El oído

27 de abril de 2010

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.    Hay textos bíblicos que no es necesario explicar, pues con tan sólo escuchar el propio  interior, su impacto es suficiente para sentir cómo la Palabra de Dios llega hasta las entrañas.

    No sé si te sucede a ti como a mí, que al imaginar en labios del Señor los diálogos que mantuvo con los suyos después de resucitar, conmueven por dentro  simplemente trayéndolos a la memoria

    ¡Qué fuerza tienen las pocas palabras que pronuncia Jesús! Son capaces de cambiar enteramente el corazón

“¡Alegraos!” “No tengáis miedo.”
“Paz a vosotros.”
“Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea.”

“¡María!” “Suéltame”.
“Simón, hijo Juan, ¿me amas?”
“Sígueme”.

“¡Qué necios y torpes sois para entender!”
“Trae tu dedo, aquí tienes mis manos”.
“Dichosos los que crean sin haber visto.”

“Echad la red a la derecha.”
“Traed de los peces que acabáis de coger”.
“Vamos, almorzad”.

“Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados”.
“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”.

    Haz la prueba y quédate, por un tiempo, con una de las preguntas que hace Jesús a sus discípulos cuando se presenta ante ellos resucitado:

“Mujer, ¿por qué lloras?” “¿A quién buscas?”

“¿Qué conversación es esa que traéis por el camino?”

“¿Tenéis algo de comer? ¿Tenéis pescado?”

“¿Me amas más que estos? ¿Me amas? ¿Me quieres?”

    Recurrimos de nuevo a la maestra espiritual, Santa Teresa, para comprender mejor lo que se oye en el corazón de parte de Dios:

“Otra manera tiene Dios de despertar al alma, y aunque en alguna manera parece mayor merced que las dichas, podrá ser más peligrosa y por eso me detendré algo en ella, que son unas hablas con el alma de muchas maneras: unas parece vienen de fuera, otras de lo muy interior del alma, otras de lo superior de ella, otras tan en lo exterior que se oyen con los oídos, porque parece es voz formada.” (Moradas VI, 3, 1)