el acero aún sin trabajar, y debo transformarlo en espadas. ¿Sabes tú cómo se hace esto? Primero caliento la chapa de acero a un calor infernal, hasta que se pone al rojo vivo; enseguida, sin ninguna piedad, tomo el martillo más pesado y le aplico varios golpes, hasta que la pieza adquiere la forma deseada; luego la sumerjo en un balde de agua fría, y el taller entero se llena con el ruido y el vapor, porque la pieza estalla y grita a causa del violento cambio de temperatura. Tengo que repetir este proceso hasta obtener la espada perfecta; una sola vez no es suficiente."
El herrero hizo una pausa y continuó: "Sé que Dios me está colocando en el fuego de las aflicciones. Acepto los martillazos que la vida me da, pero la única cosa que pienso es: Dios mío, no desistas, hasta que yo consiga tomar la forma que tú esperas de mí."
Mi comentario a este cuento:
Muy bello cuento. Pero mucha gente que sufre me escribe en su sufrimiento, y cuando el sufrimiento es fuerte y real, los cuentos no ayudan mucho. Me objetan contra el cuento del herrero y otros semejantes: Si Dios quería que yo fuese espada, ¿por qué no me hizo espada desde el principio en vez de atormentarme a golpes? Los cuentos bellos y bien intencionados como éste, valen para contárselos a otros cuando nosotros no sufrimos. Pero no explican el sufrimiento.
El sufrimiento verdadero -y hay muchísimo sufrimiento profundo en el mundo- no tiene respuesta, y yo huyo de las respuestas fáciles. Hace años encontré a un sacerdote que había tratado de consolar a muchos con consideraciones e historias como la del herrero, que hay muchas y muy bellas.
Luego le tocó a él en su vida una pena grande, y me dijo: "Una cosa he sacado de esta prueba: Nunca jamás volveré a tratar el sufrimiento con explicaciones facilonas." No me he olvidado de aquello. La única ayuda que conozco es acompañar al que sufre. Es lo que hizo Jesús con nosotros. Sufrir con nosotros. Pero queda la pregunta: ¿Y por qué hemos de sufrir nosotros para empezar? Sigue siendo un misterio. Y ante el misterio sólo queda la aceptación, la compasión y el silencio. Espero lo entenderás.