Recientemente, la NASA lanzó al espacio el James Webb Space Telescope, el telescopio mayor y más caro construido hasta ahora. Le costará seis meses viajar a un millón de millas de la tierra, encontrar su lugar de permanencia en el espacio y después empezar a transmitir imágenes a la tierra. Esas imágenes serán como nunca antes se han visto. Se espera que podamos ver en el espacio mucho más de lo que hemos visto antes, idealmente hasta los límites mismos de nuestro universo aún en expansión, exactamente hasta las primeras partículas que surgieron de la explosión original, el Big Bang, que dio comienzo al tiempo y a nuestro universo.
Los científicos estiman que nuestro universo empezó hace 13’7 mil millones de años. Hasta donde sabemos, antes de eso no existía nada, según lo entendemos hoy (excepto Dios). Entonces, de entre esta aparente nada, hubo una explosión (el Big Bang) más allá de la cual se formó todo en el universo, incluso nuestro planeta tierra. Como con cualquier explosión, las partes más íntimamente entrelazadas, con la fuerza de expulsión, son las más lejos impelidas. Así, cuando los investigadores tratan de determinar la causa de una explosión, están particularmente interesados en encontrar y examinar aquellas piezas que estaban lo más estrechamente unidas a la original fuerza de la explosión, y generalmente aquellas piezas han sido voladas lo más lejos.
La fuerza del Big Bang aún continúa, y aquellas partes del universo que estaban lo más íntimamente entrelazadas con sus orígenes aún están siendo impelidas más y más hacia el espacio. Los científicos son investigadores, indagando esa explosión original. Lo que el James Webb Space Telescope confía ver es algo de las partes originales de esa inimaginable explosión que dio origen a nuestro universo, porque estas partes estaban allí en el principio mismo, en los orígenes de todo lo que existe. Al verlas y examinarlas, la ciencia espera entender mejor los orígenes de nuestro universo.
Contemplar el entusiasmo que los científicos sienten acerca de este nuevo telescopio y sus esperanzas de que nos mostrará imágenes de partículas del comienzo del tiempo, puede ayudarnos a entender por qué el evangelista Juan tiene dificultad de refrenar su entusiasmo cuando habla de Jesús en su primera carta. Está entusiasmado con Jesús porque, entre otras cosas, Jesús estaba allí en los orígenes del universo e incluso en los orígenes de cada cosa. Para Juan, Jesús es un telescopio místico a través del cual podríamos ver esa primordial explosión que creó el universo, ya que él estaba allí cuando eso sucedió.
Permitidme el riesgo de parafrasear el comienzo de la primera carta de Juan (1,1-4), como él lo podría haber escrito para nuestra generación a propósito de nuestra curiosidad sobre los orígenes de nuestro universo:
Necesitáis comprender de quién y de qué estoy hablando:
Jesús no sólo fue una persona extraordinaria que realizó algunos milagros
o incluso el que resucitó de entre los muertos.
Estamos hablando de alguien que estaba presente en los orígenes mismos de la creación,
el mismo que es el fundamento para esa creación,
el que estaba con Dios cuando ocurrió “el Big Bang”,
y aun antes de eso.
Increíblemente, nosotros logramos verlo en la carne, con ojos humanos,
¡el Dios que creó “el Big Bang”, caminando entre nosotros!
En efecto, lo tocamos corpóreamente.
En efecto, hablamos con él y le oímos hablar,
él que estaba allí en los orígenes de nuestro universo,
¡allí cuando tuvo lugar “el Big Bang”!
En verdad, él es Aquell que le dio al interruptor para hacerlo saltar,
con un plan en mente como a dónde debería ir,
un plan que nos incluye a nosotros.
¿Queréis indagar más profundamente qué sucedió en nuestros orígenes?
Bueno, Jesús es un telescopio místico para inspeccionar a través de él.
Después de todo, él estaba allí en el principio
¡e increíblemente logramos verlo, oírlo y tocarlo corpóreamente!
Excusad mi exuberancia, pero
logramos caminar y conversar con alguien que estaba allí al principio de los tiempos.
Hay diferentes clases de conocimiento y diferentes clases de sabiduría, juntamente con diferentes vías de acceso a cada una de ellas. La ciencia es una de esas vías, y es importante. Durante demasiado tiempo, ni la teología ni la religión la reconocieron como amiga. Eso fue (y continúa siendo) un trágico error, dado que la ciencia tiene el mismo fundador y el mismo intento que la teología y la religión. La teología y la religión se han equivocado cada vez que han buscado socavar la importancia de la ciencia o sus reclamaciones por la verdad. Por desgracia, la ciencia ha devuelto con frecuencia el favor y ha visto a la teología y la religión como una adversaria más bien que como una compañera. Las dos se necesitan mutuamente, sobre todo en la comprensión de los orígenes y el intento de nuestro universo.
¿Cómo entendemos los orígenes y el intento de nuestro universo? La ciencia y Jesús. La ciencia está indagando esos orígenes, interesada en decirnos cómo sucedió y cómo se está desenvolviendo, mientras Jesús (que estaba allí cuando ocurrió) está más interesado en decirnos por qué sucedió y lo que ello significa.