Quizá no nos despierte excesiva atención la referencia bíblica al vestido, y sin embargo, es una imagen que recorre la Biblia con significados muy ricos y en situaciones a veces muy dramáticas.
Al hilo del relato de la predicación de Jonás a los ninivitas y de la reacción del rey de despojarse de su manto real como expresión pública de penitencia y de conversión, cabe evocar el sentido que tienen en las Sagradas Escrituras el manto, el vestido, la túnica y el traje de fiesta, de gala o de bodas.
Ya al principio de la Creación, aparece Dios haciendo unas túnicas para cubrir la desnudez de Adán y de Eva, compadeciéndose de ellos que, avergonzados, se habían escondido de la presencia divina.
Despojarse de los vestidos de gala es muy diferente de ser revestidos con el traje de fiesta. Permanecer echado en el camino sobre el manto como única propiedad del pobre, que le defiende del frío, evoca una situación bien distinta al gesto de los hijos de Noé, cuando toman un manto para cubrir la desnudez vergonzante en la que aparece su padre, tendido en el suelo de su tienda, borracho. Todas estas escenas entrelazadas adelantan el significado de lo que hace Rebeca con su hijo Jacob, cuando le pone el vestido del primogénito, y lo que hace Jacob con su hijo amado, José, cuando le hace una túnica con mangas largas.
El vestido en la Biblia no significa solo la pieza de abrigo, la prenda necesaria para convivir en sociedad, o el ornamento sagrado; el vestido revela la dignidad de la persona. Así el profeta, el rey, el sacerdote, el novio, el invitado a bodas se describen con diferentes atuendos.
Pero a la luz del Evangelio es como se comprende el significado más profundo de lo que en principio parecía una referencia circunstancial al modo en que iba vestida una persona. Se descubre que en la hora suprema de la Pasión del Señor, cuando aparecen sus vestidos y su túnica al pie de la Cruz, en presencia de su Madre, se nos revela la dignidad a la que se nos eleva gracias a su despojamiento.
La extraña paradoja que nos cabe contemplar es que a costa del desnudo de Jesús, del despojo más escandaloso, somos revestidos de la dignidad de hijos de Dios, y María se convierte en nuestra Madre.
Una recomendación paulina es que nos revistamos del hombre nuevo, hecho a imagen del Primogénito, a imagen del Hijo de Dios.