El perdón

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.La santidad, la perfección y la misericordia forman un tríptico que revela la identidad de Dios, que hace salir el sol para juntos e injustos, tríptico que es también llamada para cumplir los mandatos del Señor, quien nos ha dado ejemplo de saber amar y perdonar a sus propios enemigos.

Desde nuestra naturaleza nos parece cosa imposible tener sentimientos positivos hacia quien nos agravia o nos hace daño y se muestra enemigo. Y, sin embargo, el texto sagrado nos invita a amar a nuestros enemigos y orar por los que nos persiguen.

El amor, lo mismo que el perdón, nacen de saberse amado y perdonado. De lo contario, se instalará en nosotros la sensación permanente de perdedores. Pero en fe, el que perdona gana porque se libera del peso del resentimiento y siembra la semilla de la esperanza de saberse un día también perdonado.

El perdón necesita expresarse y ser celebrado para que quede como hito histórico en la biografía personal. De ahí en tantos momentos la necesidad de la mediación sacramental por la que se recibe la gracia de la misericordia. Así se evita que se sumerja en el subjetivismo autojustificativo.

Encontramos una de las pruebas de la divinidad de Jesús cuando en Cafarnaúm bendijo al paralítico perdonándole los pecados, lo que provocó en un principio escándalo entre la gente, que se decía: “¿Quién este que hasta perdona pecados, si esto solo lo puede hacer Dios?” Desde este principio, quien perdona se diviniza.

Algunos, para no tener que perdonar, se vuelven rebeldes, se defienden de toda relación humana, y viven en su fanal endogámico. Pero esta reacción destruye por el egocentrismo que manifiesta. El Papa llegó a decir: “Prefiero una Iglesia accidentada por salir, que enferma por encerrarse” (18 de mayo, 2013).

Jesús, que pide que seamos radicales en el seguimiento evangélico, sorprende al ofrecer permanentemente el perdón, hasta setenta veces siete. Entre los textos sagrados destacan los pasajes en los que se revela hasta dónde llega la magnanimidad de quien se ha manifestado como el rostro de la misericordia divina.

Una clave para que nazca de nosotros el perdón es la que grita el Crucificado desde la Cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Cuántas veces nos ofendemos por el comportamiento de los demás, cuando quizá son también inconscientes del daño que nos hacen. Este pensamiento alivia al menos.