Elogio de la familia

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Está cerca el la fiesta de la Sagrada Familia. Retorna cada año en Navidad. Los ojos se fijan en una familia peculiar a la que llamamos sagrada. Nos recuerda episodios de Belén y Nazaret, situaciones de asombro, incertidumbre y amenaza. Pero también de afecto y ternura ante el gran acontecimiento de la encarnación de Dios.

Al hilo de esa familia, podemos descubrir que toda familia tiene algo de sagrada. Forma parte de la historia sagrada, especialmente para los miembros de la misma. Es un lugar de gracia y de felicidad, tanto para los esposos y padres como para los hijos. Tener la dicha de nacer en una familia “sana” es una de las mayores bendiciones que se puede recibir en la vida. El ser “hijo” y, tal vez, hermano marca para toda la vida. Constituye una experiencia inicial y permanente de la propia humanidad.

En tiempos de crisis social y económica se  pone de relieve la función social de la familia. Se habla y escribe de la familia como colchón social. Se recuerda que junto con las pensiones, el seguro de desempleo y la economía sumergida, es uno de los pilares que sostienen y confieren estabilidad social y personal a un país. A diferencia del norte de Europa, la familia del sur atiende durante muchos años a los jóvenes cuyo tiempo de formación se prolonga y cuyas perspectivas laborales son escasas y se hace imposible la emancipación personal en un proyecto de vida independiente.

Tal vez estas luces tienen las sombras de favorecer familias demasiado protectoras, con el consiguiente perjuicio para la capacidad de iniciativa y de riesgo por parte de los  jóvenes. Y también favorecen una cierta comodidad y la consiguiente  dificultad para el esfuerzo personal de superación.

Cuando se trata de discernir los contextos más favorables para la transmisión de la fe, se recurre también a la familia. Es el santuario de la vida recibida, acogida y querida, cuidada y celebrada. Se recuerda su función específica como dadora de los sentidos básicos de la vida y como educadora de las actitudes fundamentales de la vida. En las actitudes y afectos de los primeros años de la infancia se juega la felicidad personal del individuo para toda su vida. Nos lo dicen los sicólogos. Por su parte, los educadores lo constatan uno y otro día. Y los catequistas perciben cómo la fe se trasmite verdaderamente cuando forma parte del paquete de aprendizajes que se recibe por contagio y ósmosis familiar.

Las familias son las primeras evangelizadoras. El testimonio de los padres pone los cimientos de una fe que configura toda la vida. Hay que reconocer a las familias cristianas en su transcendental tarea. Hay que darle la enhorabuena por su vocación y misión. Especialmente en Navidad. A su modo, ellas continúan hoy la historia sagrada. Son la buena noticia para la vida de todos.