La muerte de Jesús purifica todo, incluso nuestra ignorancia y pecado. Ese es el claro mensaje del relato de Lucas sobre su muerte.
Como sabemos, tenemos cuatro Evangelios, cada uno con su propia noción sobre la pasión y muerte de Jesús. Como sabemos también, estos relatos del Evangelio no son reportajes periodísticos de lo que sucedió el Viernes Santo, sino más propiamente interpretaciones teológicas de lo que sucedió entonces. Son cuadros de la muerte de Jesús más que reportajes sobre ella; y, como el buen arte, se toman la libertad de destacar ciertas formas de manera que saquen a luz la esencia. Cada evangelista tiene su propia interpretación de lo que sucedió en el Calvario.
Para Lucas, lo que sucedió en la muerte de Jesús es la revelación más clara, siempre, del increíble alcance de la comprensión, perdón y sanación de Dios. Para él, la muerte de Jesús purifica todo a través de una comprensión, perdón y sanación que desmiente toda opinión que sugiere algo en contra. Para aclarar esto, Lucas destaca algunos elementos en su narrativa.
Primero, en su relato de la detención de Jesús en el Huerto de Getsemaní, nos dice que, inmediatamente después de que uno de sus discípulos hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja, Jesús tocó la oreja de aquel hombre y lo curó. La curación de Dios, insinúa Lucas, alcanza todas las situaciones, incluso situaciones de amargura, traición y violencia. La gracia de Dios sanará al fin aun lo que está envuelto en odio.
Luego, después de que Pedro lo negó tres veces y Jesús está siendo conducido después de su interrogatorio por el Sanedrín, Lucas nos dice que Jesús se volvió y miró fijamente a Pedro con una mirada que hizo a Pedro llorar amargamente. Todo lo que hay en este texto y todo lo que viene después sugiere que la mirada de Jesús que causó el amargo llanto de Pedro no fue de desencanto ni acusación, una mirada que habría causado que Pedro llorara de vergüenza. No, fue más bien una mirada de tal comprensión y empatía como nunca antes había visto Pedro, causándole el llanto en desagravio, sabiendo que él y todo lo demás estaba bien.
Y cuando Lucas relata el juicio de Jesús ante Pilato, refiere algo que no está indicado en los otros relatos evangélicos del juicio de Jesús, a saber: Pilato enviando a Jesús a la jurisdicción de Herodes y cómo los dos (este y Pilato), irreconciliables enemigos hasta entonces, “se hicieron amigos ese mismo día”. Como Ray Brown, haciendo un comentario sobre este texto, dice, “Jesús tiene un efecto sanador incluso sobre aquellos que lo maltratan”.
Finalmente, en la narrativa de Lucas, llegamos al lugar donde Jesús es crucificado; y, mientras están crucificándolo, pronuncia las famosas palabras: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. Esas palabras, que los cristianos han tomado después para siempre como último criterio de cómo deberíamos tratar a nuestros enemigos y a aquellos que nos hacen mal, encierran la profunda revelación contenida en la muerte de Jesús. Dichas en ese contexto cuando Dios está a punto de ser crucificado por los seres humanos, estas palabras revelan cómo Dios ve y entiende incluso nuestras peores acciones: No como rencor, no como algo que al fin nos vuelve contra Dios o a Dios contra nosotros, sino como ignorancia: simple, no culpable, invencible, comprensible, perdonable, semejante a las acciones autodestructivas de un niño inocente.
En ese contexto también, Lucas narra el perdón que Jesús da al “buen ladrón”. Lucas quiere destacar aquí, más allá de lo obvio, varias cosas: Primero, que el hombre es perdonado no porque no pecó, sino a pesar de su pecado; segundo, que se le da infinitamente más que de lo que en realidad pide a Jesús; y finalmente, que Jesús morirá sin ningún asunto pendiente; antes de nada, el pecado de este hombre debe ser borrado.
Finalmente, en la narrativa de Lucas, a diferencia de las narrativas de Marcos y Lucas, Jesús no muere expresando abandono, sino más bien muere expresando completa confianza: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.” Lucas quiere que veamos en estas palabras un patrón para el modo como podemos afrontar nuestras propias muertes, dada nuestra debilidad. ¿Qué lección? Leon Bloy escribió una vez que sólo hay una verdadera tristeza en la vida: la de no ser santo. Al final de la jornada, cuando todos nosotros afrontemos nuestra propia muerte, esto será nuestro más grande pesar: que no somos santos. Pero, como Jesús muestra en su muerte, podemos morir (aun en debilidad) al saber que estamos muriendo en manos seguras.
El relato de la pasión y muerte de Jesús según Lucas, a diferencia de gran parte de la tradición cristiana, no se enfoca en el valor expiatorio de la muerte de Jesús. Lo que enfatiza, en vez de eso, es: La muerte de Jesús purifica todo, a cada uno de nosotros y al mundo entero. Sana todo, comprende todo y perdona todo, a pesar de toda ignorancia, debilidad, infidelidad y traición por nuestra parte. En la narrativa de la pasión según Juan, el cuerpo muerto de Jesús es atravesado con una lanza y al punto sale “sangre y agua” (vida y purificación). En el relato según Lucas, el cuerpo de Jesús no es atravesado. No lo necesita. Para cuando da el último aliento, ya ha perdonado a todos, y todo ha sido purificado.