Hace varios años, Mel Gibson produjo y dirigió una película que gozó de una espectacular popularidad. Titulada “La Pasión de Cristo”, la película representa el itinerario pascual de Jesús desde el huerto de Getsemaní hasta su muerte en el Gólgota, pero con muy fuerte énfasis en su sufrimiento físico. La película muestra muy gráficamente lo que alguien que estaba siendo crucificado podía haber tenido al ser físicamente golpeado, torturado y humillado.
Mientras la mayoría de los grupos de la Iglesia aplaudieron la película e indicaron que por fin alguien hacía una película con la verdadera representación de los sufrimientos de Jesús, muchos estudiosos de la Biblia y escritores espirituales fueron críticos con la película. ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo mostrar al fin y gráficamente la sangre y las heridas de la crucifixión, que ciertamente debió de haber sido bastante horrible?
Lo que tiene de malo (o, mejor quizás, de inconveniente) es que esto es precisamente lo que no hacen los relatos del evangelio sobre la muerte de Jesús. Todos los cuatro evangelistas se esmeran en no fijar la atención en los sufrimientos físicos de Jesús. Sus descripciones de esos sufrimientos físicos son sorprendentemente breves: “Lo crucificaron con los dos criminales”, “Pilato mandó azotar a Jesús y lo entregó para ser crucificado”. ¿Porqué tal brevedad en esto? ¿Por qué no hay una descripción detallada?
La razón por la que los evangelistas no nos centran la atención en lo que Jesús estaba sufriendo físicamente es que ellos quieren que nosotros pongamos la atención en otra cosa, a saber, en lo que Jesús estaba sufriendo emocional y moralmente. La Pasión de Jesús es, en su verdadera profundidad, un drama moral, no físico: el sufrimiento de uno que ama, no el de un atleta.
Así, vemos que, cuando Jesús está anticipando su Pasión, la ansiedad que él expresa no es sobre los latigazos que le golpearán o los clavos que le taladrarán sus manos. Él está apenado y ansioso más bien por la soledad que va a afrontar, cómo será traicionado y abandonado por aquellos que declaran amarlo, y cómo será, en la maravillosa fraseología de Gil Bailie “por unanimidad el menor”.
Que la Pasión de Jesús es un drama de amor es también evidente en su contexto. Empieza con él sudando sangre en un huerto, y acaba con él siendo sepultado en un huerto. Jesús está sudando sangre en un huerto, no en un ruedo. ¿Qué sugiere un huerto?
En simbolismo arquetípico, los huertos no son para el cultivo de hortalizas ni siquiera de flores. El huerto es para los amantes, el lugar para experimentar deleite, el lugar para beber vino, el lugar donde Adán y Eva estaban desnudos y no sentían vergüenza, el lugar donde uno hace el amor.
Y así, los evangelistas colocan el comienzo y el final de la Pasión de Jesús en un huerto para recalcar que es Jesús como amante (no Jesús como rey, o mago, o profeta) el que está experimentando este drama. ¿En qué consistía propiamente el drama? Cuando Jesús está sudando sangre en el huerto y pidiendo a su Padre que le libre de tener que “beber el cáliz”, la verdadera opción a la que se está enfrentando no es: “¿Me dejaré morir o invocaré el poder divino para que salve mi vida? Más bien la opción fue: “Cómo moriré? ¿Moriré airado, amargado y cerrado al perdón, o bien moriré con un corazón comprensivo y perdonador?”
Por supuesto, nosotros sabemos cómo Jesús resolvió este drama, cómo escogió el perdón y murió perdonando a sus verdugos, y cómo, en toda esa oscuridad, se mantuvo sólidamente dentro del mensaje que había predicado su total ministerio, esto es, ese triunfo del amor hasta el final, de la comunidad, del perdón.
Por otra parte, lo que Jesús hizo en ese gran drama moral es algo que damos por hecho es para imitar más bien que para admirar simplemente, porque ese drama es finalmente el drama del amor en nuestras propias vidas, que nos lo presenta de incontables modos. A saber:
Al final de nuestras vidas, ¿cómo moriremos? ¿Estarán nuestros corazones airados, tensos, duros y amargos ante la injusticia de la vida? ¿O estarán indulgentes, agradecidos, empáticos, afectuosos, como estaba el corazón de Jesús cuando dijo a su Padre: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”?
Además, esta no es precisamente la única y mayor opción que afrontamos en la hora de la muerte; es también una opción que afrontamos a diario, muchas veces al día. En incontables ocasiones de nuestras diarias relaciones con otros -nuestras familias, nuestros compañeros, nuestros amigos y la amplia sociedad-, sufrimos momentos de frialdad, malentendidos, deslealtades y violación positiva. Desde la indiferencia por parte de un miembro de la familia a nuestros entusiasmo, hasta un sarcástico comentario que se lanza para herirnos o una grosera deslealtad en nuestro lugar de trabajo siendo víctima de un prejuicio o abuso; nuestras mesas de cocina, nuestros lugares de trabajo, nuestros recibidores y las calles donde compartimos con otros… todos son sitios donde experimentamos a diario, de manera sencilla o intensa, lo que en el huerto de Getsemaní sintió Jesús, el menor por unanimidad. En esa oscuridad, ¿nos desprenderemos de nuestra luz? Ante el odio, ¿nos desasiremos del amor?
Ese es el verdadero drama de la Pasión de Cristo; y las cuerdas, azotes y clavos de ninguna manera son lo central del drama.