Señor Dios nuestro,
hemos abierto los ojos
para mirar el horizonte infinito,
y estamos presintiendo
el resplandor de los tuyos
que nos llega de más allá.
Fotografia : Brian Auer – Flickr
Es preciso saltar la raya,
llegar al otro lado,
dejar a la espalda todo lo visible.
Lo conocido nos da seguridad,
pero nos niega la aventura;
nos ofrece tierra firme,
pero nos impide el salto
a la otra cara de la realidad;
nos mantiene en la costumbre,
pero nos cierra al misterio.
¿Se puede orar desde este lado:
desde la seguridad,
desde la costumbre,
desde la tierra firme?
¿Se puede orar sin dejarlo todo,
volviendo la cabeza atrás,
intentando servir a dos señores?
¿La oración del rico es oración?
(¿No habrá muchos cristianos
que sólo rezan de verdad
una vez en la vida:
en el momento de la muerte?).
Un instante, Señor, un solo instante
puede redimir toda una historia.
Pero qué tristeza haber mantenido
tantas cuentas corrientes por si acaso;
haber conservado tantos barcos
en el puerto,
tantos aviones en la pista,
tantos mendrugos en la alforja,
por si acaso;
haber quemado inútilmente tanta vida…
Qué lástima
no haber adelantado el instante
de la suprema pobreza
para poder orar
con la confianza puesta enteramente
en ti, Señor nuestro.
Ahora que nos muestras esta verdad
y nos invitas al despojo,
enséñanos a caminar descalzos;
enséñanos y ayúdanos
porque nosotros no podemos.
(¿O no queremos?, ¿o no queremos querer?)
Nos tienes en tus manos.