El miedo a molestar : ¿delicadeza o egoismo?

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.    Existe un miedo -un tembloroso miedo- a molestar y, sobre todo, a herir, que es una forma de delicadeza, de respeto y, en definitiva, de caridad teologal. Pero, hay otro miedo a molestar, que es cobardía, simple temor a quedar mal o a complicarse la vida, a perder la propia tranquilidad o a incomodar a alguien, diciéndole abiertamente lo que no es correcto, lo que no está haciendo bien o lo que simplemente está haciendo mal. En última instancia, este miedo a molestar es verdadero egoísmo, porque es falta de amor verdadero. Pues el amor auténtico no es, sin más, complaciente o mera condescendencia. El verdadero profeta, por ejemplo, está siempre entre dos fuegos. Habla a los hombre en favor de Dios; y habla a Dios en favor de los hombres. Por eso, con frecuencia le falta el ‘consuelo’ del cielo y también el de la tierra. Desde luego, no ‘disfruta’ nunca haciendo sufrir, no lo desea, ni lo pretende ni lo busca jamás. Pero, muchas veces, no lo puede evitar, urgido por su conciencia y por un amor lúcido a aquellos mismos a los que, de hecho, molesta y hace sufrir. Y resulta que, en ese caso, es él de verdad quien más sufre. Habla siempre palabras sinceras y cordiales -habla siempre "al corazón", como recomendaba San Juan de la Cruz1-, llamando a las cosas por su nombre, sin caer nunca en el eufemismo del lenguaje, aunque esas plabras resulten, más de una vez, incómodas y hasta ‘hirientes’ para quien las escucha. Dejar de decirlas, no sería actuar a impulsos del amor, sino del ‘desamor’, del egoísmo, que se traduce en cobardía. Ya Santa Teresa se lamentaba, en su tiempo, de la falta de sinceridad y de valentía de los mismos predicadores. Y confesaba: "Hasta los predicadores van ordenando sus sermones para no descontentar. Buena intención tendrán, y la obra lo será; más, así, se enmiendan pocos"2.

El ejemplo de Jesús, en su abierta y durísima polémica con los escribas y fariseos, es altamente aleccionador. En ningún momento, se deja llevar de la impaciencia, del resentimiento y, menos aún, de una enemistad o del rencor. Por otra parte, Jesús no comienza polemizando, sino acercándose a ellos, tendiéndoles la mano, en una actitud de clara belevolencia e incluso de simpatía. Son varias las veces que los Evangelios nos dicen que Jesús comió con los fariseos3, conociendo muy bien el profundo sentido ‘religioso’ que tenían esas comidas. Sólo cuando vio que "no querían entender"4, que se tapaban los oídos para no ver y los ojos para no oír, que les faltaba limpieza de corazón y hambre y sed de justicia, que se cerraban de banda en su propios prejuicios personales y en su hipocresía, Jesús pasó directamente a la ofensiva, a la lucha sin cuartel, al ataque directo, con invectivas tremendas, con palabras durísimas, condenando sin ambages, y hasta públicamente, su mentalidad y su comportamiento5.

¿Cómo se explica esta extraña y sorprendente actitud de Jesús? ¿A qué obedece, en definitiva? ¿Cómo podría justificarse y calificarse? Creo que la mejor denominación de esta actitud sería llamarla sencillamente amor dolorido. La actitud de Jesús es amor y sólo amor. Pero amor sacrificado, verdaderamente doloroso y dolorido. Es que a Jesús, que ama de verdad a los fariseos y a los escribas, con amor personal, gratuito yentrañable -como ama a todos y a cada uno de los demás- le duele en lo más vivo que los fariseos y los escribas y, en general, los dirigentes religiosos de Israel, los representantes oficiales de Dios y de la Ley, tengan una actitud tan cerrada y un comportamiento tan hipócrita y hayan caído en un atroz legalismo, privando de vida y de espíritu la misma Palabra de Dios y el mismo culto religioso. Jesús, por amor a los mismos a quienes tan duramente criticaba, emplea palabras duras y cortantes como espadas, con la intención y el deseo de que les sirvan de revulsivo interior y susciten en ellos la conversión y el arrepentimiento y, en definitiva, les lleven a la salvación. No es, pues, polémica o rechazo de persona a persona, sino de persona a mentalidad, de persona a comportamiento, de persona a actitud, justamente por amor a la persona, a fin de que la persona se convierta y se salve. Además, como esa actitud y ese comportamiento de los escribas y fariseos estaban oprimiento a los otros, echando sobre ellos cargas insoportables y manteniéndolos esclavizados por un legalismo sin alma, la actitud de Jesús suponía y era, para los otros, liberación de esa pesada y abrumadora carga y, por lo mismo, entrañable amor.

El verdadero ‘carismático’ es siempre decidido y valeroso, y no se calla -no se puede callar- ante la injusticia, la mentira, el legalismo, el culto a la letra, el fariseísmo o el soborno. Precisamente, por eso, el verdadero ‘carismático’ resulta siempre molesto: molesto para toda forma de mediocridad y de incoherencia. Porque no lima nunca las aristas vivas del Evangelio, no puede menos de herir con sus palabras y, sobre todo, con su vida. Pero -hay que decirlo, una vez más- es él quien más sufre, cuando hace sufrir a los otros.


  1. San Juan de la Cruz, Dichos de luz y amor, Prólogo, en "Obras Completas", BAC, Madrid, 1982, 11ª ed., p. 43: "Hablemos palabras al corazón, bañadas en dulzor y amor". "De luz para el camino y de amor para el caminar" (ib.).
  2. Santa Teresa, Vida, cap. 16, n. 7, en "Obras Completas", BAC, Madrid, 1979, 6ª ed., p. 79. Al margen del original, añadió el P. Báñez, como una advertencia: Legant praedicatores.
  3. Cf Lc 7, 36-50; 11, 37-54; 14, 1-24; y lugares paralelos; etc.
  4. Cf Mc 3, 5: "Y echando en torno a ellos una mirada, con ira y dolido por la ceguera de su corazón: circumspiciens eos cum ira, contristatus super caecitate cordis eorum "
  5. Cf Mt 3, 7; 12, 34; y, de una manera espcial todo el capítulo 23, 2-36; y textos paralelos; etc.