¡Enamorarse! Usamos esta expresión para referirnos a muchas cosas: Te puedes enamorar de un bebé, de un equipo deportivo, de una ciudad, de un trabajo o de otra persona. Con todo, reservamos el primer analogado de esta expresión para una cosa: el enamoramiento emocional, ese sentimiento embriagador que percibimos por primera vez cuando nos encontramos con alguien a quien sentimos como un alma gemela.
Iris Murdoch escribió una vez que el mundo puede cambiar en quince segundos porque eso es lo rápidamente que puedes enamorarte de alguien. Tiene razón, y enamorarnos emocionalmente puede literalmente paralizarnos con un zarpazo tan fuerte que incluso parezca preferible la muerte a perder a aquel del que nos hemos enamorado. Incontables angustias, corazones rotos, depresiones, colapsos clínicos, suicidios, asesinatos y asesinatos-suicidios testifican esto. El enamoramiento emocional puede ser una adicción mortal, la cocaína más poderosa del planeta. ¿De dónde procede? ¿Del cielo o del infierno? ¿Cuál es su significado?
Definitivamente, Dios y la naturaleza son su autor, y eso nos dice que es una cosa buena. Estamos proyectados para que nos suceda esto. Además, es una cosa saludable, si se entiende con propiedad, en su poder embriagador y en su innata incapacidad para ser una fuerza sustentadora en el amor.
¿Qué sucede cuando nos enamoramos tan fuertemente de alguien? ¿Estamos en realidad enamorados de esa persona o estamos más bien enamorados de estar enamorados y de los sentimientos que esto nos acarrea? También, ¿estamos en realidad enamorados de esa persona o estamos enamorados de una imagen de él o ella que nos hemos creado, una imagen que proyecta cierta inclinación sobre esa otra?
Permitidme arriesgar algunas respuestas. Imaginaos a un hombre que se enamora profundamente de una mujer. Al principio, los sentimientos pueden ser irresistibles y pueden literalmente paralizarlo emocionalmente. Sin embargo, en todo esto, se reclama cierta pregunta: ¿De quién o de qué está en realidad enamorado? ¿De sus sentimientos? ¿Del arquetipo de feminidad que la mujer muestra? ¿De la imagen que él tiene de ella? ¿De ella misma?
En realidad, está enamorado de todas estas cosas. De sus sentimientos, de la imagen que él tiene de ella, de ella misma y del divino femenino del que ella es portadora. Todo eso se da de una pieza en su experiencia. A la vez, todo esto puede ser saludable en esta etapa del amor.
Dios inventó el enamoramiento emocional, como también inventó las lunas de miel. No estamos destinados a ser atraídos unos a otros sólo por fríos análisis. Pero esta forma de enamoramiento es una etapa iniciativa en el amor (aunque placentera) que necesita ser entendida exactamente por lo que es: una etapa iniciativa, nada más, que nos invita a adentrarnos en algo más profundo. El enamoramiento emocional aún no es una etapa madura en el amor. A no ser que uno muera en su garra, como hicieron Romeo y Julieta, un día perderá su poder sobre nosotros y nos dejará desilusionados. Cuando Iris Murdoch dijo que somos capaces de enamorarnos en quince segundos, podría haber añadido también que, tristemente, somos capaces igualmente de desenamorarnos en quince segundos. El enamoramiento emocional puede ser así de efímero, en su nacer y en su morir.
Así, enamorarse (de este modo emocional) viene cargado de ciertos peligros. Primero: existe la tendencia adolescente a identificar esto con el profundo amor mismo. Consecuentemente, cuando los poderosos sentimientos emocionales y psicosexuales se dejan ir, la persona concluye fácilmente que ya no está enamorada ni sigue adelante. A continuación, más sutilmente, existe este peligro: cuando estamos en esta perturbadora etapa inicial del amor, nuestra imagen del otro lleva consigo cierta inclinación. ¿Qué se quiere decir con eso?
San Agustín acuñó este dicho que nunca deja de ser verdad: Nos has hecho para ti, Señor, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en ti. De ahí que nada en la vida pueda ser en realidad suficiente para nosotros. Siempre estamos inquietos, siempre anhelando algo más. Con todo, en esta fase inicial del amor, cuando hemos caído en la garra del enamoramiento emocional, por algún tiempo el otro es suficiente para nosotros. Por eso Romeo y Julieta pudieron morir felices. En esta etapa del amor, fueron suficientes el uno para el otro.
Sin embargo, la amarga verdad es que el enamoramiento no dura. La otra persona -no importa lo maravillosa que en realidad pueda ser- no es Dios ni nunca puede ser suficiente (y somos injustos con él o ella cuando esperamos inconscientemente que sean suficientes). Durante cierto tiempo son capaces de llevar esa inclinación por nosotros, pero esa ilusión de la inclinación se romperá finalmente y nos daremos cuenta de que esta es sólo persona, una persona, maravillosa quizás, pero finita, limitada y no divina. Ese percatarnos (que está destinado en definitiva a ser el fundamento para el amor maduro) puede, si no es entendido, arriesgar o irritar una relación. ¡Dios inventó el enamoramiento! En él logramos un pequeño anticipo del cielo, aunque, como la experiencia nos dice, eso conlleva sus peligros.