El P. Lorenzo y su lenguaje más profundo

31 de mayo de 2010
Ahora hace un año, a las afueras de la ciudad de Guatemala, Lorenzo Rosebaugh, Misionero Oblato de María Inmaculada, murió de un tiro traidor mientras conducía su vehículo yendo a una reunión de comunidad, acompañado de algunos de sus compañeros misioneros. El verdadero motivo detrás de este crimen quizás no se conozca nunca. Mirado superficialmente, parecía que no era más que un atraco violento, pero, dadas las circunstancias de la vida de Lorenzo y su lucha de por vida por la justicia a favor de los pobres, todos, yo mismo incluido, nos inclinamos a pensar que su asesinato fue más que una cuestión de estar en el sitio equivocado en el momento inoportuno. Demasiados elementos sugieren que aquello fue más que un simple accidente fortuito. Si no otra cosa, su muerte a tiros es de alguna manera simbólica: Lorenzo no estaba hecho para morir de edad avanzada en una cama confortable.
 
Conocí a Lorenzo por primera vez hace diez años en nuestra casa-madre en Aix-en-Provence, en Francia. Acababa él de regresar de un largo período en Latinoamérica, donde, entre otras cosas, había vivido varios años en las calles de Récife (Brasil) con sus pobres, sin techo o dirección postal fija. Una grave enfermedad le forzó a regresar a los Estados Unidos de América; y su comunidad oblata le destinó a Francia para un tranquilo sabático. Llegó allá sin saber hablar absolutamente ni palabra de francés. Sin embargo, cuando le encontré allí, menos de un mes después de su llegada, estaba sentado en la escalinata de la Iglesia, anexa a la residencia de nuestra comunidad, con una docena de “gente-de-la-calle”, reunidos a su alrededor. Estaban compartiendo comida y cigarrillos y una cierta especie de conversación. Parecía como un picnic en el parque.
 
Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.No hay nada excepcional en esto, salvo que Lorenzo no sabía hablar ni una sola palabra en francés y que la gente que le rodeaba ni entendía ni sabía hablar inglés, portugués o español (sus lenguas conocidas). Sin embargo, parecía claro que se comunicaban unos con otros, y profundamente, de tal modo que al verlos provocaría la envidia de un extraño; y Lorenzo era el punto central del encuentro.
 
¿Cómo? ¿Cómo podemos hablar unos con otros sin comunicarnos en las lenguas ordinarias que conocemos?
 
Cuando el Evangelista Lucas describe el primer Pentecostés, nos dice que, después de recibir al Espíritu Santo, los primeros seguidores de Jesús salieron al público y comenzaron a hablar, y todos, absolutamente todos, oyeron las palabras de los discípulos como si estuvieran hablando en su propia lengua, cualquiera que fuera su etnia o lenguaje nativo. Las viejas barreras de la lengua materna alenguaje nativo no bloqueaban ya el oír o el comprender. El lenguaje dado por el Espíritu trascendía etnia y lengua nativa.
 
Resulta demasiado fácil para nosotros descartar esto como un milagro, como una intervención fundacional excepcional de Dios que ayudó a fundar la iglesia. Puede ser así, pero hay otra observación sobre esto: El lenguaje funciona a diferentes niveles.
 
En su nivel más obvio, el lenguaje depende de la palabra hablada y esa palabra se presenta siempre en una lengua determinada, por ejemplo, francés, inglés, español, chino. A este nivel, las palabras tienen gran poder, aunque relativo; pero pueden también decepcionar y mentir. Las palabras no siempre reflejan con fidelidad el corazón. Además, invariablemente las palabras nos fallan justamente cuando más las necesitamos, especialmente en situaciones de sentimientos profundos en las que la tragedia, la muerte y la traición nos dejan mudos.
 
Pero tenemos también otras clases de lenguajes: Además de la palabra hablada está el lenguaje corporal. Nuestros cuerpos hablan más alto y con más honestidad que nuestras palabras. A través de nuestro cuerpo, por medio de sus gestos y de los matices de su semblante y compostura, hablamos con más profundidad y autenticidad que con nuestras palabras.
 
Pero contamos con un lenguaje más profundo todavía: Con mayor profundidad que con el cuerpo, hablamos por medio del espíritu, por medio del lenguaje del Espíritu Santo, un leguaje que trasciende la palabra hablada y los gestos de nuestro cuerpo. ¿Cuál es el lenguaje del Espíritu?
 
El Espíritu Santo no es solamente una persona al interior de la Trinidad, desesperadamente abstracta y que sobrepasa nuestra comprensión. La Escritura nos dice que el Espíritu Santo está también muy concreto, imaginable y palpable al interior de la caridad, alegría, paz, paciencia, bondad, mansedumbre, fidelidad, amabilidad y castidad – “frutos” del Espíritu Santo. A través de nosotros, estas actitudes hablan -por su presencia o por su ausencia- más alto y claro que todas nuestras palabras y gestos corporales.
Al fin, no nos engañamos unos a otros. Oímos más allá de las palabras dichas y de los gestos corporales expresados; más allá de lo que intentamos decirnos unos a otros explícitamente. El corazón lee al corazón y el espíritu se reconoce a sí mismo donde se ve a sí mismo reflejado. Así muchos de nosotros hablamos con pasión sobre nuestro amor a los pobres, pero los pobres no nos oyen, ni nos entienden, ni nos rodean, aun cuando nuestra dicción sea perfecta en su lengua nativa.
 
Mientras trabajó en Latinoamérica, Lorenzo Rosebaugh sólo chapurreaba el español y el portugués. Sin embargo, los pobres le oían, y entendían perfectamente lo que les decía. No hablaba francés, en absoluto, pero aún así era capaz de sentarse en la escalinata de la fachada de la iglesia, en Francia, y reunirse con la “gente-de-la-calle”, que sólo hablaba francés – y le entendían claramente, como si les hablara en su lengua materna.
 
Ése es el lenguaje de Pentecostés.