Una vez pidieron a un pez que hablara del mar.
— Háblanos del mar— le dijeron.
— Dicen que es muy grande el mar —respondió el pez—. Dicen que sin él moriríamos. Nos oy el pez más indicado para hablaros del mar. Yo, del mar, lo que conozco bien son estos diez metros bajo la superficie. Sólo puede opinar sobre ellos… Es aquí donde paso mi tiempo, casi siempre distraído. Ando de un lado para otro, en busca de comida o simplemente a vueltas con mi bandada. En mi bandada no se habla del mar. Se habla de las algas, de las rocas, de las mareas, de los peces grandes y peligrosos, de los peces pequeños y sabrosos, y de qué temperatura hará mañana. Mi gente es así: allá van y yo voy tras ellos.
— Pero, tú que eres pez, ¿nunca te has encontrado con el mar?
— Creo que lo siento de vez en cuando al pasarme por las agallas. Si os soy sincero, a veces, sí; y a veces, no. Cierro los ojos y me quedo sintiendo el mar. Esto me ocurre de noche, claro, sin que los demás me vean. Dirían que estoy loco por preocuparme del mar.
— Lo conoces, por tanto, ¿puedes hablarnos de él?
— Sé que es grande y profundo, pero no os quiero engañar.
Conozco peces que descendieron al fondo del mar. Cuando los oí contarlo me di cuenta de que no conozco el mar. Preguntádselo a ellos, que sabrán hablaros del mar. Yo nunca descendí tan abajo. Bueno, tal vez una o dos veces…
Un día las olas eran tan fuertes que tuve que dejarme llevar muy a lo hondo, para no morir. Nunca había estado allá y nunca olvidaré que estuve allí. Tan sólo sabría hablaros bien de la superficie del mar.
— ¿Lo pasaste mal cuando bajaste? ¿Por qué volviste a la superficie?
— No fue malo. Al contrario, fue muy bueno. Había mucha paz, mucho silencio. Era como si estuviese en mi casa, como si allí estuviese yo entero.
— ¿Por qué no has vuelto allá, al fondo? ¿por pereza?
— A veces pienso que por pereza; otras, que es miedo.
— ¿Miedo? Pero ¿no dijiste que fue una buena experiencia? ¿Miedo a qué?
— Miedo a lo desconocido, temor a perderme. Aquí, en la superficie, ya estoy habituado. Tengo una situación desahogada. Controlo las cosas o, al menos, tengo la sensación de controlarlas. Allí abajo no sé muy bien qué me puede suceder. Estoy por entero en manos del mar.
— ¿Tuviste miedo cuando llegaste la fondo?
— No tuve miedo alguno. Era todo muy sencillo… Y, sin embargo, ahora sí tengo miedo… ¡Pero no llegué al fondo del mar! Apenas estuve un poco más abajo de la superficie.
— ¿Y qué dicen los otros, los que estuvieron allá?
— Dicen cosas que no entiendo. Que hay que ir allí para comprenderlo. Y que nada es tan importante en la vida de un pez.
— ¿Y cómo se va?
— Ahí está el problema. Explican que no se llega allá por esfuerzo, que sólo podemos dejarnos llevar. Que es sólo el mar quien nos conduce al mar.
Entonces vino una corriente muy fuerte que lo hacía descender. El pez intentó luchar contra ella con todas sus fuerzas, mientras veía que las cosas de la superficie quedaban cada vez más lejos. Tal vez para siempre… Pero después cerró los ojos, confió y, ya sin miedo, se dejó llevar.