El ser humano nace de una relación. Está diseñado para vivir en relación. Sin relaciones filiales no podría existir. El cerebro humano es social y relacional. La necesidad y capacidad básica de los seres humanos es la de recibir y dar amor. Partiendo de ese fundamento, una de las relaciones humanas más humanizadoras es la relación conyugal de amor. El afecto conyugal hace nacer y crecer lo mejor de cada persona. La más honda generosidad y reciprocidad se ejercita en el dinamismo de la vida conyugal. Esto no sucede automáticamente. La relación puede convertirse en lucha de poder, en competitividad por el afecto, en destrucción de la persona del cónyuge. Cuando la relación conyugal es una “estructura de gracia” tiene estas características:
1. Fiables
Las relaciones nacen de la fe recíproca: creo en ti; creo en tu amor. Me fio de ti, pase lo que pase, y me hagas lo que me hagas.
2. Fieles al proyecto común
En el noviazgo ha ido naciendo un sueño común; se ha constatado la coincidencia de expectativas sobre la vida; se ha contrastado la sintonía de los valores y motivaciones que dan sentido a la vida de cada uno… El noviazgo constituye también una memoria común. En esa situación de noviazgo suele ser muy atractivo dar a conocer la memoria de cada uno, los lugares donde ha transcurrido su vida, las personas y amistades que han entrado en el tejido de la misma, paisajes, músicas, lugares. Se comparten los recuerdos y se construye una memoria común.
3. Formados
Para vivir una relación conyugal es menester estar formado personalmente, es decir, ser capaz de saber quién se es, lo que se quiere; ser capaz de decisión libre. No ya la libertad que se simboliza en el letrero del “taxi-libre” que señalaría la libertad de indiferencia, sino la libertad de compromiso. El que se casa tiene que ser capaz de prometerse y comprometerse con la otra persona. Si eso falta, no hay verdadera relación matrimonial.
4. Festivos
El amor pide celebración. No se puede privatizar ni esconder. Requiere aire fresco. De hecho, está articulado con distintos rituales, que significan pasos de crecimiento en el amor mutuo. Celebraciones íntimas y celebraciones ruidosas. La experiencia del verdadero enamoramiento transforma la retina con la que se perciben los acontecimientos, las personas, las calles. Todo se percibe lleno de luz y de vida. Produce una alegría desbordante.
5. Fecundos
La fecundidad afecta, en primer lugar, a los cónyuges mismos; es una experiencia de renovación y renacimiento; afecta y caracteriza a la relación; las dos personas que se aman hacen la experiencia de que se comunican energía una a otra. El esplendor de la relación es más que la mera suma de los dos. Esa fecundidad es social y espiritual Y es también física en forma de paternidad/maternidad.
6. Fascinados
La pasión por el otro y por la propia relación confiere grandes energías a cada uno. Descubren su singularidad, sus ganas de vivir. Se saben portadores de un gran proyecto de relación y de felicidad; se saben con una vocación a ser feliz cada uno ayudando a ser feliz a la persona del cónyuge. Este camino hacia la realización plena del proyecto pasa por muchas vicisitudes; no es un camino trillado. Tiene dificultad. También aquí “la gracia es cara”. Se requiere capacidad de resistencia al cansancio y a la desilusión. Como en el retorno de Ulises a Ítaca, existen muchas sirenas que amenazan con hechizarte si escuchas y te acercas.
7. Felices
Es en la relación amorosa donde se satisfacen las necesidades básicas de los seres humanos: dar y recibir amor, dar y recibir confirmación, experimentar que se es de alguien y sentir los vínculos de pertenencia. La felicidad personal pasa por la relación de personas adultas que viven la intimidad y la responsabilidad al mismo tiempo.