En los días del apartheid que se dio en Sudáfrica, los cristianos tenían la costumbre de encender candelas y colocarlas en sus ventanas como un signo, para ellos y los demás, de que confiaban en que algún día esta injusticia llegaría a su fin. Una candela encendida en una ventana era un signo de esperanza y de declaración política. El gobierno no pasó por alto el mensaje. Aprobó una ley que ilegalizaba la colocación de una candela encendida en una ventana, falta que equivalía a la posesión de un arma de fuego; ambas fueron consideradas igualmente peligrosas. Esto vino ser, en definitiva, una broma entre los niños: “¡A nuestro gobierno le asustan las candelas encendidas!”
¡Y así debía de ser! Las candelas encendidas, más que las armas de fuego, derrocaron el apartheid. La esperanza, no las armas, es lo que en conclusión transforma las cosas. Encender una candela como un gesto de esperanza es decirte a ti mismo y a los demás que, a pesar de cualquier cosa que podría estar sucediendo en el mundo, vosotros aún estáis fomentando una visión de paz y unidad que se funda sobre algo que está más allá del estado presente de las cosas y por encima de las realidades y poderes más profundos que aquello que el mundo admite. Encender una candela es manifestar públicamente que vosotros tenéis fe en que eso, al fin y al cabo, más que aquello visto en el noticiario de la noche, determinará el resultado final de las cosas. Hay también otros poderes actuando. Encender una candela es un gesto de desafío político y un gesto de esperanza.
¿En qué consiste la esperanza?
Primero, no es ilusión. Puedo desear ganar la lotería, pero ese deseo, en sí mismo, no contiene ningún poder real para hacer que suceda. Segundo, la esperanza no es simplemente optimismo temperamental, temperamento optimista que siempre ve el lado transparente de las cosas. Un optimismo firme sobre las cosas a veces puede ser útil, pero no es ningún fundamento para la esperanza; de igual manera que las ilusiones, está falto de poder para hacer que su propio sueño se convierta en realidad. Finalmente, la esperanza no es simplemente observación aguda ni sentido común, talento para apartar lo real de lo aparente. Útil como es esto, todavía no llega a ser esperanza. ¿Por qué no?
Porque la esperanza no se apoya sobre la aguda declaración de los hechos empíricos, sino sobre la creencia en una serie más profunda de realidades: la existencia de Dios, el poder de Dios, la bondad de Dios y la promesa que dimana de eso.
Se cuenta una historia sobre Pierre Teilhard de Chardin que ayuda a ilustrar esto. Teilhard no era muy dado a hacerse ilusiones ni tampoco era un temperamento optimista; tendía más bien hacia un realismo amante de la soledad. Aun así, era un hombre de auténtica esperanza. Por ejemplo, en una ocasión, después de dar una conferencia donde desplegó una visión en la que, en definitiva, la unidad y la paz se llevarán a cabo en la tierra de un modo que corre parejo con la visión de la escritura, le desafiaron algunos colegas con esta objeción: “Esa es una visión maravillosa e idealista de las cosas, pero supón que explotamos el mundo con una bomba nuclear; entonces ¿qué pasa con tu teoría?” Teilhard respondió: “Eso retrocedería las cosas algunos millones de años, pero esto aún llegará a cumplirse, no porque yo lo diga ni porque los hechos lo indiquen ahora mismo, sino porque Dios lo prometió, y en la resurrección de Jesús ha mostrado que Él es suficientemente poderoso para cumplir esa promesa”.
La esperanza, como podemos comprobar por esto, requiere a la vez fe y paciencia. Actúa como la levadura, no como un horno microondas. Jim Wallis, el fundador de Sojourners (“Extranjeros”), expresa esto pintorescamente: “Todos los políticos son iguales”, dice, “levantan un dedo y comprueban en qué dirección está soplando el viento; después deciden en ese sentido. Eso nunca cambiará, aun cuando cambiemos de políticos. ¡Así, pues, debemos cambiar el viento! ¡Esa es tarea de la esperanza: cambiar el viento!”
Cuando nos fijamos en lo que ha cambiado moralmente este mundo -desde las grandes tradiciones religiosas surgidas de los desiertos, cuevas y catacumbas, y que ayudaron a transformar moralmente culturas completas hasta ser derrocado el apartheid de Sudáfrica- nos damos cuenta de que eso ha sucedido precisamente cuando individuos y grupos encendieron candelas y esperaron suficiente tiempo hasta que cambió el viento.
Encendemos las candelas de Adviento exactamente con eso en nuestra mente, aceptando que cambiar el viento supone un largo proceso, las noticias de la noche no siempre serán positivas, los mercados de valores no siempre subirán, las defensas más sofisticadas del mundo no siempre nos defenderán del terrorismo, y las seculares ideologías liberal y conservadora no pondrán fin al egoísmo en este planeta.
A pesar de todo, nosotros continuamos encendiendo candelas y mantenemos la esperanza a todas luces, no en razón de un empeoramiento o mejoramiento del noticiario de la noche, sino porque la realidad más profunda de todas es que Dios existe, que el centro se mantiene firme, que hay en definitiva un bondadoso Señor que regula este universo, y este Señor es suficientemente poderoso para volver a poner en orden los átomos del planeta y levantar a nueva vida los cuerpos muertos. Encendemos las candelas de esperanza porque Dios, que es el sumo poder, ha prometido fundar un reino de amor y paz en esta tierra, y es lo suficientemente bondadoso, compasivo y poderoso para, en conclusión, hacer que esto suceda.
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