“Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarle.” (Mc 16, 1). “Fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado.” (Lc 24, 1)
“Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré».” (Jn 20, 15) En muchas versiones el término “huerto” se traduce por “jardín”, descubriendo con ello un paralelismo con el jardín del Paraíso.
Los aromas son algo aparentemente superfluo, pero manifiestan la gratuidad, el amor más generoso. Jesús defendió a la mujer que lo ungió con perfumes. El Evangelio señala un efecto muy difusivo: “Y la casa se llenó del olor del perfume” (Jn 12, 3). San Pablo nos incluye en este aroma cuando dice: “Nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo.”
Si se repara en el nombre de los aromas, resulta muy significativo que sean los mismos los que ofrecen a Jesús en la hora de su sepultura, la mirra y el áloe, que los que canta el salmista en la boda real: “A mirra y áloe huelen tus vestidos”. Apoyándose en este paralelismo, se puede interpretar el sentido esponsal de la oblación que hace Jesús de sí mismo por amor, hasta la muerte.
De nuevo Santa Teresa nos brinda una interpretación espiritual: “No digo que es olor, sino pongo esta comparación o cosa de esta manera, sólo para dar a sentir que está allí el Esposo.” (Moradas VI, 2, 8) “Entiende una fragancia digamos ahora como si en aquel hondón interior estuviese un brasero adonde se echasen olorosos perfumes; ni se ve la lumbre, ni dónde está; mas el calor y humo oloroso penetra toda el alma y aun hartas veces como he dicho participa el cuerpo. Mirad, entendedme, que ni se siente calor ni se huele olor, que más delicada cosa es que estas cosas; sino para dároslo a entender.” (Moradas IV, 2, 6).
Si hay un sentido que, al quedar impactado, conserva la memoria de lo que se ha percibido, ése es el olfato. Al volver a percibir el aroma, se recrea emocionalmente todo el acontecimiento en el que se olió por primera vez. San Juan de la Cruz, en uno de sus poemas, nos describe la experiencia amorosa, que se puede aplicar a la noche santa.
“Oh noche que guiaste! ¡Oh noche amable más que el alborada! ¡Oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada!
En mi pecho florido que entero para él sólo se guardaba, allí quedó dormido, y yo le regalaba, y el ventalle de cedros aire daba
El aire de la almena, cuando yo sus cabellos esparcía, con su mano serena en mi cuello hería y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado” (San Juan de la Cruz, Noche Oscura).