En figura de otro

12 de abril de 2010

    Las secuencias evangélicas que narran las apariciones del Resucitado a sus discípulos muestran la gran diversidad de formas en que Jesús se presenta a los suyos después de resucitar de entre los muertos.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.     “Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del huerto…” (Jn 20, 15). “Se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado.” (Jn 20, 19-20) “Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu.” (Lc 24, 37)  “Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.” (Jn 21, 4) “Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.” (Lc 24, 15-16).

    En figura de jardinero, de pescador, de caminante, herido… Jesús toma la imagen más próxima a la situación que viven sus discípulos. A María Magdalena se le muestra como si fuera el jardinero; a los de Emaús, como caminante; a los pescadores de Galilea, como entendido en pesca; a Tomás, herido. No son los ojos físicos los que aciertan a reconocer al Señor, sino la evidencia que presta la fe cuando se ve el comportamiento del interlocutor que se acerca en cada una de las escenas.

    Más que nunca se demuestra la sacramentalidad de las mediaciones, por las que Jesús puede seguir haciéndose presente en nuestra historia. Él toma la figura de otro, para entrar en diálogo amigo en las diferentes circunstancias que vivimos.

    En el Evangelio se afirma que lo que hagamos al prójimo, se lo hacemos a Cristo. Los santos de todos los tiempos han tenido el don de descubrir en los más pobres, débiles, menesterosos, enfermos o marginados el paso del Señor. San Martín de Tours, al partir su capa con un pobre, a la entrada de Amiens, gustó la experiencia de habérsela dado a Jesús. San Benito ordena en su Regla recibir al huésped como al mismo Cristo en persona. Francisco de Asís, al dar un beso a un leproso, se encontró con el rostro del Señor. San Vicente de Paúl llega a la sagacidad de afirmar que dejar la oración por atender al pobre que llama es dejar a Cristo por Cristo.

    La presencia del Resucitado sigue entre nosotros de muchas maneras, bajo figura de otro. La fe permite descubrir en la mirada del prójimo el rostro vivo del Señor. Quienes se abren a esta relación caminan con una energía sorprendente. La madre Teresa de Calcuta, en su oscuridad de fe, mantuvo siempre la opción de amar a los más pobres como a Cristo viviente.

    Hoy, por nuestras calles, Cristo sigue esperando que lo reconozcamos.