El director de la aldea y su familia llevan en el corazón la vida y la educación de cada uno de los hijos que les han nacido a lo largo de todos los años que llevan como responsables de esta extraordinaria misión. También se ocupan con responsabilidad y cariño de las madres de cada uno de los hogares. Forman una única familia, con un mismo sentir. Son una “piña”. Con esfuerzo y tiempo han logrado tener un espíritu de trabajo compartido, confrontado, animado por un mismo ideal: la educación y formación de los niños, de todos aquellos que se quedaron sin padres, que fueron abandonados, que tuvieron muy pronto que soportar desgracias, soledades, abandonos, ausencias y también miedos.
Con niños y madres he compartido momentos bellos, encuentros festivos, formativos, celebrativos. La aldea es muy amplia, los hogares muy bien organizados, el ambiente es sano, acogedor, limpio, alegre. Se siente uno bien recibido. Se entra fácilmente en comunión. No hay barreas de ningún tipo. La hospitalidad y la luz son gratis. Uno de los días que pasaba por allí le dije a una de las madres que me diera el testimonio de su vivir y de su estar en la aldea. La escucha se convirtió en admiración, aplauso, agradecimiento y afecto. Después le pedí el favor de llevarme escritas sus palabras, su testimonio para el bien de otras personas. Aunque lo escrito fue breve, bello y acompañado de un saludo de una de las hijas ciegas de su hogar. En sistema Braille expresó su sentir:
“Querido P. Salvador lo saludo con mucho amor. Le escribo esta pequeña cartita para que tenga un recuerdo de mí. Le doy gracias a Dios y a la Virgen por tener una persona que me ha servido de todo corazón. Espero graduarme para el futuro que me espera. Tengo que salir adelante. Vine a la aldea con 16 meses y ahora tengo 14 años. Me siento muy feliz por tener una madre que me ha cuidado a pesar de mis dificultades. Para usted, de Ingrid”. Y Enue, la madre del hogar de nueve niños, decía en su carta: “Un hermano más ha llegado a la aldea. Doy gracias a Dios. Ya vio lo ocupada que estamos aquí las madres y comprobó también las dificultades y las alegrías que tenemos. La niña que le ha escrito yo la recibí de 16 meses, la cuidé con toda mis fuerzas y mi cariño, la estimulé, aprendí el sistema Braille para poder ayudarla, nos esforzamos en adaptarnos una a otra. Su deformación física le impedía crecer al ritmo de los otros, tuve que apoyarla más, tampoco fue fácil su alimentación. Es mucho lo que quisiera contarle. Es muy difícil aceptar la separación cuando los niños han crecido y se tiene que ir a la aldea joven o a trabajar. Algunos se pierden en el mundo de los vicios y yo me siento frustrada y me pregunto por las equivocaciones que pueda haber cometido en la educación de ellos. Recuerdo la canción “cuando el hijo se alejara del hogar una madre siempre espera su regreso”, “una madre no se cansa de esperar” Eso a mí me llena mucho. No soy madre biológica pero los siento y los vivo como auténtica madre. Los quiero mucho y sufro por ellos. Soy una persona llena de espíritu: río, oro, canto, juego, estudio…pero en medio de todo, están mis niños. Encomiendo a Dios Padre todos los días, todos los hogares y todos los niños”.