Todos los años comienzan bien. Este año también. Tenía que ser así. ¿Cómo iba a ser de otra manera? Todo en su sitio. Esta festividad de Nuestra Señora, Madre de Dios, inmediatamente después de Nuestro Señor. Como la mejor epifanía de Jesús, su más acabada copia en esta tierra.Por encima de cualquier otra manera de ver, para nosotros creyentes sencillos, la Virgen es madre, la Madre de Jesús y la Madre nuestra. Es ésta una maternidad singular. Madre, porque Dios Padre se desborda en Ella. Es una maternidad excepcional. ¿Qué no darían hoy las mujeres de la tierra por tener un hijo como Jesús? Es una maternidad total. Jesús es sólo hijo de María. Misterio de maternidad que los hombres no podemos pensarlo sino como una inmensa ternura. Por eso, en este primer día del año queremos los creyentes juntar toda la grandiosidad de la fe: Santa María, Madre de Dios, con el cariño y la ternura que nos evoca esta singular mujer: Santa María, Madre nuestra. Esta Madre no es una alborotada aparición en medio de nuestra vida, sino una sosegada revelación. María es una Madre que encanta, ampara, protege y despierta. Ya tenemos los humanos algo más que esquinas para apoyar la vida y recostar el corazón. Ya poseemos nosotros, los perezosos y abandonados, un estímulo -que es caricia a la vez- que nos lanza a trabajar por el Reino.Que la luz de tu mirada, Señora, mantenga iluminados nuestros ojos y nuestro corazón a lo largo de este año que comenzamos para que en este tiempo las tinieblas no se apoderen de nosotros y seamos dentro de nuestra debilidad moradas de la luz.
San Esteban, protomártir
Mt 10,17-22. No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre