En una larga entrevista de 6 horas en tres sesiones, Francisco abre su alma y desnuda su corazón a un compañero jesuita, el padre Antonio Spadaro, director de la revista jesuita ‘Civiltà cattolica’.
En lo personal confiesa ser «bastante ingenuo», «indisciplinado nato» y se retrata como «un pecador en quien el Señor ha puesto sus ojos», con una clave para ser feliz: «La esperanza».
Como Papa, pide tiempo para hacer reformas y sueña con una Iglesia capaz «de curar heridas y consolar corazones», con una presencia mayor del «genio femenino» en puestos de autoridad.
También asegura que lo que tiene que hacer la institución con los homosexuales es «acompañarlos con misericordia» y subraya que «no podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos».
En la entrevista, que será publicada hoy a la vez por 16 revistas de la Compañía (en España por ‘Razón y Fe’), Francisco, además de definirse como persona y como jesuita, ofrece su visión sobre cuestiones morales, como la homosexualidad, y sobre distintos temas como el gobierno de la Iglesia, el papel de la mujer, el ecumenismo o la experiencia cristiana.
Entre los temas más polémicos que le plantea el padre Spadaro, está, sin duda, el de la homosexualidad. En su respuesta, el Papa, comienza apoyándose en el criterio de una Iglesia sanadora.
«En Buenos Aires recibía cartas de personas homosexuales que son verdaderos ‘heridos sociales’, porque me dicen que sienten que la Iglesia siempre les ha condenado. Pero la Iglesia no quiere hacer eso».
Y Francisco recuerda lo que dijo sobre el tema en el vuelo en que regresaba de Río de Janeiro:
«Dije que si una persona homosexual tiene buena voluntad y busca a Dios, yo no soy quién para juzgarla. Al decir esto he dicho lo que dice el Catecismo. La religión tiene derecho de expresar sus propias opiniones al servicio de las personas, pero Dios en la creación nos ha hecho libres: no es posible una injerencia espiritual en la vida personal«
E ilustra su pensamiento con una anécdota:
«Una vez una persona, para provocarme, me preguntó si aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta: ‘Dime, Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?’. Hay que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el misterio del ser humano. En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro deber acompañarlas a partir de su condición. Hay que acompañar con misericordia. Cuando sucede así, el Espíritu Santo inspira al sacerdote la palabra oportuna».
Otro tema espinoso y que levanta ampollas en la Iglesia es el del papel de la mujer. El Papa tiene claro que «es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Temo la solución del ‘machismo con faldas’, porque la mujer tiene una estructura diferente del varón. Pero los discursos que oigo sobre el rol de la mujer a menudo se inspiran en una ideología machista».
«Las mujeres están formulando cuestiones profundas que debemos afrontar. La Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer y el papel que esta desempeña. La mujer es imprescindible para la Iglesia. María, una mujer, es más importante que los obispos. Digo esto porque no hay que confundir la función con la dignidad».
Y concluye señalando:
«Hay que profundizar más en la figura de la mujer en la Iglesia. Hay que trabajar más hasta elaborar una teología profunda de la mujer. Solo tras haberlo hecho podremos reflexionar mejor sobre su función dentro de la Iglesia».
Eso sí, avanza también que desea que la mujer pueda estar presente en los puestos de responsabilidad y de autoridad eclesiales.
«En los lugares donde se toman las decisiones importantes es necesario el genio femenino. Afrontamos hoy este desafío: reflexionar sobre el puesto específico de la mujer incluso allí donde se ejercita la autoridad en los varios ámbitos de la Iglesia».
El peligro del «castillo de naipes» del edificio moral
El Papa sabe que, en la anterior etapa, la Iglesia centró su predicación, casi obsesivamente, en la moral. Y quiere que cambie de rumbo.
«No podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible. Yo he hablado mucho de estas cuestiones y he recibido reproches por ello. Pero si se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto. Por lo demás, ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar«.
Más aún, Francisco apunta a una especie de revolución moral:
«Tenemos, por tanto, que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio. La propuesta evangélica debe ser más sencilla, más profunda e irradiante. Solo de esta propuesta surgen luego las consecuencias morales».
Quizás por eso, en este y en otros ámbitos, el Papa arremete contra el sector de los católicos «restauracionistas» obsesionados con la moral sexual.
«Un cristiano restauracionista, legalista, que lo quiere todo claro y seguro, no va a encontrar nada. La tradición y la memoria del pasado tienen que ayudarnos a reunir el valor necesario para abrir espacios nuevos a Dios. Aquel que hoy buscase siempre soluciones disciplinares, el que tienda a la ‘seguridad’ doctrinal de modo exagerado, el que busca obstinadamente recuperar el pasado perdido, posee una visión estática e involutiva. Y así la fe se convierte en una ideología entre tantas otras»
A su juicio, de lo que se trata es de prescindir de nuestra seguridades y buscar humildemente a Dios, en medio de las dudas y las incertidumbres.
«Sí, este buscar y encontrar a Dios en todas las cosas deja siempre un margen a la incertidumbre. Debe dejarlo. Si una persona dice que ha encontrado a Dios con certeza total y ni le roza un margen de incertidumbre, algo no va bien. Yo tengo esto por una clave importante. Si uno tiene respuestas a todas las preguntas, estamos ante una prueba de que Dios no está con él. Quiere decir que es un falso profeta que usa la religión en bien propio. Los grandes guías del pueblo de Dios, como Moisés, siempre han dado espacio a la duda».
La Iglesia con la que sueña el Papa
Invitado a verbalizar la Iglesia con la que sueña, el Papa habla de una Iglesia «casa de todos, no una capillita en la que cabe solo un grupito de personas selectas. No podemos reducir el seno de la Iglesia universal a un nido protector de nuestra mediocridad».
«Veo con claridad -prosigue- que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas… Y hay que comenzar por lo más elemental».
Una Iglesia de clérigos-pastores.
«El pueblo de Dios necesita pastores y no funcionarios ‘clérigos de despacho’. Los obispos, especialmente, han de ser hombres capaces de apoyar con paciencia los pasos de Dios en su pueblo, de modo que nadie quede atrás, así como de acompañar al rebaño, con su olfato para encontrar veredas nuevas».
Y en esa clave se dispone a abordar la reforma de la Curia.
«Los dicasterios romanos están al servicio del Papa y de los obispos: tienen que ayudar a las Iglesias particulares y a las conferencias episcopales. Son instancias de ayuda. Pero, en algunos casos, cuando no son bien entendidos, corren peligro de convertirse en organismos de censura».
El Papa no quiere funcionarios-cancerberos en el Vaticano:
«Impresiona ver las denuncias de falta de ortodoxia que llegan a Roma. Pienso que quien debe estudiar los casos son las conferencias episcopales locales, a las que Roma puede servir de valiosa ayuda. La verdad es que los casos se tratan mejor sobre el terreno. Los dicasterios romanos son mediadores, no intermediarios ni gestores».
En ese mismo sentido, Francisco quiere hacer evolucionar al propio papado. Primero reconoce que, con su renuncia, «el papa Benedicto realizó un acto de santidad, de grandeza y de humildad. Es un hombre de Dios». Y, a continuación, asegura que quiere «proseguir la reflexión sobre cómo ejercer el primado petrino que inició ya en 2007 la Comisión Mixta y que condujo a la firma del Documento de Rávena. Hay que seguir esta vía».
Una Iglesia de «inserción»
Francisco reitera que apuesta por una Iglesia que salga a las periferias existenciales y que se encarne con el pueblo, pero de verdad.
«Cuando se habla de problemas sociales, una cosa es reunirse a estudiar el problema de la droga de una villa miseria, y otra cosa es ir allí, vivir allí y captar el problema desde dentro y estudiarlo».
Y, para explicarlo recurre a uno de sus referentes, el Padre Arrupe.
«Hay una carta genial del padre Arrupe a los Centros de Investigación y Acción Social (CIAS) sobre la pobreza, en la que dice claramente que no se puede hablar de pobreza si no se la experimenta, con una inserción directa en los lugares en los que se vive esa pobreza. La palabra ‘inserción’ es peligrosa, porque algunos religiosos la han tomado como una moda, y han sucedido desastres por falta de discernimiento. Pero es verdaderamente importante».
Jesuita y orante
Francisco se confiesa profundamente jesuita, una orden en la que decidió entrar por tres cosas:
«Su carácter misionero, la comunidad y la disciplina. Y esto es curioso, porque yo soy un indisciplinado nato, nato, nato. Pero su disciplina, su modo de ordenar el tiempo, me ha impresionado mucho».
Reconoce que llegó demasiado pronto (a los 36 años) a provincial de la Compañía en Argentina y no le duelen prendas a la hora de reconocer sus errores:
«Mi gobierno como jesuita, al comienzo, adolecía de muchos defectos…Mi forma autoritaria y rápida de tomar decisiones me ha llevado a tener problemas serios y a ser acusado de ultraconservador. Tuve un momento de gran crisis interior estando en Córdoba. No habré sido ciertamente como la beata Imelda, pero jamás he sido de derechas«.
Eso sí, siempre fue un hombre orante:
«Rezo el Oficio todas las mañanas. Me gusta rezar con los Salmos. Después, inmediatamente, celebro la misa. Rezo el Rosario. Lo que verdaderamente prefiero es la Adoración vespertina, incluso cuando me distraigo pensando en otras cosas o cuando llego a dormirme rezando. Por la tarde, por tanto, entre las siete y las ocho, estoy ante el Santísimo en una hora de adoración. Pero rezo también en mis esperas al dentista y en otros momentos de la jornada».
Porque su gusto por la oración le viene de niño, enseñado por su abuela.
«En el breviario llevo el testamento de mi abuela Rosa, y lo leo a menudo: porque para mí es como una oración. Es una santa que ha sufrido mucho, incluso moralmente, y ha seguido valerosamente siempre hacia delante».
Y de la oración a sus aficiones. Entre sus autores de cabecera se encuentran,Dostoyevski y Hölderlin.
«En pintura admiro a Caravaggio: sus lienzos me hablan. Pero también Chagall con su Crucifixión blanca…», subraya, mientras que música se entrega a Mozart, a Beethoven «prometéicamente» y a Bach. En el cine, se mueve entre «La Strada» de Fellini, además de Anna Magnani y Aldo Fabrizi.
La entrevista contada por los propios jesuitas
(Jesuitas).- En una entrevista concedida a dieciséis revistas jesuitas de varios países y publicada hoy, el Papa Francisco ofrece su visión sobre temas como el gobierno de la Iglesia, el ecumenismo, cuestiones morales o la experiencia cristiana, además de reflexionar sobre su condición de jesuita.
Dieciséis revistas de cultura de la Compañía de Jesús publican hoy una larga entrevista al Papa Francisco, realizada por el jesuita italiano Antonio Spadaro S.J., director de La Civiltà Cattolica. El texto recoge un diálogo de más de seis horas que se desarrolló a lo largo de tres sesiones los días 19, 23 y 29 de agosto. En España, la entrevista la publica la revista centenaria Razón y Fe, hoy en su web y en el número de octubre de su edición impresa.
En esta entrevista el pontífice desvela mucho de su sentir como jesuita, de su pasado o de la espiritualidad ignaciana y además ofrece su visión sobre muchas cuestiones eclesiales como el gobierno de la Iglesia, las posibles reformas, el ecumenismo, las cuestiones morales o la experiencia cristiana.
Según el entrevistador, P. Spadaro, «ha sido más una conversación que una entrevista». En ella, el Papa habla de sí mismo, de sus experiencias personales, sus preferencias literarias y cinematográficas, su modo preferido de orar… Confiesa, por ejemplo, que en su decisión de entrar en la Compañía de Jesús una de las cosas que valoró fue la vida en comunidad: «no me veía sacerdote solo», dice el Papa. Y es éste también el motivo por el que decidió fijar su residencia en Santa Marta: «necesito vivir mi vida junto a los demás».
Define el discernimiento como guía en su modo de gobernar y tomar decisiones, incluso aquellas que afectan a su vida más cotidiana: «Desconfío de las decisiones tomadas improvisadamente», afirma el Papa, y advierte de que el discernimiento requiere tiempo: «Son muchos, por poner un ejemplo, los que creen que los cambios y las reformas pueden llegar en un tiempo breve. Yo soy de la opinión de que se necesita tiempo para poner las bases de un cambio verdadero y eficaz. Se trata del tiempo de discernimiento».
Sobre el modelo de gobierno para la Iglesia, apunta a la necesidad de diálogo y consultas: «Los consistorios y los sínodos, por ejemplo, son lugares importantes para lograr que esta consulta llegue a ser verdadera y activa. Lo que hace falta es darles una forma menos rígida. Deseo consultas reales, no formales«. Reconoce haber llegado a esa conclusión aprendiendo de dificultades vividas en el pasado cuando siendo muy joven y en un contexto difícil se convirtió en superior provincial: «Mi gobierno como jesuita, al comienzo, adolecía de muchos defectos (…) Yo tomaba mis decisiones de manera brusca y personalista (…) El Señor ha permitido esta pedagogía de gobierno aunque haya sido por medio de mis defectos y mis pecados».
Sobre los jesuitas y la Compañía de Jesús, confiesa su admiración por el beato Pedro Fabro, jesuita saboyano compañero de San Ignacio de Loyola, por su «diálogo con todos, aun con los más lejanos». Considera el Papa que «el jesuita debe ser persona de pensamiento incompleto, de pensamiento abierto» y que debe ser creativo y estar inserto en el contexto en que actúa y sobre el que reflexiona.
El Papa Francisco habla también en esta entrevista sobre la Iglesia y las posibles reformas a realizar. «Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles«, afirma el Papa. «Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro». «Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes«.
De este modo, reclama una Iglesia que salga de sí misma: «Busquemos más bien ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos, capaz de salir de sí misma yendo hacia el que no la frecuenta, hacia el que se marchó de ella, hacia el indiferente. El que abandonó la Iglesia a veces lo hizo por razones que, si se entienden y valoran bien, pueden ser el inicio de un retorno. Pero es necesario tener audacia y valor».
El Papa destaca la imagen de la Iglesia como «pueblo santo, fiel a Dios» pues la dimensión comunitaria es esencial a la fe cristiana: «nadie se salva solo, como individuo aislado» sino que «Dios entra en esta dinámica popular», en el entramado de relaciones interpersonales. En cuanto a la vida religiosa, el Papa subraya que «los religiosos son profetas», una profecía que a veces «crea alboroto, estruendo» y que «anuncia el espíritu del Evangelio».
No rehúye el Papa temas controvertidos como la cuestión de los cristianos que viven situaciones irregulares para la Iglesia, los divorciados vueltos a casar, parejas homosexuales, u otras circunstancias. El Papa pide tener siempre en cuenta a la persona: «Dios acompaña a las personas y es nuestro deber acompañarlas a partir de su condición. Hay que acompañar con misericordia». Al mismo tiempo el Papa advierte de que «no podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos (…) Si se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto».
Preguntado sobre el papel de la mujer en la Iglesia, responde apostando por una mayor presencia femenina: «En los lugares donde se toman las decisiones importantes es necesario el genio femenino. Afrontamos hoy este desafío: reflexionar sobre el puesto específico de la mujer incluso allí donde se ejercita la autoridad en los varios ámbitos de la Iglesia».
Sobre la experiencia cristiana y cómo buscar y encontrar a Dios, el Papa nos pide alejar las lamentaciones y encontrar a Dios en nuestro hoy: «el Dios concreto, por decirlo así, es hoy. Por eso las lamentaciones jamás nos ayudan a encontrar aDios». Al mismo tiempo pide una actitud de humildad: «Si una persona dice que ha encontrado a Dios con certeza total y ni le roza un margen de incertidumbre, algo no va bien».
Razón y Fe, revista de la Compañía de Jesús que publica esta entrevista en España, fue fundada en 1901. Se edita diez veces al año, entrega reflexiones sobre el momento político y económico de España y de América, destacando hechos que sugieren una palabra, con una actitud creyente, comprometida con el humanismo y la libertad religiosa. Aborda todo tipo de temas sin desatender el campo específico en el que la fe, la teología y la iglesia se encarnan en la cultura. Su director es el jesuita Alfredo Verdoy.
Entre las dieciséis revistas de la Compañía de Jesús que publican hoy la entrevista en todo el mundo están La Civiltà Cattolica (Italia), America Magazine (EE.UU.), Mensaje(Chile), Études (Francia), Thinking Faith (Gran Bretaña) o Stimmen der Zeit (Alemania). A todas ellas, el Papa les anima en esta entrevista a seguir sirviendo a la Iglesia y a la sociedad desde «el diálogo, el discernimiento y la frontera».
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