Todo el mundo ansía conocer algo que es secreto, conocer algo que otros no saben, pero que tú sí, y cuyo conocimiento te da alguna visión y ventaja sobre otros que están fuera del círculo interior de ese secreto. Siempre ha sido así. Históricamente, esto se llama “gnosticismo”, que siempre hace su aparición de una forma u otra.
En nuestra sociedad, hoy vemos esto largamente en la inmensa popularidad de libros como El Código da Vinci y La profecía celestina. Su cebo está cabalmente en el indicio de que hay secretos que una pequeña élite de personas saben que contienen una importante información que altera la vida y que nosotros, los no iluminados, ignoramos. Nuestro afán, por supuesto, es estar dentro de estos círculos especiales. Vemos esto cotejado a veces en círculos religiosos en la gente superfascinada con revelaciones privadas de diferentes autoproclamados místicos, en libros especiales que alegan manifestar nuevas revelaciones críticas de la Bienaventurada Virgen María, y en el desmedido interés mostrado en cosas como “el tercer secreto de Fátima”. El “gnosticismo” tiene muchas capas.
A primera vista, Jesús, en el evangelio de Marcos, parece estar reticente a esta suerte de secretos. Nos dice que hay un secreto abierto a nosotros y que, si es conocido, nos pone en un especial círculo de iluminación y comunidad. En Mc. 4, 11, dice a sus discípulos: A vosotros se os da conocer el secreto del Reino de Dios, pero a los de fuera, todo en parábolas. Claramente, aquí Jesús está distinguiendo entre dos círculos: Uno que comprende el secreto y, por tanto, está dentro, y el otro que no comprende el secreto y, por tanto, está fuera. Parece que Jesús está diciendo que, siguiéndole a él, podemos estar o dentro o fuera, dependiendo de si comprendemos o no cierto secreto. Los genuinos discípulos son aquellos que (en terminología de hoy) “lo captan”, y aquellos que “no lo captan” permanecen fuera. Pero, ¿de qué parte estamos nosotros, dentro o fuera? Más importante, ¿cuál es el secreto?
Para Jesús, el secreto es la cruz; esa es la profunda sabiduría que necesitamos comprender. Si entendemos la cruz, todo lo demás que enseña Jesús tendrá sentido. Por el contrario, si no entendemos la cruz, todo el resto de lo que Jesús enseña no tendrá sentido. Comprender el significado de la cruz es el secreto de todo. Pero, ¿cómo, más concretamente, se debería entender esto? ¿Cuál es el profundo secreto que yace dentro de la cruz de Jesús? En esencia, ¿qué necesitamos para entenderlo?
Varios comentaristas bíblicos responden a esto de maneras diferentes y complementarias. Para algunos, significa comprender la sabiduría que se revela en la cruz. Para otros, significa entender el quebrantamiento de Jesús en la cruz. Aun más, para otros, significa entender la invitación que está en la cruz, que nos ofrece vivir hasta el fin las demandas de esa cruz. Cada una de estas, a su modo, apunta al más profundo secreto de todos que hay dentro del entendimiento humano, a saber, que entregando el amor en total autosacrificio, a costa de humillación, quebrantamiento y muerte, nosotros mismos llegamos a lo que es más profundo y completo en la vida.
Pero, a diferencia de todos los secretos gnósticos, antiguos y contemporáneos, este es un secreto abierto, disponible a todos y, paradójicamente, más accesible a los “pequeños” y los pobres, y más escondido a los “sabios y entendidos”. Jesús apunta que no tiene secretos escondidos, volviendo a insistir una y más veces, que él sólo habla abiertamente y en público, nunca en secreto, sino en las sinagogas y en las plazas. Jesús no tiene secretos escondidos, sólo secretos abiertos que nosotros dejamos de comprender.
Curiosamente, vemos que, en los evangelios, comprender el secreto de la cruz no es algo que hacemos una vez por todas. A veces lo entendemos, y estamos dentro del círculo de la comprensión; y a veces no lo entendemos, y estamos fuera del círculo de su comprensión. Por ejemplo, después de que Pedro niega a Jesús durante la pasión, los evangelistas nos dicen que “Pedro salió afuera”; y están refiriendo mucho más que una simple salida por alguna puerta del patio. Negando que él conocía a Jesús y no yendo a asumir el peso de lo que sucedería si permanecía fiel, Pedro estaba saliendo del círculo del discipulado y de una verdadera comprensión de la vida. Su negación de Jesús le pilló “afuera”. Nosotros también, en nuestro seguimiento de Jesús, a veces salimos afuera cuando asentimos a la tentación o adversidad. Pero entonces, si nos arrepentimos de nuestra traición, como Pedro, podemos volver “adentro”.
Hay diferentes modos como podemos entrar a una comprensión del mensaje de Jesús y tratar de apropiarlo para nuestras vidas; pero pocos, quizá ninguno, nos lleva tan inmediatamente al centro y hace la invitación de Jesús en el evangelio de Marcos a captar y aceptar la sabiduría de la Cruz.