Uno de los problemas más antiguos de la filosofía es la cuestión de “el uno y los muchos”, si la realidad es en definitiva una unidad o una pluralidad, y cómo se interrelacionan estas. Podríamos realizar la misma pregunta en cuanto a la pluralidad de las creencias religiosas, iglesias y formas de culto de nuestro mundo. ¿Hay alguna unidad inherente ahí o es todo ello pluralidad sin nada que nos una en alguna clase de comunidad que trascienda nuestras diferencias? Aun a riesgo de ser malentendido, he aquí mi punto de vista: Todos los habitantes del mundo que tenemos una sincera creencia compartimos una fe común porque en definitiva compartimos a un Dios común. Además, ya que compartimos a un Dios común, compartimos también un problema común, a saber, luchamos igualmente por tratar de conceptualizar a este no conceptualizable Dios. El primer dogma sobre Dios en todas religiones válidas establece que Dios es santo e inefable, lo que significa que Dios nunca puede ser circuno ni abarcado en un concepto. Por definición, es imposible captar la infinitud en un concepto (como tratar de tener un concepto del número más alto hasta el que es posible contar). Ya que Dios es infinito, todos los intentos de conceptualizar a Dios se quedan cortos.
Todas las legítimas religiones tienen este problema en común, y esto nos debería mantener humildes en nuestro lenguaje religioso. Más aún, por encima de nuestra común lucha por tener un concepto de Dios, todos luchamos también por entender a Dios amando en realidad de manera universal e incondicional. Todas las religiones y todas las denominaciones luchan por no hacer a Dios tribal, parcial ni carente de total amor y entendimiento. En el Cristianismo, el Judaísmo y el Islamismo, por ejemplo, donde todos creemos en el mismo Dios, todos tendemos también a conceptualizar a ese Dios como varón, célibe y frunciendo el entrecejo casi siempre; no exactamente el inefable, el Dios incondicionalmente amoroso de la revelación.
Así, pues, ¿cuál es nuestra tarea? Nuestra tarea como creyentes es profundizar hacia una empatía siempre creciente entre unos y otros, por medio de todas las maneras denominacionales y religiosas de pensar. Ese es el auténtico itinerario para el diálogo ecuménico e interreligioso. A riesgo de sonar herético o desleal a mi propia tradición de fe, digo esto. Nuestra tarea no es emprender el logro de convertidos, tratar de persuadir a otros a que se unan a nuestra propia iglesia. Nuestra tarea es entrar siempre más profunda, fiel y amorosamente en nuestra propia iglesia y denominación, aun cuando nos empeñemos en estar en una empatía más profunda con todos los otros que adoran a Dios diferentemente a como lo hacemos nosotros.
El renombrado eclesiólogo Avery Dulles enseñó que el camino hacia el ecumenismo cristiano y el diálogo interreligioso no es el camino de la conversión, de intentar conseguir que otros se conviertan a nuestra iglesia particular. El camino que seguir (en palabras suyas) es el camino del “gradualismo progresivo”, esto es, el de cada uno de nosotros siendo siempre más fiel a Dios dentro de nuestra tradición, de modo que mientras cada uno de nosotros crezca más cerca de Dios (y para los cristianos, de Cristo) creceremos más cerca unos de otros y de todas las personas de sincera fe. La unidad que buscamos no se halla en una única iglesia o comunidad de fe que al fin convierta a todos los otros a unirse a ella, sino en que cada uno de sincera fe venga a ser progresivamente más fiel a Dios, de modo que la unidad que deseamos pueda tener lugar algún día en el futuro, dependiendo de nuestra propia fidelidad más profunda dentro de nuestra propia tradición de fe.
Nuestra tarea en tal caso no es la de tratar de convertir a otros para que se unan a nuestra propia iglesia, sino la de profundizar más en nuestra propia iglesia, aun cuando hagamos lo imposible por estar en una empatía siempre más profunda con otras iglesias y otras creencias. Necesitamos ser hermanos y hermanas mutuamente, reconociendo que ya tenemos un Dios compartido, una humanidad compartida y unas angustias compartidas.
Trabajo en un programa de doctorado en espiritualidad que reúne a estudiantes procedentes de muchas denominaciones cristianas diferentes. Durante los cinco años de su programa, estos estudiantes estudian juntos, socializan juntos, se compadecen juntos y oran juntos (aunque sólo ocasionalmente en un servicio formal de iglesia), Curiosamente, durante los diez años que hemos tenido el programa, no hemos tenido ni una sola conversión de una persona a otra denominación. Más bien, cada uno de nuestros graduados ha abandonado el programa con un amor y una comprensión más profundos de su propia tradición… y un amor y una comprensión más profundos de las demás tradiciones de fe.
Esto no implica que todas las religiones sean iguales, sino que más bien ninguno de nosotros está viviendo la verdad plena y que el camino que seguir se funda en una conversión personal más profunda dentro de nuestra propia fe y una relación más empática hacia otras creencias.
Os dejo con un poema, mío propio:
El uno y los muchos
Diferentes pueblos, única tierra
Diferentes creencias, único Dios
Diferentes lenguas, único corazón
Diferentes maneras de caer, única ley de gravedad
Diferentes energías, único Espíritu
Diferentes escrituras, única Palabra
Diferentes formas de culto, único deseo
Diferentes historias, único destino
Diferentes fuerzas, única fragilidad
Diferentes disciplinas, único designio
Diferentes accesos, único camino
Diferentes credos, único Padre, única Madre, única tierra, único cielo, único comienzo, único fin.