“Llevo ocho años al servicio de la comunidad del Bordo de Guadalupe; comunidad alejada de la ciudad y ubicada en zonas pobres y marginales. Quedé interesado cuando la Delegada Esmirna de Zerán me invitó a formar parte del grupo de Delegados de la Palabra y poder llegar a predicar el evangelio con la vida a los habitantes del bordo. Pregunté al Señor: ¿En qué te puedo servir? ¿Qué quieres de mí? ¿Qué dones puedo poner al servicio de los demás? Le dije: “Señor, enséñame a amarte”. Pedí el don del Amor y se me concedió para amar a todos mis hermanos más desprotegidos. Comencé a trabajar con la hermana Isvela, misionera claretiana, y Esmirna. Comencé a acompañar a mis hermanas y a ver la realidad, el trabajo que realizaban y el modo de tratar a las personas.
Con los cambios de política la gente vive en la inseguridad y la desconfianza. Creen que van a ser trasladados a otros lugares para vivir, como Cofradía y alrededores. Hemos reparado la galera en un solar prestado para reunir a los vecinos, dar algunas sesiones de catequesis a los niños, rezar el rosario, celebrar La Palabra, tratar asuntos de la comunidad, recaudar algunos fondos para arreglar algunas casas más deterioradas y llevar alimentos a los más pobres. La asistencia es escasa, desigual, lo mismo llegan muchos, y a la siguiente reunión nos juntamos sólo unos pocos.
Las visitas a los hogares las hago con la Delegada Rosa María y Oneida, aspirante a Delegada. Entramos en comunicación con confianza, somos bien recibidos, nos hacen partícipes de sus problemas. Una joven nos comentó hace unos días que al regresar del trabajo la intentaron violar y todavía está afectada por esa situación. No descansa bien; los nervios los tiene alterados. El número de madres solteras es muy elevado. La población protestante supera el 50%. Muchas personas se dan al juego, la bebida o pasan el tiempo con las series televisivas y la radio siempre puesta a volúmenes muy altos.
En la comunidad no se ve violencia, se respira tranquilidad entre los propios vecinos; pero a los que no viven allí les da miedo acercarse. Hay un sector en el lado oeste en el que reina un silencio conflictivo y hay que andar con mucho cuidado. Se tarda en ganar la confianza de estas personas.
Me siento cordialmente unido a toda la comunidad, disfruto con la compañía que ellos me regalan, los visito y entro a sus casas con espíritu de hermandad. Con ellos leo y comparto la Palabra. Me hacen sentir bien y me siento bien. No hago diferencias; y, como le decía al P. Salva, estando con ellos me siento como en el patio de mi casa.
Cuando empezó la primera visita de la Santa Misión, les cortaron el servicio de la energía eléctrica; pude ver como se unieron para protestar y reivindicar su derecho a la electricidad. Me hicieron partícipe de sus problemas. Juntos los pudimos arreglar. Con motivo de visitas pude entrar en casi todas las casas y miré que había gente abandonada con trastornos mentales y otras enfermedades, que hay que hacer más presencia y más vida con ellos, motivarles para que asistan a las reuniones y para que se conozcan más entre ellos. He descubierto que este es el trabajo que más tengo que hacer, después de ocuparme de mi esposa e hijos y concluida mi propia ocupación laboral. Primero Dios, y con Él, lo conseguiré.