La encuesta escolar sobre Actitudes ante la Inmigración y Cambio de Valores augura que el camino hacia la integración será largo. Porque el rechazo que expresan las nuevas generaciones respecto a otras razas es aún elevado.
Por primera vez, son los marroquíes los más perjudicados por la xenofobia, y desplazan a los gitanos, que era el colectivo que mayor rechazo recibía. Ambos grupos son los que despiertan más recelos entre los adolescentes, sin embargo le siguen de cerca los latinoamericanos, que es el colectivo que más ha crecido en esta radiografía del racismo. Ahora son el doble los escolares que se muestran partidarios de echarles del país (un 24,7% frente al 12,6% de hace cuatro años). Además, un 11,6% dicen que les molestarían como compañeros de clases (en el 2002 ese porcentaje era sólo del 3,7%) y un 16% afirma que no les permitiría entrar a España para trabajar. Asiáticos y negros de África son los otros dos colectivos marcados por la cruz de la xenofobia.
También los europeos del Este (especialmente los rumanos) han sufrido un deterioro grave de su imagen.
El sentimiento expresado por los adolescentes en esta encuesta sirve para hacerse una idea de lo que piensa la sociedad en general, pues los jóvenes «son esponjas que absorben lo que ven a su alrededor», según indica el autor de la investigación, el catedrático Tomás Calvo Buezas. Este antropólogo dirige el Centro de Estudios sobre Migraciones y Racismo (CEMIRA) de la Universidad Complutense de Madrid, que lleva desde el año 1986 elaborando el citado estudio.
Para la encuesta del 2008 se consultó a 10.507 escolares, de entre 14 y 19 años, de once comunidades autónomas. 1.240 de los
alumnos entrevistados son murcianos. Los resultados de la consulta son doblemente relevantes porque desde el año 2002 no se hacían públicos. Los atentados terroristas del 11-S en Estados Unidos dispararon los niveles de racismo. El sentimiento de islamofobia se generalizó. Por ello, se pensó que publicar los datos podría ser contraproducente. Ahora, con los ánimos más serenos, salen de nuevo a la luz, si bien el autor de la investigación advierte de que las conclusiones son aún «preocupantes».
Así, más de la mitad de los encuestados (52,8%) opinan que debe expulsarse del país a los sin papeles. Calvo Buezas constata que «se establece, por primera vez entre los escolares, una división entre buenos y malos; de inmigrantes legales, sí; pero inmigrantes ilegales, no». Y añade: «Está calando en sus mentes y corazones el discurso público de una estigmatización, criminalización y satanización de los indocumentados».
La encuesta también revela que casi el 37% prefiere una España «blanca y de cultura occidental» e igual porcentaje exige «la
asimilación completa» de los extranjeros. La inmigración carga con una imagen negativa en el ideario juvenil. El 50,8% de los chavales
opina que los forasteros quitan puestos de trabajo, y seis de cada
diez adolescentes (el 61,2%) dicen que aumentan los problemas de
la droga y la delincuencia. Un 40,7% señala que con la inmigración se
incrementa el terrorismo. Y ahora son más los que apoyarían «a un
Le Pen español que echara a los marroquíes y negros» (del 10,7%
en 1997 a un 20% en el 2008).
Los peligros de la crisis
El antropólogo Calvo Buezas detecta que «ha decrecido el imaginario romántico de una sociedad mestiza y multicultural». Y llama la atención acerca de que «el amor fraternal con los hispanoamericanos se ha roto; y el racismo es mayor aún si en la denominación latinoamericana se añade en el cuestionario indios de América o negros de América».
Este detalle es especialmente significativo en la Región de Murcia, debido al peso que el colectivo hispanohablante tiene en el censo regional. Pese a todo, el director del Centro de Estudios sobre Migraciones aporta un mensaje para la esperanza: el racismo no se incrementa al mismo ritmo que crece el número de inmigrantes. «Además, España es uno de las países de Europa que presenta un nivel más bajo de xenofobia», añade el investigador en declaraciones a La Verdad.
Eso sí, avisa de que la crisis económica puede disparar los conflictos. «Los más pobres son los que más van a sufrir. Sus manos son su único recurso y la falta de trabajo puede llevarles a una situación desesperada. Pueden surgir disputas interétnicas pero también con los colectivos más desfavorecidos socialmente», indica Calvo Buezas.
Ante esta situación, no existen fórmulas mágicas. Este experto sostiene que la convivencia requiere «un esfuerzo de ambas partes» y recuerda que la inmigración enriquece económica y culturalmente.