I. Meditación
«Haremos cuanto dice Yahvé» (Ex 19,8)
El verdadero creyente es el pobre, el que reconociendo la propia limitación ha si-tuado el centro de su existencia fuera de sí. Creer es vaciarse de la supuesta auto-consistencia o autosuficiencia, para adquirir la consistencia que viene de Dios, el que tiene verdadera entidad y del cual todas las criaturas la reciben. El creyente reconoce con agradecimiento que hay un humus del que su ser se nutre, un suelo firme en el que su ser se apoya y afianza.
Para el judío este suelo nutricio se llama Yhavé, el consistente y el que hace existir -según un razonamiento filológico quizá no exento de violencia, pero deseoso de expresar condensadamente una experiencia religiosa y una profunda reflexión teológica-. Por diversos influjos culturales, el judaísmo de diáspora tradujo Yhavé por Kyrios (=Señor), enriqueciendo la fe veterotestamentaria con elementos de los "Kyriori" del mundo griego y de la correcta conducta humana ante ellos. Indudablemente tal título llevaba también connotaciones de la estructura social de la época, en la que los amos (Kyriori) viven por sí y para sí, mientras que los siervos viven por y para sus señores.
El fiel israelita aprende muy pronto que el hombre vive «de toda palabra que sale de la boca de Yhavé» (Dt 8,3) y que en obedecer o no a Yahvé se juega la vida o la muerte (Dt 27-28). Particularmente brilla sobre el pueblo una promesa de realización: «si sigues sus caminos (…) te consagrará como pueblo suyo, según te ha jurado, y todos los pueblos de la tierra verán que el nombre de Yhavé está sobre tí» (Dt 28,9s). Dependencia, protección, obediencia, intimidad son diversas traducciones de la alianza entre Yhavé y su pueblo Israel. En honor del Señor-Yhavé el pueblo celebrará fiestas y liturgias, ritos de expiación por las desobediencias, y a él se acogerá en los momentos de peligro:
«como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores, así están nuestros ojos en Yahvé, nuestro Dios, esperando su misericordia» (Sal 123,2). El Señor de Israel no es sólo el soberano; es también el compasivo, el lleno de entrañas de misericordia y preocupado por el bien del hombre. Por eso el israelita levanta hacia él sus ojos (Sal 123,2), se acoge a él (Sal 31,2; 71.1) y se atreve a pedirle que incline el oído y le escuche (Sal 86.1;88,3).
«Para nosotros hay un solo Señor, Jesucristo» (1 Cor 8,6b)
Para los seguidores de Jesús, el señorío de Yahvé -que ahora se llama el Padre- ha sido transferido al Hijo. Jesús es aquel a quien todo «ha sido dado por el Padre» (Mt 11,27), a quien «se ha dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). La expresión joanea «yo y el Padre somos una misma cosa» (Jn 10,30) tiene su equivalente en las comunidades paulinas en la fórmula elemental de fe «Jesús es Señor» (ICor 12.3;Flp2.1 l;Rm 10,9).Como en otro tiempo solamente por Yhavé se podía jurar y sólo ante él era lícito doblar la rodilla, ahora, «al nombre de Jesús toda rodilla se dobla, y toda lengua proclama…» (Flp 2,11; cf. Is 45,23). En otros tiempo, el pueblo elegido hambreaba el acercamiento de su Dios («Oh, si tú rasgases los cielos y bajases», Is 63,19); ahora el nuevo pueblo invoca a Jesús con la fórmula «Maraña tha» (ICor 16,22).
Ese señorío de Jesús para con su iglesia no se queda en fórmulas, sino que da lugar a una espiritualidad peculiar. Pablo enseña sus Fie-les a que vivan «para el que murió y resucitó por ellos» (ICor 5,15), en vez de vivir para sí. El mismo procura no predicarse a sí mismos, «sino a Jesucristo como Señor y a nosotros como siervos vuestros por causa de Jesús» (2Cor 4,5). Por eso Pablo está dispuesto a morir «por el nombre del Señor Jesús» (Hch 21,13; cf, 20,24), y los fieles de Cesárea, reconociendo esa soberanía, con una frase que hará fortuna en la tradición cristiana, exclaman confiadamente: «hágase la voluntad del Señor» (Hch 21,14).
Desde entonces, toda oración cristiana lleva el sello del reconocimiento de Jesús como Señor: «por Jesucristo nuestro Señor». Nuestro acercamiento al Padre es por su Hijo. La fe cristológica confesada informa las actitudes de todo el que levanta sus ojos al Dios de Jesús.
El Señorío del Hijo del Hombre. «Necedad para los gentiles» (ICor 1,23)
«Entre vosotros no ha de ser así», enseña Jesús a los suyos condenando inconfundiblemente la opresión ejercida por los grandes de este mundo (Me 10,42s). Quizás el título de «Hijo del Hombre» sea el único aceptado por Jesús de entre las muchas designaciones mesiánicas que encontramos en el Nuevo Testamento. El trasfondo veterotestamentario es bien claro: la extraña aparición, descrita en Dn 7,13. de una fura celeste, a la que se le da realeza y poder. Jesús combinará las características de ese Hijo del Hombre soberano con las del Siervo de Yhavé isaiano: el abajado, el pobre, el derrotado. Desde una situación semejante ejercerá Jesús su "exousía". Ese Hijo del Hombre, cuyo destino es «padecer mucho y ser despreciado» (Me 9,12), ser «entregado en manos de los hombres» (Me 9,31) o «en manos de los pecadores» (Me 14,41), es el que «tiene poder para perdonar los pecados» (Me 2,10) y autoridad para dispensara sus discípulos de la intocable disciplina sabática (Me 2,27-28).
Aquí es donde reside la locura cristiana, en la aceptación como Señor de este "peculiar Señor". Los judíos no pueden tolerar que se confiese como Señor y Mesías a un maldito; y Jesús lo fue según la vieja declaración de Moisés: «Dios proclama maldito al que cuelgan de un árbol» (Dt 21,23). Quienes "entienden" de la ley de Yahvé tienen que rebelarse ante la confesión de fe cristiana. Y los griegos saben también distinguir entre honor y oprobio, entre prestigio y vergüenza. El que confiesa "kyrios" a un fracasado es un insensato (cf.lCor 1,21-23). Pero la sabiduría de Dios tiene características propias, y lo que de ella merecería ser llamado locura es más sabio que toda sabiduría humana (ICor 1,25).
En cristiano se confunden el poder y la debilidad. El creyente no se deja amedrentar por las amenazas de un tirano, pero su corazón da un vuelco ante el lamento de un enfermo, la queja de un explotado, o el gemido desgarrador del que suspira por una vida simplemente humana y no la alcanza. Esta es la estimativa nueva, desconcertante, de quienes confiesan como Señor a un Hijo de Hombre que tiene forma de siervo (Flp 2,7).
Del sábado "fiesta" al sábado "corsé"
En todo grupo humano existen autoridades intocables, instancias cuasi-sagradas. Incluso cuando más presumimos de libres y liberados si no nos vigilamos a fondo, podemos vivir bajo la opresión de ídolos, de seudo-señores que ejercen un señorío real y atenazante. Hasta las mismas instituciones religiosas, nacidas como fuente de libertad y de experiencia de gozo, pueden deformarse, convertirse en camisa de fuerzas o fuente de opresión, y, sobre todo, desviar la finalidad a que se orientaban y presentarse ellas mismas como fin. Esto sucedió en Israel con gran número de expresiones religiosas, al crecer en exceso la legislación en torno a las mismas.
Típico del profeta es refrescar, reencontrar el sentido primigenio de lo que se lleva entre manos, liberándolo de su degradación y de su poder degradante. Bueno era el culto establecido en Israel, pero llegó a ejercerse mecánicamente y sin la correspondiente pureza de corazón. Por eso hablará Isaías en nombre de Yahvé: «¿Por qué entráis a visitarme? ¿Quién – pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios? No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable» (Is 1,12-13). Dios mismo se expresa como oprimido por unas prácticas religiosas que, al ocupar la mente y el corazón del israelita, le han incapacitado para buscar en profundidad la voluntad de quien pactó con Israel la alianza.
Por lo que se refiere al sábado, «el decreto del Éxodo (34,21) buscaba al mismo tiempo el respeto a Dios y el descanso del hombre, no una nueva forma de esclavitud. En todas las páginas de la Escritura permanecía esta visión noble y positiva del día de Dios: era un día de fiesta (Os 2,13; Is, 1,13), fiesta en que la alegría humana se unía a la religiosa (Núm 28,3). Era el día de la asamblea comunitaria, apto para consultar a los profetas, para reunir amistosamente a todos los miembros de la familia, para ofrecer a Dios sacrificios especiales, para recordar la alianza que Dios ha hecho con el hombre (Is 56,4-6).Pero toda esta zona de gozo, descanso, amistad y servicio, se había sumergido, por obra y gracia de los fariseos, en un complejo tal de preceptos que la alegría había quedado aprisionada entre tan espesa red. Existían dos libros enteros (Shabbath y Erubin) dedicados a recopilar todas las prescripciones referentes al sábado, con nada menos que 39 grupos de actos prohibidos en ese día». (1)
La originalidad profética de Jesús, su apuesta por Dios y por el hombre, no le permite contemplar con indiferencia la gran aberración de dar culto a los instrumentos de culto, el engaño de quienes creen haber alcanzado a Dios porque han vislumbrado una zona de su morada.
«Se me ha dado todo poder» (Mt 28,18)
Jesús, en toda su humildad y actitud de servicio, no se achica ante los "señores" que oprimen a su pueblo. Su conciencia de cercanía al Padre, al autor de la ley y soberano de su interpretación, le coloca por encima de los rabinos: «habéis oído que se dijo… pero yo os digo». Su interpretación del libro y de la tradición de Israel es más autorizada. El entiende a Dios como el gran garante de la libertad y vida del hombre, dones que hay que recuperar y desenterrar de la escombrera de un legalismo duro y desviado.
En el pasado hubo personajes que ejercieron autentica irradiación sobre Israel y sobre pueblos paganos; frente a ellos Jesús se atreve a afirmar: «aquí hay algo que es más que Jonás… más que Salomón» (Lc 11,31s). Su atención a la voluntad del padre le lleva a relativizar las instituciones: «aquí hay algo que es más que el templo» (Mt 12.6). Por eso ST.’ atreve a revisar también el sentido del sábado, el día santificado y bendecido por Yahvé, y en el que el mismo Yahvé descansó (Cf. Gn 2,2-4): el día establecido por el Dios de la alianza para que el pueblo se lo dedique (Cf. Lev 23.3). En realidad Jesús se concede la libertad de tocar donde sólo Dios toca, y esto escandaliza: «por ninguna obra buena te intentamos apedrear, sino por la blasfemia, porque tú, siendo hombre, te haces Dios» (Jn 10.33).
En realidad también los maestros de Israel legislaban, interpretaban y establecían excepciones y dispensas; tocaban las cosas de Dios. y no por esto eran tildados de blasfemos. Pero la acción de Jesús es de mayor envergadura: no modifica los detalles, sino que descubre las raíces, renueva, saca de la rutina, sustituye la cascara por el interior; y confiesa que él no hace sino lo que ve hacer al Padre (Jn 5,19). Una rara y frecuente enfermedad de la religiosidad humana es poner límites a la acción de Dios, permitirle todo excepto que sorprenda, que renueve y desconcierte, que muestre caminos nuevos cerrando la vuelta a los ya transitados.
El discípulo elevado a la categoría de señor
La paradoja domina todo el hablar y actuar de Jesús. El condena a los reyes y señores de la tierra porque ejercen su autoridad con lógica (Le 22.25). pero considera correcto que los discípulos le llamen maestro y señor (Jn 13,13: «decís bien, porque lo soy»). Pero ofrece otro modo de realizar tal soberanía: sirviendo a los suyos (Me 10,45), lavándoles los pies (Jn 13,14), menguando para que ellos crezcan…
Jesús. Señor del sábado, no reivindica esa categoría en provecho propio. Porque él es Señor del sábado, sus discípulos también lo son. David utilizó su autoridad en favor propio y de los suyos (cf.Mc 2,26); Jesús, solamente en favor de sus discípulos. El adverbio también de la redacción marquina no sirve solamente para unirá Jesús con Yahvé, ambos por igual Señores del sábado, sino también para añadir el sábado a los seis días precedentes y declarar al hombre señor de todos ellos, «también del sábado» Jesús lo deja claro en su afirmación de que «el sábado se hizo en función del hombre» (Me 2.27).
Acercarse a Jesús, aceptar su señorío, lleva a ser libre, a recuperar aliento y amplitud de movimientos. Ante el poder humano es frecuente verse obligado a vivir como siervo (por imposición) o actuar con servilismo (por hipocresía o por momentánea conveniencia). La autoridad de Jesús es la que no pesa ni oprime: no explota, sino que libera, impulsa, estimula: es la auctoritas que auget: hace crecer. Por eso mismo, de lo que el seguidor de Jesús no se libra es de ejercer su libertad con discernimiento, de tomar decisiones libre y responsablemente, con lucidez, buscando no la ley de Dios sino sobre todo su voluntad. El hombre que se acerca a Jesús se hace más hombre, más libre y responsable. Pero no es una responsabilidad ansiosa y torturante, sino distendida, llena de confianza y de paz. Por eso Jesús llama a sí a los cansados y agobiados (cf. Mt 1 l,28s); y el pueblo, ante tal bocanada de aire fresco, no puede sino exclamar que «Dios ha visitado a su pueblo» (Le 1,68; 7,16).
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(1) J.L. MARTIN DESCALZO, Vida y Misterio de Jesús de Nazaret. Ed. Sigúeme. Salamanca, 1989; p. 490-491.
(2) Este parece ser el sentido primigenio de la afirma-ción de Jesús. Cf. R.PESCH, Das Markusevangeiium, I. ed. Herder. Frei-Ba-W¡e, 1976; p.185-186.
II. Resonancias
Para mi reflexión
- El Señorío de Jesús puede estaren liza con el señorío de otros dioses o ídolos (¡ Y el ídolo puedo ser yo!)
- Yahvé era un Dios celoso. Jesús no puede soportar "co-regencias". Peligro de todo intento de componenda.
- Formas externas, "’sábado bien observado", pueden arropar mediocridad consentida.
- La felicidad y autorreali/ación proceden de la unificación inlegradora. En nuestro caso un solo posible centro: Él.
Cristo
Si Cristo no va contigo no subas a la colina: no subas, no, que se agrieta si la pisas.
No vavas sin El ai huerto, al huerto ele blancas lilas; no vayas, no. que en sierpes se trocarían.
No te metas en la mar
si El no sube a tu barquilla:
si El no sube.
un ascua la mar se haría.
No pienses si está El ausente, no pienses ni nada digas: que sin Él, todo es sombra y es mentira.
Si Cristo no está contigo, teme y solloza, alma mía; ¡que sin Cristo todo es nada y hasta los montes vacilan.’
(M. González del Valle)
Para diálogo en comunidad
* Nuestro proyecto comunitario: ¿forma fresca para una fidelidad actualizada, o signo de comodidad rutinaria?
* ¿Damos entrada al espíritu profetice que sugiere caminos nuevos, o nos pueden los temores ante lo no experimentado? (¿Suena mucho lo de "más vale pájaro en mano…. más vale malo conocido….?).
* Nuestra normativa usual, ¿da alas, o pone cepos’.’¿Está sostenida por el amor a las perso-nas, o a los ideales? ¿a lo que ellas son, o a lo que pudieran ser’.’
Romero solo
Ser en la vida
romero.
romero sólo í/ue cruza
siempre por caminos nuevos;
ser en la vida
romero,
sin más oficio, sin otro nombre
y ,v//i pueblo..
ser en la vida
romero…romero…sólo romero.
Que no hagan callo las cosas
ni en el alma ni en el cuerpo..
pasar por todo una vez,
una vez sólo y ligero, siempre ligero.
Que no se acostumbre el pie
a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa,
ni la losa de los templos.
para que nunca recemos
como el sacristán
los rezos,
ni como el cómico
viejo
digamos
los versos.
Para enterrar
a los muertos como debemos cualquiera sirve, cualquiera… menos un sepulturero.
Un día todos sabemos hacer justicia:
tan bien como el rey hebreo,
la hizo
Sancho el escudero
y el villano
Pedro Crespo….
Que no hagan callo las cosas
ni en el alma ni en el cuerpo…
pasar por lodo una vez,
una vez sólo y ligero, ligero siempre ligero.
(León Felipe)