El poder de la mansedumbre

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.«Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra», Estas palabras forman parte del mensaje central de Jesús. No han sido amortizados por la historia posterior. El contraste con la realidad actual es evidente. Jesús no se apunto a la fuerza. Se apunta a la dulzura.

A mí la palabra «manso» me suena mal. Y supongo que a nuestra «madura» sociedad tan libre y li­beral también. Manso es quien obedece, quien no es rebelde, quien no da problemas, quien se deja «acariciar» por cualquiera sin oponer resis­tencia. Y por eso se hace difícil entender lo que Jesús haya querido decir con eso de «bie­naventurados los mansos, porque heredarán la tierra» (Mt 5,4). Los biblistas nos lían más, porque según qué traducción bíblica elijas, te encuentras distintas versiones de esta manse­dumbre: nos hablan de desposeídos, humil­des, sometidos, tolerantes, mansos… No falta quien la despacha diciendo que es una glosa de la anterior…

Pero a la vez sorprende encontrarse en es­te mismo Evangelio esta invitación de Jesús: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón». Es la única vez que Jesús se propo­ne directamente como modelo, lo cual me hace pensar que aquí andamos con algo más que con una glosa. Además: si las bienaventu­ranzas nos hablan del propio Jesús, habrá que mirarle a Él para averiguar qué es eso de ser manso o como se quiera traducir.

A LA LUZ DEL SALMO 37

Esta expresión parece estar tomada de un Salmo, cuyo autor reflexiona sobre el escán­dalo que supone el ver lo bien que viven los malhechores, mientras los que confían en el Señor son víctimas de toda clase de adversida­des y miserias. Allí se promete una tierra a los que esperan en el Señor, a los marginados, los que el Señor bendice, los honrados, los que si­guen su camino… Se les invita a no desespe­rarse, a no envidiarles, a no exasperarse, a re­primir el coraje… porque Dios restablecerá el derecho, y pondrá las cosas en su sitio.

Es decir, que este mensaje tiene que ver con aquellos que son sensibles a la presencia del mal y de la injusticia en el mundo. Tiene que ver con Jesús, que experimentará en pro­pia carne el rechazo de los malvados cuando intente defender a todos los pisoteados, a los que no se atreven o ya no pueden pelear por; sus derechos, los que tienen la tentación de imitar los comportamientos de quienes tienen éxito en la vida social, política y económica de todos los tiempos.

El manso es quien se mantiene derecho ante los poderosos, los malvados, los opreso­res… porque sólo hay que postrarse ante Dios, Y, si me apuran, ni siquiera ante Dios, desde que en la Última Cena fue Jesús, el Maestro quien se postró a los pies de sus discípulos, después de que se había pasado toda su vida levantando a todos los postrados por la enfer­medad, el pecado y la muerte. Nuestro Dios nos quiere de pie.

MANSOS, PERO NO PASIVOS

El libro de los Números describe a Mosés como el hombre más manso (sufrido) del mundo (Nm 12,3). Su hermana Miriam y Aarón emprenden maniobras para acabar con su autoridad, y ante sus acusaciones él no se defiende… de forma que tendrá que ser Dios quien intervenga para hacer justicia, casti­gando a su hermana, con la lepra. Pues el gran Moisés intercederá ante Dios por Miriam para que la cure. Pero hay que poner junto a esta escena, otras en las que Moisés rompe an­te el pueblo desobediente las tablas de la Ley.

Más claro lo vemos si nos fijamos en Je­sús, quien, después de curar en sábado a un hombre su mano paralizada, se ve rodeado por los fariseos, que quieren acabar con él. Je­sús se marcha de allí, y el evangelista nos trae a propósito una cita de Isaías: «Mirad a mí Siervo, a quien sostengo, mi elegido a quien |refiero. Sobre él pondré mi Espíritu para que ; anuncie el derecho… No gritará, no alterará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará ni apagará la mecha humeante (Mt 12,9-20). Y mansamente será conducido a la cruz, como cordero llevado al matadero, sin abrir la boca. Morirá en la cruz intercediendo por sus asesinos que no saben lo que hacen… y tendrá que ser su Padre Dios quien intervenga para hacer justicia en la Resurrección.

Pero Jesús no se queda callado y se arran­ca con un rosario de «¡ay!» dirigido a la hipo­cresía farisaica. No tiene inconveniente en em­prenderla a latigazos al ver cómo el templo ha sido convertido en un comercio con Dios o en llamar 'zorra' a Heredes. Más todavía: he veni­do a enemistar a un hombre con su padre, a la hija con su madre… recrimina a las ciudades que no han querido convertirse y envía al fue­go eterno a los que no le han dado de comer cuando tuvo hambre, o no le visitaron cuando estaba en la cárcel… por poner algunos ejem­plos.

APRENDED DE MI QUE SOY MANSO

Siempre es conveniente no sacar las pala­bras de Jesús del contexto en que han sido es­critas. En nuestro caso esta invitación de Jesús: «Acudid a mí los que andáis cansados y ago­biados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde y os sentiréis aliviados, pues mi yugo es blando y mi carga es ligera…» se encuentra al comien­zo de toda una serie de discusiones con los fa­riseos sobre los preceptos y normas que hay que cumplir a rajatabla y que se simbolizan en el sábado. Tendrá que recordarles que el hombre es mayor que el sábado, que la miseri­cordia está muy por encima de los sacrificios, que se conoce el árbol por sus frutos (y no por sus palabras).

Jesús no está de acuerdo con una religión que se ha llenado de preceptos religiosos que no dejan caminar con libertad, que cansa y agobia. Pero sobre todo: a Dios no se le con­quista con prácticas, normas y costumbres que se olvidan del hombre, «por muy santas que sean» y por mucho que pretendan defender los 'derechos de Dios'. El «habéis oído que fue di­cho… pero yo os digo» tiene como trasfondo al mismísimo Dios y la ley de Moisés. Jesús se po­ne por encima de todo eso y sale en defensa del hombre cuando se «usa» Dios contra él. Por eso el yugo y la carga de Jesús son ligeras: hay que cargar con el hermano y liberarlo de tantas prescripciones, normas y marginacio-nes que nos montamos los hombres a menudo «en nombre de Dios».

Jesús es manso y humilde porque no tiene normas ni preceptos que defender ni imponer: viene a ponerse al lado para aliviar, para dar oxígeno, para servir y denunciar injusticias… Digo yo que es verdad, que tenemos que aprender de él porque tengo la impresión de que hemos vuelto a las andadas en esta Iglesia nuestra, que a veces sabe más de poder que de mansedumbre, y sabe más de normas y pre­ceptos que de personas… que sabe más de poder y de medios poderosos que de mansedum­bre, que se dobla con facilidad ante quienes no son Dios… Tendremos que aprender todos el poder de la mansedumbre, que el poder de Dios. Como dice San Pablo: Cuando soy débil, entonces soy fuerte.

POSEERÁN LA TIERRA

El pueblo de Israel se acordará siempre de que es un emigrante con residencia en un país que no es el suyo: «Sí, la tierra es mía. Y voso­tros emigrantes y residentes en mi tierra» (Lv 25,33). También: «Yo soy huésped tuyo, foras­tero como todos mis padres» (Sal 39,13). Por ello se le invita continuamente a no retener ese don para él sólo, sino a hacer participantes a otros de sus frutos, y así dejarán las primi­cias para los pobres y los emigrantes.

Jesús, el hombre manso, tuvo que nacer como emigrante al no tener ni siquiera un si­tio en la posada: durante su vida no tenía dón­de reclinar la cabeza; murió en un palo sin tú­nica ni vestiduras: sin nada. Fue enterrado en un sepulcro prestado. En la Resurrección, sin embargo, proclamará que «me ha sido conce­dida plena autoridad en cielo y tierra», esa misma tierra que tembló y se rasgó a su muer­te. Es el Señor del universo.

Como dice la Gaudium et Spes 37: «Los mansos serán los dueños del mundo, pues usando y gozando de las criaturas en la pobre­za y con libertad de espíritu, entran de veras en posesión del mundo, como quien nada tie­ne y es dueño de todo».

Para dialogar y orar
 

  1. ¿Cómo podremos ser «mansos» entre los que nada tienen y sufren al ver cómo nosotros tenemos de sobra? ¿Qué tendríamos que hacer? ¿Por qué no lo hacemos?
  2. ¿De qué normas, prescripciones y costum­bres debiéramos desembarazarnos en la Iglesia?
  3. Orar a partir de las ocasiones en que más nos cuesta asumir esta bienaventuran­za. Pedirlo: Gal 5,23.
  4. Informarnos de los conflictos que sufren los hombres de hoy por causa de la tierra. Sacar conclusiones.