Hoy ya no entendemos el valor y el poder del ritual. Eso es más que una pérdida individual. Es el aire cultural que respiramos. En palabras de Robert L. Moore, hemos andado ritualmente “duros de oído”. Los efectos de esto se pueden ver por todas partes. Permitidme dos ejemplos:
Primero, hoy vemos esto en el fracaso de tantas parejas por entender la necesidad de formalizar su relación en una ceremonia de matrimonio. Hacen un compromiso privado de vivir juntos, pero no sienten la menor necesidad de formalizar esto ante una autoridad civil o en una iglesia. Ellos creen que su amor y su mutuo compromiso privado es todo lo que se necesita. ¿Qué añade una ceremonia formal o una bendición de la iglesia a ese compromiso? El sentimiento predominante es que una ceremonia formal, incluso idealmente en una iglesia, es bonita como celebración y como algo con que complacemos a otros, pero, más allá de eso, añade poco o nada en términos de algo importante. ¿Qué aporta el ritual a la vida real?
Vemos esta misma opinión en muchas actitudes actuales para con la asistencia a la iglesia, la oración y los sacramentos. ¿De qué vale participar en algo cuando aparentemente nuestros corazones no están en ello? ¿De qué vale ir a la iglesia cuando tenemos la impresión de que eso está carente de sentido? ¿De qué vale orar formalmente cuando, hoy, nuestros corazones están a millones de millas lejos de lo que nuestras palabras dicen? Más aún, ¿De qué vale ir a la iglesia o decir oraciones en esos momentos en que sentimos una cierta repugnancia a lo que estamos haciendo? En verdad, estas preguntas son expresadas frecuentemente como una acusación. ¡La gente sólo va por indicación de la iglesia y por oración, repitiendo como un loro palabras que no son, en realidad, significativas para ellos; van por un ritual vacío! ¿De qué vale eso? El valor es que el ritual mismo puede guardar y sustentar nuestros corazones en algo más profundo que las sensaciones del momento.
Matthew Crawford, en su reciente libro El mundo más allá de tu cabeza, sugiere que el ritual actúa positivamente aun cuando nuestros sentimientos sean negativos. Estas son sus palabras: “Considera como un ejemplo a alguien que sufre no de alguna vehemente sensación de concupiscencia, resentimiento o envidia… sino más bien de tristeza, descontento, tedio o enojo. Una esposa -digamos- siente esta distancia acerca de su esposo. Pero ella cumple un cierto ritual: dice “te quiero” al irse a acostar por la noche. Ella dice esto no como una referencia respecto a sus sentimientos -eso no es sincero-, pero tampoco es una mentira. Lo que resulta es una especie de oración. Ella invoca algo que valora -el vínculo marital- y, al hacerlo, vuelve de su presente descontento y hacia este vínculo, por más fugaz que pueda ser como experiencia real. Se ha dicho que el ritual (como opuesto a la sinceridad) tiene una cualidad “subjuntiva” a él: uno actúa como si algún estado de aventura fuera verdadero, o pudiera ser… Aligera una de las cargas de “autenticidad”… El ritual de decir “te quiero”… altera algún tanto la escena marital; puede ser que no exprese amor tanto como para invocarlo como por ensalmo. Una esposa invita a su marido a unirse con ella honrando el matrimonio, algo que uno podría honrar. Es un acto de fe: en uno a otro, pero también en una tercera cosa, que es el matrimonio mismo.”
Lo que Crawford destaca aquí es precisamente “una tercera cosa”, esto es, algo que está más allá de las sensaciones de un momento dado y nuestra fe en uno a otro, a saber, la institución del sacramento mismo como algo que contiene un ritual, como un sacramento que puede guardar y sustentar una relación más allá de las emociones y sentimientos del momento. El matrimonio, como institución humana y divina, está diseñado para sustentar el amor dentro y más allá de las fluctuaciones emocionales y afectivas que inevitablemente suceden dentro de toda relación íntima. El matrimonio permite a dos personas continuar amándose uno a otro a pesar del tedio, enojo, ira, amargura, ofensa y, en algunos casos, incluso infidelidad. El acto ritual de casarse pone a uno dentro de ese contexto.
Dietrich Bonhoeffer, al predicar en celebraciones de matrimonio, frecuentemente les daba este consejo a las parejas: Hoy estáis muy enamorados y sentís que el amor sustentará vuestro matrimonio. No: vuestro matrimonio puede sustentar vuestro amor. Siendo ritualmente “duros de oído”, nos esforzamos por entender eso.
Lo mismo vale para la asistencia a la iglesia, los sacramentos y la oración privada. No es cuestión de ir porque está mandado, en días en que los sentimientos no están presentes. Más bien, es ir a través del ritual como algo mágico, como un honrar nuestra relación con Dios y como un acto de fe en la oración.
Si sólo dijéramos “te quiero” cuando de hecho sintiéramos esa sensación, y si sólo oráramos cuando de hecho nos sintiéramos así, no expresaríamos el amor ni la oración muy frecuentemente. Cuando decimos “te quiero” y hacemos oración formal en esos momentos en que nuestros sentimientos parecen que desmienten nuestras palabras, no estamos siendo hipócritas, o simplemente no estamos yendo a través de sensaciones, estamos expresando, en realidad, algunas verdades más profundas.