1) Un hombre abierto a la obra de amor del Espíritu.
El amor ha sido derramado en nuestros corazones junto con el Espíritu Santo (cfr. Rom 5,5). Él es el que nos empuja a que nuestra fe se traduzca en obras de caridad y que nuestras obras de caridad estén animadas por la fe. La fe da sentido a nuestra caridad, y la caridad actúa e informa nuestra fe. Si la fe sin obras no es verdadera fe, también es cierto lo contrario: que la caridad sin fe no es caridad. La fe sin obras es fe muerta, pero las obras sin fe y sin caridad que las animen no son más que sicologismo bienintencionado.
El trabajo puede fácilmente ser una expresión objetiva y elevada de la caridad fraterna puesto que «cumple el deber y el derecho de procurar para sí y los suyos la necesaria sustentación y se hace elemento útil a la sociedad» (Pío XII).
La conciencia clara y viva de esta proyección social debe inducir a todos cuantos trabajan a «estimarlo, a amarlo, a ejecutarlo con asiduidad y conciencia» (Pío XII). Cuando el trabajo es ejecutado debidamente, objetivamente ya es virtuoso, convirtiéndolo en un ejercicio diario de caridad, es decir, de amistad (León XIII), de caridad social (Pío XII), de civilización del amor (Pablo VI), de solidaridad (Juan Pablo II).
2° Un hombre abierto a la oración.
Por una parte, es preciso «que la oración dé alas al trabajo», decía Pablo VI y, por otra, «que la oración comience, santifique y cierre la jornada de trabajo», que decía Pío XII. Pero además hay que conseguir que el trabajo quede convertido en oración, en centro de alabanza, en continua plegaria. Esto, sin embargo, es difícil conseguirlo.
Una manera concreta para hacer del trabajo oración es participando en la eucaristía. En la misa, el pan y el vino, frutos del trabajo del hombre, son materia indispensable para la celebración. Empapados de sudor humano, ofrecidos sin interés utilitario alguno, sino únicamente como don para la gloria de Dios, este pan y este vino son presentados en el ofertorio junto con las alegrías y las penas de los trabajos de los hombres, antes de que el Espíritu Santo los transforme en el Cuerpo y la Sangre de Cristo para ofrecerlos al Padre.
Así, en la eucaristía la actividad del hombre queda elevada, santificada y sobrenaturalmente transformada.
3) Un hombre abierto a la santidad.
Pío XII dice que el trabajo es un medio para el propio perfeccionamiento espiritual, uno de los medios más importantes de santificación y uno de los medios más eficaces para identificarse con la voluntad divina. El trabajo hecho por Dios y con Dios es una obra humana que se transforma en obra divina, ya que el hombre puede dar a sus acciones, incluso a las menos productivas materialmente, un precioso valor transcendente y sobrenatural. La jornada de trabajo de un verdadero cristiano, externamente no diversa de la de los otros hombres y dedicada también para las cosas de acá abajo, está desde ahora inmersa en la eternidad.