Queridos amigos:
A mi llegada a casa el domingo leí vuestra carta. Durante el fin de semana me fue materialmente imposible leerla. Pero, además, aunque hubiese tenido el tiempo disponible, tampoco la hubiera leído. No por falta de interés, ni de cariño, sino porque, según me anunció uno de vosotros el viernes, se trataba de compartirme "algunas cositas" no tan positivas. Previendo que a lo peor me afectaban negativamente en mi estado de ánimo, decidí no leerla. Y no lo hice para que no hubiera interferencias en el desarrollo de lo que tenía que hacer durante ese tiempo. Creo que me debía totalmente a las personas a quienes estaba tratando de servir.
No sé si compartís este punto de vista y esta decisión por mi parte. Pero, si consideráis que mi decisión no fue una imprudencia, creo que, por vuestra parte, podíais haber buscado otra ocasión más propicia para decirme de palabra o por escrito esas "cositas". En este sentido fue en el que, en esa misma tarde del viernes, le pregunté -a quien de vosotros me entregó la carta- que por qué no me las había compartido antes.
Después de leerla, me siento tranquilo, sereno y agradecido, aunque también sorprendido.
Tranquilo y sereno al percibirme confirmado con el párrafo que dedicáis a la valoración de mi servicio hacia la comunidad. Desde esa confirmación me surgen también sentimientos de gratitud hacia vosotros, sabiendo -como sé, porque me lo habéis dicho más de una vez- cuánto os cuesta dirigir elogios a las personas que queréis. También me siento agradecido al saber que tengo mi sitio en vuestro corazón, que "es grande, cálido, acogedor y alegre", como decís vosotros y yo, por mi parte, confirmo desde mi experiencia global del trato con vosotros, aunque en, algunos momentos de desilusión por mi parte, me haya costado reconocer que así es.
Mis sentimientos de sorpresa surgen cuando me decís al comienzo de tu carta: "Sin saber a ciencia cierta la ilusión que produce en tí que te dediquemos un ratito, aquí estamos para desearte un muy buen fin de semana". Me sorprende enormemente que no sepáis la ilusión que produce en mí el que haya parejas a las que quiero y por las que me siento querido que me dediquen un ratito. A lo largo del tiempo que nos hemos tratado, ¿tan poco os he manifestado mi necesidad de ser amado y de pertenecer para que no sepáis a ciencia cierta la ilusión que me producen los detalles de ternura? Esto me sorprende y me desorienta. Yo creo que os he manifestado más de una vez que también mi corazón es grande, cálido, acogedor y alegre. ¿Cómo no voy a acoger con ilusión esa muestra de cariño, viniendo de una pareja a la que quiero y por la que me siento querido?
No sé si me equivoco, pero me parece que ese no saber a ciencia cierta es fruto de que, como me decís después, "añoramos algún ratito tuyo para nosotros". Echáis en falta este ratito. Lo esperáis, sobre todo, teniendo en cuenta que "nosotros, que en estos momentos que estamos viviendo, nos sentimos queridos y acompañados de muchas personas de la comunidad". El mensaje que yo percibo es que dudáis de mi cariño por vosotros, dado que en estos momentos que estáis viviendo no tengo un ratito para vosotros, mientras que otras personas de la comunidad sí lo tienen.
Si mi interpretación es correcta, os quisiera decir, en primer lugar, que en las manifestaciones del cariño no es posible establecer comparaciones. Me siento molesto al tener que hacer lo que hacen otras parejas y sacerdotes. Además, estoy convencido de que cada uno ama y manifiesta su ternura a su manera, aunque tenga que hacer el esfuerzo de acoplarse a la manera cómo los demás desean recibirla. Lo que es evidente es que a vosotros no os ha llegado ni mi amor, ni sus manifestaciones. Esto no quiere decir que no os ame, ni que no haya manifestado mi amor por vosotros. Lo único que quiere decir es que no os ha llegado.
Quiero recalcar esto último: os quiero y he tratado de manifestaros mi cariño en muchos momentos. Y en estos también. Otra cosa es que no lo hayáis percibido así. Varias veces, he preguntado a los dos, unas veces en pareja y otras a cada uno de vosotros, cómo estábais viviendo esta situación. La verdad es que vuestras respuestas no me parecieron muy explícitas.
Yo no sé si he obrado correctamente, pero lo que he pretendido ante la parquedad de vuestras respuestas ante mis preguntas, ha sido no hacerme pesado y no incordiaros. Me daba la impresión de que era un asunto que no queríais remover y que preferíais no abordar con hondura, al menos conmigo. Con mi ausencia trataba de manifestaros mi respeto. Nada más y nada menos.
Espero que esta carta sirva para clarificar mi postura. Si creéis conveniente que la dialoguemos estaré encantado de ello. Sois personas a las que quiero, con las que he compartido mi vida y que forman parte de ella.
Un fuerte abrazo
Santa Cecilia, virgen y mártir
Lc 19,45-48. Habéis hecho de la casa de Dios una “cueva de bandidos”.