El príncipe de la mentira

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Contemplando nuestro mundo hoy, lo que me espanta y altera más que la amenaza del virus Covid, más que la creciente desigualdad entre ricos y pobres, más que los peligros del cambio climático e incluso más que el amargo odio que ahora nos separa a unos de otros es nuestra falta del sentido de la verdad, nuestra fácil negación de cualquier verdad que juzgamos ser inconveniente y nuestros eslóganes de bulos, “hechos alternados” y conspiraciones fantasmas. Los medios sociales, a pesar de todo el bien que han traído, han creado también una plataforma para que cualquiera contribuya a su propia verdad, y entonces trabaje para erosionar las verdades que nos unen y sujetan nuestra sensatez. Ahora vivimos en un mundo donde con frecuencia  dos más dos no son cuatro. Esto juega con nuestra misma sensatez y ha creado como cierta locura social. Las verdades que sujetan nuestra vida común están soltándose.

Esto es malo, claramente, y Jesús nos alerta de eso al decirnos que Satanás es preeminentemente el Príncipe de la mentira. Mentir es el mayor peligro espiritual, moral y psicológico. Se halla en la raíz de lo que Jesús llama el “imperdonable pecado contra el Espíritu Santo”. ¿Qué es este pecado y por qué es imperdonable?

Aquí está el contexto en el que Jesús nos avisa sobre este pecado: Acababa de expulsar a un demonio. Los líderes religiosos de entonces creían como un dogma de su fe que sólo alguien que viniera de Dios podría expulsar a un demonio. Jesús acababa de expulsar a un demonio, pero el odio de esos líderes hacia él hizo de esto una verdad muy inconveniente para que ellos la creyeran. Así que eligieron negar lo que ellos sabían que era verdad, negar la realidad. Eligieron mentir, afirmando (aun cuando ellos lo sabían mejor) que Jesús lo había hecho por el poder de Belcebú. Inicialmente, Jesús  trató de señalar lo ilógico de su posición, pero ellos persistieron. Fue entonces cuando él procedió a avisarles sobre el imperdonable pecado contra el Espíritu Santo. En ese momento, no les acusa de cometer ese pecado, pero les avisa de que el camino en el que están, si no es rectificado, puede llevarles a ese pecado. En esencia, dice esto: si decimos una mentira durante bastante tiempo, al fin la creeremos; y esto pervierte tanto nuestra conciencia que empezamos a ver la verdad como falsedad y la falsedad como verdad. El pecado entonces se vuelve imperdonable porque ya no queremos ser perdonados ni aceptaremos de verdad el perdón. Dios quiere perdonar el pecado, pero nosotros rechazamos aceptar el perdón porque vemos el pecado como bueno y la bondad como pecado. ¿Por qué querríamos el perdón?

Es posible acabar en este estado, un estado en el que juzgamos los frutos del Espíritu Santo (caridad, gozo, paz, paciencia, bondad, longanimidad, fidelidad, mansedumbre y castidad) como falsos, como estando contra la vida, como una maligna ingenuidad. Y el primer paso al movernos hacia esta condición es mentir, resistirse a conocer la verdad. Los subsiguientes pasos son también mentir, esto es, el prolongado rechazo a aceptar la verdad, de modo que al fin nos creamos nuestras propias mentiras y las veamos como la verdad, y la verdad como mentira. Claramente dicho, eso es lo que constituye el infierno.

El infierno no es un lugar donde uno está afligido, arrepentido y pidiendo a Dios sólo una oportunidad más para hacer las cosas bien. Ni tampoco es el infierno una odiosa sorpresa esperando a una persona esencialmente honrada. Si hay alguien en el infierno, esa persona está allí con arrogancia, teniendo lástima de la gente que está en el cielo, viendo el cielo como si fuera el infierno, la oscuridad como la luz, la falsedad como la verdad, el mal como la bondad, el odio como el amor, la empatía como la debilidad, la arrogancia como la fuerza, la cordura como la insensatez y a Dios como el diablo.

Una de las lecciones centrales de los evangelios es esta: mentir es peligroso, el más peligroso de todos los pecados. Y esto no sólo agota la energía en términos de nuestra relación con Dios y el Espíritu Santo. Cuando mentimos, no sólo estamos jugando con dos barajas con Dios, estamos también jugando con dos barajas con nuestra propia sensatez. Nuestra sensatez es dependiente de lo que la clásica teología llama la “Unidad” de Dios. Lo que esto significa en términos sencillos es que Dios es consistente. No hay contradicciones dentro de Dios y, a causa de eso, se puede confiar en que la realidad sea también consistente. Nuestra sensatez depende de esa confianza. Por ejemplo, si alguna vez llega un día en que la suma de dos más dos ya no es igual a cuatro, entonces los puntales mismos de nuestra sensatez desaparecerán; estaremos literalmente desamarrados. Nuestra sensatez personal y nuestra sensatez social dependen de la verdad, de que nosotros reconozcamos la verdad, de que digamos la verdad y de que la suma de dos más dos sea siempre cuatro.

Martín Lutero dijo una vez: ¡Peca fuertemente! Quiso decir muchas cosas con eso, pero una que ciertamente quiso decir es que el sumo peligro espiritual y moral es cubrir nuestras debilidades con mentiras, porque ¡Satanás es el príncipe de la mentira!