Todavía éramos novios y me habían invitado por primera vez a comer en casa de mi marido para una celebración familiar. Mi suegra me propuso que preparara yo la ensalada. Todavía me recuerdo, en la gran cocina de aquel piso antiguo, aterrorizada e indecisa. Yo quería dar una buena impresión. Pero, ¿cómo se prepararía la ensalada en aquella casa? ¿Pelarían los tomates, como hacía mi madre, o simplemente los lavaban? ¿Pondrían sólo aceite y sal o también vinagre? Y, sobre todo, ¿pondrían pepino en la ensalada, que tanto gustaba a mi padre, puesto que había dos pepinos en la nevera? Es una anécdota muy sencilla, sin embargo en ella se revela lo que yo llamo el conflicto de la memoria histórica. En una pareja, cada uno de los dos es heredero de una memoria distinta. Cada familia tiene un código propio de valores, de creencias, de costumbres, de tradiciones, de palabras, de historias familiares y hasta de cocina. Cuando nos casamos hay que construir una memoria común, que ya no sea ni la de uno ni la de otro sino de los dos, en la que incorporamos por imitación o reacción valores, ideas, costumbres de lo que cada uno ha vivido, pero, sobre todo en la que creamos un estilo nuevo, el nuestro, después de muchas conversaciones, acuerdos, discusiones, equivocaciones, aciertos… Y eso es sumamente importante porque cada pareja tiene que ir construyendo y revisando su propio proyecto de vida. Tantas cosas importantes de una vida en pareja y en familia no se pueden decidir a salto de mata, siguiendo el impulso del momento. Hay que sentarse, reflexionar, planificar y hablar. También hay que rezar a veces.En cuanto a la historia de mi pepino, resulta que en casa de mi marido no lo tomaban nunca en la ensalada. Estaba en la nevera porque iban a hacer un gazpacho al día siguiente. Mi suegra la pobre se sirvió bastante pepino para que yo no me sintiera tan mal. Y es un gesto que nunca olvidé.Por cierto, Alvaro y yo añadimos a veces un poquito de apio y cebollita. Es nuestra aportación a la memoria histórica de la ensalada.
San Francisco Javier, presbítero
Lc 10,21-24. Jesús, lleno de alegría en el Espíritu Santo